No te rindas, confía en tus talentos
Comentario al Evangelio del 33º Domingo TO CA , Mateo 25,14-30
“Todos hemos venido a este
mundo con una misión y unos talentos. Yo estoy aquí para contar-cantar cosas, y hacerlo sin miedo a equivocarme. Luego el
tiempo nos pondrá a cada uno en su lugar” (Rozalén, cantautora). Un pensamiento evangélico y
comprometido. Y que coincide con el mensaje de la parábola de este domingo, la de los talentos, que se puede
prestar a lecturas diversas, pero que siempre encierra actualidad: A todos nos ha encomendado el Señor una
misión, y nos ha regalado unos talentos que tenemos que hacer producir,
multiplicar, ponerlos al servicio de los demás.

Pero, luego, en la vida de cada día nos enfrentamos a varios
obstáculos o enemigos interiores: el miedo que paraliza; el perfeccionismo que
es una desgracia como otra cualquiera y que nos hace mucho daño; el sentimiento
de fracaso; el pensar que no tenemos tiempo, porque se nos escapa de las manos.
Sobre los miedos y sus causas habría mucho que escribir. Dicen que el
miedo es hijo de la soledad. Frente al
miedo la confianza, que significa fiarnos de aquel que no nos va a fallar: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar?” (Salmo 27).
Frente al perfeccionismo la siguiente fórmula: en el mundo se pueden hacer las
cosas de mil formas buenas distintas. Porque existen otras mil formas malas
distintas. Lo sensato sería escoger una
de esas mil formas buenas de hacer las cosas y evitar cualquiera de las malas. Entre
las mil formas buenas vale cualquiera. No he de buscar la mejor porque esa no
existe. Reza un proverbio oriental: “Si
quieres un camello perfecto, vete a pié”.
Lo importante, yo creo, es programarse bien y priorizar objetivos, tomar
la decisión oportuna y no perder el tiempo, ni dejar que te lo roben. Y si te
equivocas, “volver a empezar”. Si te falla el plan “A”, tener un plan “B”. El
verdadero éxito está en la perseverancia y en la valoración de y fidelidad a
las cosas pequeñas.
De los dos primeros empleados nos dice el evangelio de este domingo que fueron “fieles en las cosas pequeñas"” y el dueño les confió responsabilidades mayores y los asoció a su gozo.
¿Cuáles son esas cosas
pequeñas? Las responsabilidades cotidianas, que son como la sal que dan sabor a
la vida. No se trata de dar mucho o poco sino de dar lo mejor de nosotros mismos. En
esta vida nadie ha nacido inútil, todos somos útiles, servimos para algo,
aunque no sirvamos para todo. No venimos a este mundo a competir en ninguna premier liga, programas como “Got Talent”,
ni aspiramos a un Grammy, Goya o Nobel.
Fieles a las cosas pequeñas.
Dice un amigo mío:
¿Tienes inteligencia? Úsala.
¿Tienes fuerza? Úsala.
¿Tienes una familia? Quiérela.
¿Tienes un trabajo? Cumple bien.
¿Tienes hijos? Edúcalos.
¿Tienes fe? Cultívala, celébrala.
Dios nos ha dejado la tierra, su hacienda, para que la recreemos, la
hagamos más habitable, más humana, para que cuando él venga la encuentre más
rica, más en orden, más en paz. Ser cristiano no significa ser pluscuamperfecto, un
personaje VIP. Lo que nos hace cristianos es la fe en Jesús, como centro de
nuestra vida, aceptar su Palabra, e identificarnos con sus actitudes fundamentales.
Abiertos siempre a su perdón, porque no dejamos de ser pecadores. Él no se
escandaliza de nuestras debilidades. Sabe de qué barro somos. Tiene infinita
paciencia con nosotros.
No congelemos los dones,
talentos que Dios nos ha dado, y que son más valiosos de lo que imaginamos.
Durante la pandemia voló por las redes sociales un poema, atribuido
erróneamente a Mario Benedetti, pero que no deja de ser hermoso: “NO TE RINDAS”:
“No te rindas, aún estás a tiempo/ de
alcanzar y comenzar de nuevo,/ aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,/
liberar el lastre, retomar el vuelo”.
La pandemia nos pudo enseñar que es importante también tomar conciencia de que solos no vamos a ninguna parte, no llegaremos lejos. Ello nos obliga a confiar siempre en el lado bueno, dignidad, anhelo de superación que hay dentro de todo ser humano.
La parábola nos invita a cultivar una esperanza activa, una fidelidad,
creativa y arriesgada, a vivir despiertos, vigilantes y lúcidos. Estamos llamados a ser luz del mundo y sal de
la tierra. Hay tanto por hacer y tanto por reconstruir, levantar, cuidar, curar,
reconciliar, derribar muros. Y no es cuestión de aplaudir como en el primer mes
de la pandemia. Menos aplausos y más responsabilidad personal, menos banderas y
más enfermeras. Y no olvidemos nunca que “la caridad comienza por los que más
cerca tenemos”. El talento o capacidad más importante que nos ha regalado el
Dios de la vida es la capacidad de amar y ser amados., la capacidad de reír y
alegrar la vida de los demás. “Maranatha. Ven, Señor Jesús”.

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