Perdonar de corazón
Comentario al evangelio del 24º Domingo TO CA (Mateo 18,21-35)
Todos en la vida necesitamos perdonar y ser perdonados.
"El pasaje del Evangelio de este domingo ( Mateo 18, 21-35) nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal sufrido sino que reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, siempre es más grande que el mal que comete" (Papa Francisco 2019).
La capacidad de perdonar es una de las actitudes que revelan la grandeza humana. El perdón es exigencia del amor verdadero, sin medida, sin barreras, que no pone condiciones, universal, que incluye al enemigo. Lo cual no significa cerrar los ojos ante el mal, la ofensa y lo que provoca en nosotros. La ofensa nos hiere por dentro, provoca indignación y cólera. Es un mecanismo de autodefensa de la propia vida y dignidad. El problema es cuando de la cólera pasamos al odio y resentimiento, y de ahí a la venganza, que busca devolver mal por mal, humillar y hasta destruir al rival. Hay que aprender a identificar estos sentimientos para pacificar el corazón y poder llegar a tomar la decisión de no alimentar la sed de venganza, que, en el fondo, nos hará más daño. La violencia engendra una espiral de violencia difícil de parar. Al mal solo se le puede vencer con el bien. "Rencor e ira también son detestables, el pecador también los posee... Acuérdate de los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo; acuérdate de la Alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa" (Eclesiástico 27,33 ss.). Perdonar no es ignorar, es actuar de manera diferente en el futuro.
Devolver bien por mal es la máxima expresión del amor. Solo la vivencia del amor nos hace ser, vivir mejor, vivir y crecer como personas. Pero no es fácil perdonar, resulta muy complicado. Suele ser lo que más nos cuesta. “Las grandes escuelas de psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Se pensaba erróneamente -y se sigue pensando- que el perdón es una actitud puramente religiosa” (José Antonio Pagola).
La fe en un Dios perdonador es para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar. “Hay una sola condición esencial sin la cual nadie podrá perdonar jamás. Podrás perdonar si has tenido la gracia de sentirte perdonado. Solo la persona que se siente perdonada es capaz de perdonar. Yo perdono porque, antes, he sido perdonado” (P. Francisco, Padre nuestro). Por eso antes de pensar lo que tenemos que hacer en situaciones difíciles, comprometidas y complicadas hemos de recordar lo que Dios ha hecho con y por nosotros: “Dios está siempre dispuesto al perdón”. “Dios, Padre bueno, nos perdona todos los pecados en cuanto mostramos incluso solo una pequeña señal de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso” (P. Francisco). Jesús afirmará: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”; “Sed misericordiosos como mi Padre celestial es misericordiosos”. Es lo que Dios Padre bueno espera de cada uno de nosotros como hijos suyos que somos, es decir, como hermanos. Los que nos ofenden y aquellos a quienes ofendemos no son unos extraños, rivales, son nuestros hermanos.
Dice el Papa Francisco que: “En
la sociedad actual, donde el perdón es tan raro, la misericordia es cada vez
más importante” (Twitter, 22 enero 2016).
En esta parábola del “siervo sin entrañas” y en la oración
del Padre Nuestro Jesús ha querido mostrar como existe relación directa entre el perdón que pedimos a Dios y el perdón
que debemos conceder a nuestros hermanos: «perdónanos nuestras deudas, así
como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6, 12).
Qué importante es educar a los niños y jóvenes en el respeto a todos, en la tolerancia y sana convivencia, en el valor de la no-violencia, en la pedagogía del perdón. Educación que se debe llevar a cabo en el interior de la familia.
El perdón es necesario para convivir de
manera sana: en la familia, donde los roces de la vida diaria pueden generar
frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor, donde hay que saber
actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles; en múltiples
situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar ante agresiones,
injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar herido para siempre.
En este sentido, el Papa Francisco tiene un par de páginas entrañables en el "libro-entrevista" con el padre Marco Pozza: “Padre Nuestro”, comentando esta petición del Padre nuestro. En ellas habla del “El entrenamiento para el don y el perdón”. (Recoge una hermosa catequesis que expuso en la audiencia del 4 de noviembre de 2015, al finalizar el Sínodo de los Obispos sobre la Familia). “Hoy quisiera destacar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos enseñó —es decir el Padrenuestro— Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6, 12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia. Cada día nos ofendemos unos a otros. Tenemos que considerar estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto sencillo para curar las heridas y disipar las acusaciones. Es este: no dejar que acabe el día sin pedirse perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y por esto no es necesario dar un gran discurso, sino que es suficiente una caricia: una caricia y todo se acaba, y se recomienza. Pero no terminar el día en guerra.
Si aprendemos a vivir así en la familia, lo hacemos también fuera, donde sea que nos encontremos. Es fácil ser escéptico en esto. Muchos —también entre los cristianos— piensan que se trate de una exageración. Se dice: sí, son hermosas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a Dios no es así. En efecto, es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los demás. Por ello Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padrenuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya espacios, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a los otros.”
Pidamos la gracia de perdonar DE CORAZÓN, DE MANERA PERFECTA, RECORDANDO SIN RESENTIMIENTO. Al contemplar la Cruz del Señor recordemos sus últimas palabras: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.
En estos momentos difíciles y extraños de la pandemia que sufrimos, que nos ha desvelado nuestra vulnerabilidad ante la enfermedad, nuestra fragilidad ante el límite inevitable de la muerte, necesitamos verdaderamente ejercitarnos en el perdón mutuo de unos a otros. No debemos alimentar ni rechazos ni resentimientos contra nadie, ni ser sembradores de discordia (tentación muy frecuente hoy día entre nuestra clase política). Necesitamos vivir esta dura experiencia como hermanas y hermanos. Necesitamos cuidarnos mucho unos a otros. Feliz semana.
(Jesús Mendoza)



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