Examinadlo todo y quedaos con lo bueno

 Comentario al Evangelio del 3º Domingo Adviento: Domingo de la alegría CB


Domingo de la alegría (que la pintamos de rosa).

“Estad siempre alegres”,  nos recuerda el apóstol, “Dad gracias en toda ocasión (por todo)”… “Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal” (1ª Tesalonicenses 5,16-24).

1.- ¿De qué alegría se trata? 

¿La de la lotería-engañosa? ¿La de las golosinas del domingo o las compras compulsivas? (Qué triste es contemplar en el último puente largas colas y aglomeraciones de gente en las calles comerciales de las grandes ciudades…)

¿La de las juergas o botellón del fin de semana (se siguen celebrando botellones clandestinos) ¿La del triunfo de nuestro equipo de fútbol? ¿La del chiste fácil? ¿La del payaso de circo o  de la bufonada? ¿La de los “memes” frívolos de Navidad que estos días ya circulan por las redes sociales?

Todas estas y otras muchas  son efímeras y caducas, algunas engañosas.

Además, en este tiempo de pandemia que nos hablen de alegría como que no encaja. Al pensar en tanto sufrimiento que arrastra esta crisis global, sanitaria, económica, social, en tantas vidas truncadas que se ha llevado por delante, como que no nos quedan muchas ganas de reír. Decía un niño: “hemos sufrido o vivido una primavera sin columpios”. “¿Quién nos robó la primavera?”. Ha sido uno de los lamentos más frecuentes durante la cuarentena. Aunque la primavera estacional ha sido espléndida, exuberante, como hacía años que no se producía. Los pájaros y los animales del monte se han sentido más libres. Hay muchas heridas que en estos meses generan  mucha desesperanza: incertidumbre, miedo, pérdidas de seres queridos, soledad, precariedad social, conflictos, enfrentamientos, polarización y enfrentamientos partidistas (hasta en los pequeños pueblos), la tentación de dividir siempre presente, dentro y fuera de la Iglesia, la falta de respeto, las limitaciones que nos impone el confinamientos, la pérdida de libertad. Y las otras pandemias ocultas que están ahí, invisibles: hambrunas, pobreza crónica, crisis migratorias agravadas. Todo ello produce en nosotros sentimientos negativos que nos endurecen, enfadan, que nos roban la alegría.

¿Podemos celebrar algo que de verdad nos alegre en estos días? ¿Qué es lo que nos puede alegrar de verdad? ¿De dónde puede brotar la verdadera esperanza, la de  cimientos sólidos?

“¿Qué celebráis y cómo lo celebráis?”. Se preguntaban esta mañana en un programa de radio, al llegar al número 300 de emisión.

Yo celebro que estoy vivo, que vivo de milagro, porque la vida es un milagro cada día, que en el mundo hay mucha gente buena, sencilla, que no presume, que hace la vida de los demás más amable, a pesar de tanta discordia, enfados, quejas, mentiras que circulan por la vida. Es lo mejor que hay en este mundo, y lo mejor que tiene la Iglesia.

La verdadera alegría brota de dentro, del corazón y no depende de la cosas, sino de las personas.  Como la esperanza, como la fórmula del agua vital (H2O), es cosa de dos (o de Dios). Va de la mano de la esperanza. Y esa sí que se celebra de verdad. Machado canta en uno de sus poemas que aprendimos de pequeños: Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!,/ que una fontana fluía/ dentro de mi corazón/….  Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!,/ que era Dios lo que tenía/  dentro de mi corazón.”

Yo sueño y espero de verdad que de esta saldremos. Que al final del túnel habrá luz. Que podemos salir mejores si somos capaces de aprender algo nuevo y bueno.

El profeta Isaías, centinela de la esperanza para su pueblo y el nuestro, anuncia: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Isaías 9,1). Palabras que tienen hoy una rabiosa actualidad. Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces” (Papa Francisco).


Es curioso cómo presenta el cuarto evangelio la figura del Bautista (Juan 1,6-8.19-28). No es presentado con muchos títulos: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz”.

 2.- Hablamos de una alegría-luz que no tiene precio, que no se puede comprar ni vender, que brota de lo profundo del corazón: cuyo origen o fundamento para un creyente brota del sabernos hijos amados, bendecidos, ungidos por Dios Padre y Madre a la vez, que nos ama con ternura, como una madre ama a su hijo pequeño.


