La respuesta no está en los libros
21 Domingo TO, CA, comentario al evangelio, Mateo 16,13-20
LA RESPUESTA NO ESTA EN LOS LIBROS
Dicen que las preguntas que nos hacemos en la vida son importantes, porque ponen en marcha nuestras emociones, abren espacio al conocimiento, al espíritu de búsqueda, actitud importante en la vida. Pero dicen también que lo importante no son las respuestas que nos demos sino las preguntas que nos hacemos y que orientan nuestra vida. “Todos los días vemos ejemplos de soluciones a problemas equivocados” (Bono). Hay quien habla del arte de preguntar. Un ejemplo es el programa de radio: “La observadora”, de la periodista Teresa Viejo. Si quieres acertar con la respuesta tienes que hacer la pregunta adecuada.
En estos últimos tiempos nos venimos haciendo muchas preguntas sobre la pandemia, el virus letal del Covid-19: ¿qué cultura o forma de vivir, sociedad, política, economía, religión hemos organizado que produce tanta injusticia, y deshumanización? ¿Cómo se puede explicar que haya tanta gente que prefiere la juerga de un botellón, aunque este le cueste poder salir infectado del virus que tanto tememos?
Se hace realidad la pregunta que se hacía el físico y metafísico Albert Einstein: “¿Vivimos en un universo hostil o en un universo amable”.
Hay preguntas y preguntas. Preguntas fáciles y difíciles, de concurso, preguntas maliciosas, indiscretas, tontas y vitales, de juez, de confesor (mejor no hacer muchas preguntas por respeto a la persona) y de madre. Y no hay respuestas para todo, a veces chocamos con el misterio. Uno de los defectos de algunos clérigos es creer que tienen respuestas para todo.
Hay preguntas personales e intransferibles como la que hace Jesús a sus discípulos en el camino: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?”. Pregunta personal que nos hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Quién soy yo para ti? El pasar de la pregunta, la indiferencia, ya es una respuesta. La respuesta tiene que ser personal e intransferible. No puede ser una respuesta prestada, o vacía. No está en los libros porque no creemos en una doctrina, ni en un libro por muy sagrado que parezca. No creemos en un personaje del pasado, reliquia de la historia. Creemos en alguien Vivo y presente: el Hijo del Dios misericordioso, encarnado y des-centrado, que se hizo humano con todas las consecuencias, para abrir el camino de la salvación. Por eso la respuesta será fruto del encuentro con El, del conocimiento y experiencia de amistad con El, amigo fiel. Amistad que hay que cultivar en la escucha perseverante, paciente y obediente de la Palabra de Dios, de su Evangelio. Y la respuesta debe traducirse en la vida y convivencia de cada día. Una vida coherente.
Siempre que me enfrento a este pasaje central en el evangelio de San Mateo me viene a la memoria un relato del libro “El canto del pájaro” del P. jesuita indio Anthony de Mello, hereje para algunos bienpensantes: “Conocer a Cristo”, que os invito a meditar.
CONOCER A CRISTO
Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente:
«¿De modo que te has convertido a Cristo?». «Sí».
«Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».
«No lo sé».
«¿A qué edad murió?». «Tampoco lo sé».
«¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció?».
«Pues no ... No lo sé».
«La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...».
«Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».
Cuenta un conocido teólogo, que una vez preguntó al líder religioso el Dalai-Lama cuál era la mejor religión. El teólogo se imaginaba que la respuesta iba a ser “el budismo tibetano”. Sin embargo, el Dalai Lama le contestó: “La mejor religión es la que te aproxima más a Dios, al Infinito. Es aquella que te hace mejor”. Entonces, el teólogo añadió otra pregunta concreta: “¿Y qué es lo que me hace mejor?”. El Dalai Lama le contestó: “Lo que te hace más compasivo, más sensible, más despegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético. La religión que consiga hacer eso en ti es la mejor religión”. La anécdota sirve de examen de conciencia. Quienes nos consideramos cristianos podemos preguntarnos si nuestra fe en Jesús de Nazaret nos aproxima más a Dios y nos hace más compasivos, sensibles y amables con los demás.



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