"Los cementerios son para los vivos"
“Los cementerios son para los vivos”
(cementerio de Tangarará-Piura, Perú)
Anoche a altas
horas de la noche escuche en una emisora de radio esta afirmación: “los
cementerios son para los vivos”. Por eso se han convertido en parques públicos
para pasear entre cipreses, cruces y mausoleos. Esta frase me recuerda mi primera visita
al cementerio de “Ovejería”, situado a las afueras del caserío de Tangarará,
que se halla situado en la margen derecha del río Chira, provincia de Sullana,
en el Departamento de Piura-Perú. Apenas llevaba una semana en el Valle del
Chira. Llegué al Perú el día 18 de octubre, fiesta de San Lucas y del Señor de
los Milagros. Era vísperas de la fiesta de todos los difuntos y mi querido
compañero Amérito me llevó a lomos de su moto chacarera para visitar este
camposanto y rezar por los difuntos allí enterrados, especialmente por la
Señora María que lo acogió como hijo en los primeros días de su estancia en
Santa Sofía.
Hemos llegado allí desde la Panamericana Norte que conduce a
Sullana, desviándonos a la derecha e introduciéndonos por un camino agrícola
entre palmeras y arrozales. Hoy día al sureste del mismo, como frontera,
transcurre un canal de regadío que nace en Sullana y recorre toda la margen
derecha del río Chira. Dicho cementerio
no tiene cerco perimétrico o valla que separe el mundo de los vivos del espacio
donde descansan los muertos. Recuerdo que en Cerromocho o Ignacio Escudero uno
de los candidatos a la alcaldía, prometía en la plaza de Armas en uno de los
mítines electorales: “construiremos el
cerco perimétrico del cementerio de Santa Elena porque los finaditos también
tienen derecho a descansar en paz”. Está rodeado de verdes arrozales y
palmeras que rompen el horizonte. Desde lo alto de la pequeña colina donde se
sitúa el cementerio, las puestas del sol que se hunde en el Pacífico, allá por
Colám, son hermosísimas. Estamos a tan sólo 40 metros de altitud sobre el mar y
a 30 kilómetros de la costa. Hice varias fotos del lugar, de alguna de sus
cruces que señalan los enterramientos. En una de ellas, recién encalada, reza
esta inscripción “J. Mendoza”. Pensé: “aquí tengo más de un pariente”. A mi
amigo Martín a quien envíe una de ellas no le hizo gracia y me respondió casi
ofendido: “¿por qué me mandas estas
cosas?”. A la orilla del camino, aprovechando la sombra de unos pocos
algarrobos han montado pequeñas enramadas donde venden chicha y seco de
cabrito. Porque la gente pasará la noche en el cementerio velando a sus
finaditos.
El clima suave lo permite. Estamos al final de la primavera en esta
parte del planeta. Dentro del mismo cementerio observo como una viejita ha
encendido una pequeña candela para calentar la negra olla donde cocinará la
cena, junto a la misma tumba de sus antepasados. Hasta acá llegan los sones de
música festiva de cumbia que brota de unos parlantes de uno de los puestos de
chicha junto al camino. Junto al cementerio de Pueblo Nuevo de Colám hay un
pequeño muro que desea “feliz estancia” a los viajeros que llegan al pueblo.
Por encima del muro podemos contemplar el bosque de cruces de dicho cementerio
con el cerco perimétrico a medio construir. Recuerdo visitar de noche este
cementerio y el de Colám, junto a la playa, para celebrar la eucaristía de la
fiesta de todos los difuntos, en mi última visita a Perú el año 2.013. El
ambiente festivo que se respira en estas fechas es sorprendente para nuestra
cultura occidental.
Jesús Mendoza Dueñas, Piura-Perú, 25 de octubre 2013.

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