Ungidos y enviados, como testigos alegres, portadores de esa buena noticia para todas las personas, de la alegría del Evangelio como nos recuerda el papa Francisco. Para llevar la buena noticia a  los pobres, para curar los corazones desgarrados. Para ello nadie es demasiado viejo. Todos lo podemos hacer, siempre y en todo lugar debemos hacer visible el rostro del Dios que nos ama, los padres a sus hijos en el hogar, en la calle, en el trabajo, en el deporte, en la lucha de cada día por un mundo mejor, con las obras y el talante, y siempre con mucho respeto hacia los que no creen como nosotros.

 3.- Pero nadie da lo que no tiene. Para ser testigos antes hay que ser oyentes, discípulos, dejarnos interpelar por la Palabra de Jesús. Juan Bautista afirma a sus paisanos “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Nosotros que nos decimos cristianos, seguidores de Jesús: ¿Lo seguimos de cerca? Para ello, ¿lo conocemos de verdad? ¿En qué se nota?¿Nos identificamos con sus actitudes fundamentales? Comulgamos con su proyecto del Reino? ¿Lo damos a conocer o por vergüenza lo ocultamos?

“Tal vez la mayor desgracia del cristianismo es que haya tantos hombres y mujeres que se dicen cristianos en cuyo corazón Jesús está ausente. No lo conocen. No vibran con Él, no los atrae y seduce. Jesús es una figura inerte y apagada. Está mudo. No les dice nada especial que aliente sus vidas. Su existencia no está marcada por Jesús. Esta iglesia (nuestra) necesita urgentemente TESTIGOS DE JESÚS, creyentes que se parezcan más a Él, cristianos que con nuestra manera de ser y de vivir, facilitemos el camino para creer en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba él, que comuniquen su mensaje de compasión como lo hacía él, que contagien confianza en el Padre como él” (J.A. Pagola).

 TESTIGOS ALEGRES AQUÍ Y AHORA (sin satanizar el mundo, sin criminalizar a la gente que no son de nuestra cuerda o collera…)

Dice el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (La Alegría del Evangelio Nº 1). “Un evangelizador, testigo del Evangelio de Jesús, no debe tener permanentemente cara de funeral”. La alegría de la Iglesia es anunciar a Jesús. Testigos firmes de la esperanza nos quiere el Señor. Hay mucha gente buena a mi alrededor, buscando soluciones, no enfrentamientos. Conscientes de que la creación está inacabada, está en marcha, está en nuestras manos. De que hemos sido creados a imagen y semejanza del creador. De que todos servimos para algo aunque no sirvamos para todo.

 4.- Precisamente, otra fuente de alegría es el servicio gratuito y humilde a los demás. Tagore afirma: “Soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría”. Lo bueno está ahí, aunque no lo veamos. Hay que descubrirlo.

Cada uno de nosotros ha de descubrir los servicios que en este tiempo especial podemos prestar a los demás. Hoy que estamos necesitados de cuidados, de compañía, de consuelo, de abrazos, de risas sinceras. La pandemia nos ha descubierto lo importante que son los encuentros, las presencias, las conversaciones, en definitiva, las personas.


El Papa Francisco, fruto de esta  la pandemia,  nos ha regalado un nuevo documento donde nos invita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a recuperar la fraternidad universal y la amistad social: “FRATELLI TUTTI”. La preocupación por el bien común, por un mundo menos hostil, descubriendo la actitud de la corresponsabilidad. Somos responsables los unos de los otros. No busquemos tanto o tantos “culpables”. “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”. Guardaos de toda clase de mal”,  nos recuerda en este domingo el apóstol Pablo (1ª Tesalonicenses 5,16-24).

La esperanza es cosa de dos, pero empieza en uno mismo, con nuestras actitudes positivas. Recuperemos la amabilidad (que no es "buenismo"), es decir, la capacidad de actuar de tal manera que emerja el amor, la bondad, el consenso.

¿Somos nosotros portadores de buenas noticias? ¿Buenos profetas? SI SE PUEDE (YES WE CAN).



Jesús Mendoza Dueñas







 

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