"También las migas son pan"

 COMENTARIO EVANGELIO DOMINGO 20º T.O. C.A.

 Mateo 15,21-28. "También las migas son pan"

“También los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”, porque  “también las migas son pan”.

El evangelio de este domingo, una vez más, es sorprendente: y nos descubre el camino que sigue Jesús para ser fiel al proyecto del Padre Dios. “La tierra es el único camino para llegar al cielo" , el camino concreto para llegar a ser fieles a Dios. Así lo entendió Pedro Casaldáliga, el obispo de los pobres, de los campesinos sin tierra, de los pies descalzos.

Recordad el grito de Pedro, en el evangelio del domingo pasado: “Señor, sálvame”. Es el mismo grito de la mujer cananea: “Señor, socórreme”. La respuesta de Jesús a Pedro fue: “hombre de poca fe”. La respuesta final de Jesús a la mujer será: “Mujer, qué grande es tu fe”.

Este domingo es el mismo Jesús que viene a nuestro encuentro siendo portador de luz y de sanación, salvación. ¿A quién nos parecemos? ¿A Pedro o a la mujer cananea, extranjera?

En el Padre nuestro rezamos: “Hágase tu voluntad”, y la voluntad de Dios es que no quiere ver sufrir a nadie.


El sufrimiento no tiene fronteras. Tampoco la compasión de Dios: ha de llegar a cualquier persona que pueda estar sufriendo.

La primera tarea de la iglesia no es celebrar el culto, sino curar, el ministerio del consuelo y del acompañamiento, del cuidado de los más pequeños y vulnerables, sin discriminar a nadie, sin afán proselitista de conquistar a nadie. Todo lo demás viene después, porque en el corazón de Dios cabemos todos, luego en el corazón de la Iglesia hay que hacer hueco, espacio para todos. Porque además todos somos ovejas perdidas de Israel. Pero todos llamados a participar de la mesa de este mundo y del Reino como hijos amados. En la lista de Dios no aparece nadie excluido.

El evangelio nos interpela una vez más: ¿Cómo tratamos a los que no son como nosotros, a los venidos de lejos, extranjeros, refugiados, temporeros, hijos de las pateras o cayucos? ¿Con actitud de acogida, apertura, o desprecio, descarte, exclusión? Piénsalo.

El amor cristiano no tiene fronteras, no tiene límites. Cuando nos cerramos al hermano, nos cerramos a Dios. Pero también es verdad que cuando damos la espalda a Dios que es Padre común resulta muy difícil mirar al otro como igual, como hermano.


Qué importante es, pues, tener en cuenta esto en un mundo roto y dividido, de nacionalismos excluyentes, racismo y xenofobia, que favorece la cultura del descarte y de la indiferencia, como afirma tantas veces el Papa Francisco, que dedicaba su catequesis del miércoles pasado a este tema.

No podemos ser neutrales: o acogemos, dialogamos o nos cerramos, miramos para otro lado. Podemos ser cómplices con nuestro silencio o pecado de omisión.

Y, ¡cuidado! , que somos egoístas y desconfiados por naturaleza. Y como, siempre, la caridad empieza por los que más cerca tenemos. Si no saludo al vecino cómo voy a ser solidario con el extranjero.

“La pandemia ha puesto de manifiesto lo vulnerables e interconectados que somos todos. Si no nos cuidamos los unos a los otros, empezando por los últimos, los más afectados, incluyendo la creación, no podemos curar el mundo.

Es de alabar el compromiso de tantas personas que en estos meses están mostrando un amor humano y cristiano por el prójimo, dedicándose a los enfermos incluso a riesgo de su propia salud. Son héroes. Sin embargo, el coronavirus no es la única enfermedad a combatir, pero la pandemia ha sacado a la luz enfermedades sociales más amplias. Una de ellas es la visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional. A veces vemos a los demás como objetos, para ser usados y tirados. En realidad, este tipo de mirada ciega y fomenta una cultura de descarte individualista y agresiva, que convierte al ser humano en un bien de consumo.” (Papa Francisco, Ángelus 12 de agosto 2020)

Jesús Mendoza Dueñas



 2020)

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