El que quiera seguirme tome su cruz

 

22º Domingo TO CA JM Mateo 16,21-27

“El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”.

 

“Ante  la pandemia y sus consecuencias sociales, muchos corren el riesgo de perder la esperanza. En este tiempo de incertidumbre y de angustia, invito a todos a acoger el don de la esperanza que viene de Cristo. Él nos ayuda a navegar en las aguas turbulentas de la enfermedad, de la muerte y de la injusticia, que no tienen la última palabra sobre nuestro destino final.” (Catequesis del Papa Francisco en la audiencia del miércoles pasado día 26 de agosto)

Las lecturas de hoy nos invitan a mirar, contemplar la cruz, el seguimiento de  Jesús abrazando la cruz de cada día, pero no de cualquier manera, sino con ojos cristianos. No hay que esperar a la fiesta de los “Cristos” de Duruelo para contemplar la cruz del Señor, porque sigue presente hoy día. Sigue afirmando el Papa Francisco en su última catequesis: “Tenemos que decirlo sencillamente: la economía está enferma. Se ha enfermado. Es el fruto de un crecimiento económico injusto —esta es la enfermedad: el fruto de un crecimiento económico injusto— que prescinde de los valores humanos fundamentales. En el mundo de hoy, unos pocos muy ricos poseen más que todo el resto de la humanidad. Repito esto porque nos hará pensar: pocos muy ricos, un grupito, poseen más que todo el resto de la humanidad. Esto es estadística pura. ¡Es una injusticia que clama al cielo! ".

Y para finalizar, pensemos en los niños. Leed las estadísticas: cuántos niños, hoy, mueren de hambre por una no buena distribución de las riquezas, por un sistema económico como he dicho antes; y cuántos niños, hoy, no tienen derecho a la escuela, por el mismo motivo. Que esta imagen, de los niños necesitados por hambre y por falta de educación, nos ayude a entender que después de esta crisis debemos salir mejores. Gracias.”

La muerte no deja de ser un MISTERIO que provoca preguntas, dudas. Que pone a prueba el sentido de la vida, y el significado de la fe.

La pandemia nos ha puesto el rostro de la muerte muy cerca. Podemos hacer mucha reflexiones sobre ella, todo depende de la idea que tengamos de lo que hay más allá de esa frontera que todos tenemos que traspasar tarde o temprano.

Los cristianos contemplamos el misterio de la muerte en el signo de la CRUZ, suplicio de tortura y de muerte, de Jesús a quien Dios Padre no le libró de ella. Jesús gritará en la cruz: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. La muerte es siempre experiencia de soledad.



La muerte de Jesús no fue un accidente, sino la consecuencia de toda una vida vivida con fidelidad, de entrega al proyecto del Reino, y de entrega por ello a los más pobres, débiles y vulnerables, los últimos de aquella sociedad. En resumen una historia de amor fecundo. San Juan resume todo su evangelio en esta frase: “Tanto amó Dios al mundo que entregó su hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él.” (Jn 3,16) Jesús se despide de sus discípulos reafirmando: “Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos, y vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Jesús sigue presente hoy en las cruces de los pueblos crucificados de la tierra, los olvidados como los Rohingyas que han tenido que huir de Birmania perseguidos y refugiarse en campos de refugiados de Bangladés, en los niños que mueren cada día de hambre.

Hablar de la cruz en sentido cristiano es hablar de amor, una historia de amor. A veces da la impresión que hablar de la cruz es hablar solo de sufrimiento terrible como fue la pasión. Pero la cruz no fue un accidente, fue la consecuencia de toda una vida. La cruz revela con todas sus fuerzas que Jesús trató de vivir “como sueña Dios, como Dios manda”; la cruz revela cómo vivió Cristo: el modo de morir  revela el modo de vivir. Jesús vivió para los demás, se desvivió, vivió descentrado. ¡Cuántas personas se están desviviendo cada día por nosotros, y de tantas maneras diversas. Cuánto amor hay a nuestro alrededor, en mitad de la situación que nos está tocando vivir o sufrir!

No es solo importante tener motivos por los que dar la vida (las madres cada día están dando la vida por sus hijos), sino que también es importante tener motivos por los que VIVIR. El mensaje de la cruz se puede resumir de muchas maneras, o puede tener muchas interpretaciones, pero, sobre todo, es una invitación a vivir entregando la vida.



