"Donde dos o más se reúnen en mi nombre allí estoy yo"
Comentario al evangelio 23º Domingo TO CA, Mateo 18,15-20
Padre nuestro,
padre de todos,
líbrame del orgullo
de estar solo.
No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé que, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.
No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.
Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre "nosotros",
incluso si dice "yo". (Himno de la Liturgia de las Horas)
La
Iglesia está en obras, reza una imagen, recordándonos que la Iglesia de Jesús
está siempre necesitada de conversión, renovación interior y reforma de
estructuras. Pero no perdamos de vista lo fundamental: “La Iglesia es Jesús" y
todos los que reconociéndose discípulos suyos aceptan su invitación de seguirlo
tras sus huellas: “Sígueme”. Un camino que no recorremos solos.
Hoy “Pakito” y compañía de “Covaleda Extrem” han iniciado la aventura de recorrer 80 kilómetros, a favor de ASPACE, desde Soria hasta Covaleda pasando por el pico Urbión. Un camino que no hace solo, sino acompañado por un equipo, y sabiendo que detrás hay mucha gente alentando y apoyando y compartiendo su camino, aunque sea virtualmente.
El seguimiento de Jesús es una aventura
vivida en comunidad. Hace más de un año
el papa Francisco visitando Bulgaria celebró la Eucaristía de primeras
comuniones en Rakoski. En su homilía recordaba a los niños y a sus padres: “Nuestro
documento de identidad es este: Dios es nuestro Padre, Jesús es nuestro
hermano, la Iglesia es nuestra familia, nosotros somos hermanos, nuestra ley es
el amor”. Nos lo recuerda San Pablo en la segunda lectura (Romanos
13,8-10): “A nadie le debáis nada, más
que el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley”.
Los
primeros cristianos iniciaron su camino, lleno de persecuciones, siendo una
minoría, pero confiando en la promesa de Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Esto es lo
decisivo hoy y siempre: lo decisivo
es que nos reunamos "en su
nombre"; que escuchemos su llamada,
que vivamos identificados con su
proyecto del Reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo. San
Pablo subraya que la vida cristiana significa experimentar a Jesús: “Vivir en Cristo”, con su Espíritu. San
Juan en su evangelio recalca que ser discípulo de Jesús es “permanecer en su amor”. El Papa Francisco en “La Alegría del
Evangelio”, su documento programático dedica un capítulo entero a describir las
cualidades y actitudes del discípulo y apóstol: “Evangelizadores con Espíritu”:
“El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva; El gusto espiritual
de ser pueblo; La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu; La fuerza
misionera de la intercesión” (EG Nº 196-212). ¡A ver si le hincamos el
diente al documento, y convertimos el texto en gesto.
En las circunstancias actuales por las que atraviesa nuestra Iglesia hemos de convencernos que estamos llamados a ser minoría. Pero nada tan decisivo como volver con radicalidad a Jesucristo, ponerle en el centro. De aquí surgirá la renovación de la Iglesia. “A vino nuevo odres nuevos”.
No podemos
volver a una falsa normalidad, a lo de siempre, a la rutina. Los cristianos no
podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por
costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos
muchos o, tal vez, pocos, pero lo importante es que nos reunamos en su
nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo
más humano. La renovación de la Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres
creyentes que se reúnen en el nombre de Jesús. El salmo que rezamos hoy nos invita a esa conversión: “Ojalá
escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón” (Salmo 94/95).



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