Muchos son los llamados y pocos los escogidos

Comentario al evangelio del 28º Domingo TO CA Mateo 22,1-14

La parábola (dos en una) del “banquete mesiánico”, según Mateo, pertenece al grupo de parábolas denominadas por los expertos como “extravagantes”, pues narran situaciones inverosímiles, que no suelen ocurrir en la realidad. Inverosímil sería que, por mis bigotes,  me invitaran a la boda del príncipe o de la hija del presidente de turno, acontecimiento que suele dar mucho que hablar. Inverosímil sería que rechazara tal invitación y que me presentara a la ceremonia y banquete en pantalón vaqueros y con mi sempiterna gorra deportiva. Según mi amigo Luismi, que se gana la vida los fines de semana del verano sirviendo bodas, hoy  muchas bodas se han convertido en un desfile de modelos, en la feria de las vanidades.

La parábola narra que un rey invita a varios súbditos al banquete de bodas de su hijo, y les manda aviso por dos veces anunciando que el banquete está ya preparado. Algunos invitados rechazan la invitación porque tienen otros negocios que les ocupan su preciosos tiempo. Alguna reacciona con indiferencia, otros lo hacen con violencia frente a los mensajeros. Por tercera vez el rey envía a sus criados a los “cruces” de caminos para invitar a todos los que se encuentren. La sala se llenó de comensales. El rey, rompiendo el protocolo se pasea por la sala saludando a los comensales, sus amigos, y repara en un invitado que no viste traje de boda y manda expulsarlo.

Mateo hace en esta parábola una síntesis de la historia de Israel, el pueblo escogido. La parábola apunta también al conflicto que tuvo Jesús con las autoridades del Templo y a los problemas que la comunidad cristiana, a la que se  dirige Mateo, está viviendo con los judíos de la sinagoga de su tiempo, a finales del siglo primero.

El mensaje de la parábola tiene actualidad. De nuevo nos enfrentamos a una parábola que sorprende, trastoca nuestra idea sobre Dios y su oferta de salvación. Dios no es un Dios elitista de “buenos y puros”, sino un Dios de todos. Nadie tiene el monopolio de este Dios y su proyecto del Reino. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Tim 2,1-8). Según Jesús, Dios ha preparado un banquete final festivo para todos sus hijos, pues a todos los quiere ver sentados junto a él disfrutando para siempre de una vida plenamente digna y dichosa.

Pero el Dios de Jesús, quien invita a su mesa, no fuerza, respeta nuestra libertad. Podemos de hecho rechazar esa invitación. La frase final desconcertante así lo expresa: “Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Nos recuerda la posibilidad del rechazo, de la no perseverancia, del dormirnos en los laureles.

El mismo Jesús anuncia libremente la Buena Noticia de Dios, no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie, intenta despertar la confianza en el Padre, y encender en los corazones la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación. Pero Jesús, que se sentaba a la mesa con todos, y comía hasta con indeseables y pecadores, era realista. Sabía que la invitación podía ser rechazada. Satisfechos con nuestro egoísta bienestar, sordos a lo que no sean nuestros intereses inmediatos, atrapados por el dios dinero, el dios “mammón”, o la simple indiferencia, nos creemos que ya no necesitamos de Dios.

Pero Dios no se cansa de invitar, su paciencia no tiene límite, quiere que la sala se llene de invitados. Inverosímil, desbordante, así es el amor de Dios que supera siempre nuestros merecimientos. El banquete de bodas es símbolo de amor fiel, de alegría compartida, frente a las “tinieblas exteriores” del egoísmo, individualismo, descarte y exclusión. Solo nos pide revestirnos de humanidad, humildad, justicia, sinceridad, coherencia, compasión y cordialidad. El traje de bodas simboliza la “conversión”, que por elemental coherencia, debe ir acompañada de buenas obras (nos recuerda el “vestido nuevo” de la parábola del “hijo pródigo”, en pura línea bíblica, Is 61,1). Y no olvidemos nunca: todos estamos invitados, todos cabemos en la sala del banquete, con corbata o en mangas de camisa.

“Tal vez una de las tareas más importantes de la Iglesia hoy día sea salir a los cruces de los caminos y las plazas del mundo, por donde transitan tantas gentes errantes,   crear espacios y facilitar experiencias donde las personas puedan escuchar de manera sencilla, transparente y gozosa la invitación de Dios proclamada en el evangelio de Jesús.” (J.A. Pagola).

El Papa Francisco en el nuevo documento Fratelli tutti nos plantea: ¿Por qué si todos somos hermanos hay tantas desigualdades entre nosotros? ¿Por qué unos pocos viven con lujo insultante, mientras otros, la mayoría, apenas malviven o sobreviven con salarios de miseria? Si la familia humana entera es la “familia de Dios, ¿por qué no acabamos de encontrar caminos concretos para una fraternidad más visible?

Muchos nos preguntábamos qué mensaje podía dar Francisco al mundo que intenta salir de la tragedia causada por el coronavirus. El mensaje es refrescar el llamado al amor fraterno. Ante todo nos recuerda una verdad fundamental: “Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana” (87).

El Papa considera conveniente proponer de nuevo esto al mundo, porque en este momento “se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (11). Si bien en décadas anteriores hubo avances hacia una Europa unida o hacia una integración latinoamericana, por ejemplo, hoy “la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso” (16). Porque “impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca” (30). La salida de la pandemia, en lugar de mejorar la humanidad, corre el riesgo de agravar este “cisma entre el individuo y la comunidad humana” (31).

Si la sociedad está en crisis, Dios no está en crisis. Se sigue ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia, sin excluir a nadie. La invitación de Dios no se detiene, y nos puede llegar por multitud de caminos que, a veces, se nos escapan.

El tiempo que estamos  viviendo es momento de sumar, escuchar, dialogar, unir, ayudar, acompañar, perdonar. El bien común, el bienestar, la salud de la persona es lo primero. En una sociedad fragmentada tomemos conciencia de que todos somos hermanos, convecinos. De mi amor responsable depende la salud de mi vecino de enfrente. No lo olvidemos ni en la pandemia ni en la desescalada y vuelta a la, más bien, falsa normalidad. Abramos las ventanas y puertas: “todo puede ir bien”. La misión es el camino.

Jesús Mendoza Dueñas.






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