La contemplación de la cruz nos revela tres realidades:

1ª Primera realidad: Quién es y cómo es Dios. Dios no es el ausente… Dios es el Dios cercano, presente, aunque aparentemente no esté. Nuestro Dios, el Dios de Jesús es el Dios enamorado de nosotros: “Tanto amó Dios al mundo…” y por ello, no puede dejar de estar con nosotros, es el Dios-con nosotros, el Emmanuel. En la cruz Dios no libra a su hijo del dolor y de la muerte. El Padre no baja al Hijo de la cruz. No nos libra de la enfermedad, del dolor, pero en la cruz como nosotros hacemos con nuestros seres queridos, Dios nos consuela, nos acompaña, nos toma de la mano, nos acaricia, nos cuida. Dios está presente en cada cama de hospital, en cada profesional, en cada persona que sufre, en cada enfermo al que le dan el alta, en cada familiar que deja a su ser querido en las puertas de urgencias y tiene que irse llorando.

2º Segunda realidad: la cruz nos revela quiénes somos cada uno de nosotros, con quién nos identificamos, podemos ser un traidor como Judas o un buen Cirineo. Nos recuerda también los dolores que este mundo padece; nuestros dolores, el “ecce homo”, el rostro desfigurado del inocente. La cruz nos revela que podemos ser cómplices  o inocentes, que no hay nada que hagamos que no tenga repercusión en los demás, que no da lo mismo hacer el bien que hacer el mal, ser buen ciudadano o ser un corrupto. La cruz nos revela que estamos llamados a trabajar para que en este mundo no haya ni cruces ni crucificados. La cruz nos revela que estamos llamados a ser colaboradores de Dios padre-madre.

3º Tercera realidad: la muerte nos muestra cuál es el fondo de mi vida, qué es lo importante en mi vida, cuáles son los cimientos de una vida auténticamente humana. Quedamos retratados. Cristo, aunque parezca un sinsentido (“Escándalo para los judíos, necead para los gentiles”, I Cor, 1,17-25), nos está mostrando el secreto de la vida bien vivida, de la vida buena, de la VIDA. y EL MENSAJE NO ES QUE HAYA QUE SUFRIR CON RESIGNACIÓN, sino que la cruz es una historia de amor, de entrega, de fidelidad. Un amor que abre sus brazos para acoger, para entregarse, para perdonar: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”; “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

 “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga”.

Creer en Jesús de Nazaret significa algo más que confesarlo con los labios, significa aceptar su invitación (nunca fuerza) a seguirlo por los caminos de la vida, siguiendo sus huellas, de principio a fin, con todas las consecuencias, con fidelidad, entendiendo bien el significado de la cruz en la vida, historia y proyecto de Jesús. Porque la cruz no siempre se entiende bien, a veces la disfrazamos de ropajes que desfiguran su rostro.

En resumen, la cruz es una historia de amor que se entrega. No hay amor verdadero si no hay entrega de la persona, sin servicio humilde, y no hay servicio sin sacrificio (las madres lo entienden muy bien, ahí está el ejemplo de María al pie de la cruz)



Todo esto suena muy bonito, pero debemos estar atentos a estas tentaciones:

La tentación de imaginarnos un Jesús y su camino a nuestra medida, como Pedro se imaginaba, olvidando que los caminos de Dios no son nuestros caminos.

La tentación humana, que el mismo Jesús sufrió, de rebelarnos contra el sufrimiento, de deprimirnos, de arrojar la toalla, de no luchar y resignarnos. Dios no quiere el sufrimiento de sus hijos que se puede evitar (como el hambre y muerte de tantos miles de niños, víctimas de una economía enferma que mata). Por ello no hemos de inventar falsas cruces gratuitas, ni cargar sobre los hombros del hermano cruces que se pueden evitar.

La tentación de vivir una fe de los labios, del cumplo-y-miento, pero que no se traduce en un compromiso concreto de bajar de la cruz a tantos inocentes, personas con nombres y apellidos, y cruces de los pueblos crucificados por la violencia e injusticia de la historia.

La tentación, en esta situación de pandemia, de "sálvese quien pueda", tanto a nivel personal como  a nivel de naciones, olvidando el principio de solidaridad global.

Nuestra esperanza y consuelo es que la última palabra no la tiene la muerte sino el Dios misericordioso y compasivo cuyo rostro nos ha revelado Jesús.

“Buenos días, Señor, a ti te busco, levanto a ti las manos y el corazón al despertar la aurora./ quiero encontrarte siempre en mis hermanos./ Buenos días, Señor resucitado que traes la alegría al corazón que va por tus caminos/ vencedor de tu muerte y de la mía”.

Esta es nuestra esperanza: que el triunfo de Jesús sobre la muerte es nuestro triunfo. Y que nada se perderá de lo que hemos amado. Porque en definitiva lo más valioso de nuestras vidas personales está tejido con hilos, invisibles, a veces de amor.

El Obispo Pedro Casaldáliga, obispo defensor en Brasil de los más pobres y buen poeta, que acaba de morir, tiene estos versos sobre el final de la vida: “Al final del camino me dirán: ¿Has vivido?¿Has amado? Y yo, sin decir nada abriré el corazón llenos de nombres.

Jesús Mendoza Dueñas



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