Preparadle un camino al Señor

 2º Domingo Adviento CB

Isaías 40,1-5.9-11; (Mc 1,1-8).

Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos. El os bautizará con Espíritu Santo”

“Estamos en tiempo de Adviento. Con crisis o sin crisis, aunque el virus no conoce de calendarios, ya es navidad en la ciudad de Vigo, según su alcalde, y en el Corte Inglés, según la publicidad”. Por la sierra del Urbión está nevando, y la ventisca borra los caminos como la arena del desierto.

Aquí abajo soñamos con ser libres, con abrazos y besos perdidos. En esta tierra nuestra vacía o vaciada soñamos también con autovías o autopistas. Soria pierde su autobús diario a Madrid, y la línea de Barcelona, el directo a Salamanca, bajan los servicios a Logroño y a Zaragoza. El virus no nos deja viajar, nos sobran las carreteras. Nos queda, de momento, el tren.”


La vida es camino, búsqueda de sentido. En esta tierra de pinares, a mí me encanta vivir la experiencia de descubrir y recorrer caminos, rutas nuevas, a veces  guiado por alguien que conoce bien el camino. Paulo Coello tiene un artículo, una especie de decálogo titulado: “Manual para subir montañas”. En el apartado 3º señala: Aprende de quien ya caminó por allí: por más que te consideres único, siempre habrá alguien que tuvo el mismo sueño antes que tú, y dejó marcas que te pueden facilitar el recorrido; lugares donde colocar la cuerda, picadas, ramas quebradas para facilitar la marcha. La caminata es tuya; la responsabilidad, también, pero no olvides que la experiencia ajena ayuda mucho”.

Siempre hay profetas que ven antes el camino. Aunque, con demasiada frecuencia, nos quedamos mirando al dedo cuando nos señalan la luna. En estos momentos de pandemia, de tormenta perfecta, necesitamos pilotos de tormentas y lectores de corazones, que nos ayuden a soñar juntos, el camino hacia un futuro mejor (Papa Francisco), pues navegamos en la misma barca. Pues soñamos y esperamos también, como el apóstol: “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pedro 3,8-14).

El profeta Isaías, centinela de la esperanza, anuncia la construcción en el desierto de una colosal y excelente autopista, por la que un pueblo, que sueña con la libertad, podrá volver a la patria de sus padres acompañado de su Dios, como un pastor acompaña a su rebaño. El evangelista Marcos, muchos años después, pone esta profecía en labios de Juan el Bautista. También él marcha al desierto a preparar un camino que hará posible el encuentro con el Mesías, uno más fuerte e importante que él. El Bautista no se manifestará en el templo ni en la ciudad santa, sino en el desierto, un ambiente muy distinto, al margen de la religión institucional. Aunque es hijo de sacerdote (Zacarías), él no se considera perteneciente a la “casta alta” del orden sacerdotal. Y la gente se desplaza desde Jerusalén al desierto para escuchar su mensaje, porque encuentran en él algo que no encuentran en los dirigentes religiosos.  El camino que propone será un camino de conversión, de vuelta al proyecto de Dios.


 “Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”. Con esta confesión de fe se inicia de manera solemne el evangelio de Marcos, para, a continuación, sin pausa alguna, comenzar a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el pueblo para acoger a su Mesías y Señor.

Marcos nos recuerda el grito del profeta Isaías en medio del desierto, que Juan, profeta original, hace suyo: «Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos». 

¿Dónde y cómo abrir caminos a Dios en nuestras vidas? 

El camino, la conversión no se improvisa. Es necesario entrar en el desierto. Porque hay caminos y caminos. “El camino más corto para encontrarnos con nosotros mismos es dar la vuelta al mundo” (Manu Leguineche). Pero no para encontrarnos con Dios. Dios es profundidad. “El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. El es la fuente profunda de todo nuestro ser” (Paul Tillich).

“Cuando señales a Dios o cuando reces a Dios, no mires allá arriba, sino ahí dentro, en tu más íntima intimidad” (San Agustín). No busques fuera lo que llevas dentro. “Del alma en el más profundo centro. El centro del alma es Dios” (San Juan de la Cruz).

“Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella.... Y el más allá no es lo que se halla infinitamente lejos, sino lo que está más cerca” (D. Bonhoeffer).

Dios está cerca de los que  escuchan de verdad. Lo encuentra quien lo busca, lo busca quien lo desea profundamente: “donde falta el deseo de encontrarse con Dios, allí no hay creyentes, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés “ (Simone Weil). Hay muchas personas que no saben qué camino seguir para encontrarse con Él, y, sin embargo, Dios no está lejos, oculto en el interior mismo de la vida misma. Dios sigue nuestros pasos, muchas veces errado o desesperanzados, con amor respetuoso y discreto. A veces, sin darnos cuenta, nos lleva en sus brazos, por la orilla del mar de la vida. ¿Cómo percibir su presencia?

El desierto en la tradición bíblica es el  lugar privilegiado de la fidelidad de Dios, es el lugar inhóspito de la prueba, pero es también el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión que nos hace el mismo Dios de la Vida. Conversión, dar la vuelta, significa poner en el centro de nuestras vidas a Jesús, El es la mejor noticia, y esto, como hemos dicho antes, no se improvisa: Exige recogimiento, mirada a nuestro interior, valor para tomar la vida en las propias manos y revisarla. La tentación también está presente: la del activismo, aunque vivamos confinados; la de distraernos con cualquier cosa, para disimular nuestros miedos y falta de coraje para volvernos a Jesús.

¿Cómo preparar el camino? Los primeros cristianos entendían la fe como un camino a seguir, abierto por Jesús. Un camino nuevo y vivo inaugurado por Jesús, que ya lo recorrió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, un camino que recorremos fijos nuestros ojos en Él.

“Con Jesús «comienza algo nuevo». Es lo primero que quiere dejar claro Marcos. Todo lo anterior pertenece al pasado. Jesús es el comienzo de algo nuevo e inconfundible. En el relato, Jesús dirá que «el tiempo se ha cumplido». Con él llega la buena noticia de Dios” (J.A. Pagola).

Jesús es descrito en los evangelios como un peregrino, ligero de equipaje. En el camino de Galilea a Jerusalén se irá encontrando sencillos pescadores, pobres, tullidos, enfermos de lepra, ciegos, fariseos, publicanos, prostitutas.  En el  camino del seguimiento de Jesús, como en el bosque, también nosotros podemos encontrar de todo: alegría, búsqueda, pruebas, baches, cuestas, dudas, interrogantes.  Y aunque el camino no lo hacemos solos, cada uno ha de recorrer su camino, su propia aventura, con responsabilidad. No hay que forzar ni imponer a nadie el ritmo del camino ni la ruta a seguir, cada uno lo debe descubrir y vivir. Un camino en el que hay etapas de alta montaña y etapas llanas, en el que podemos vivir momentos y situaciones diferentes. Lo importante es caminar, no detenernos, escuchar la llamada que a todos nos hace el Maestro de vivir la propia vida con sentido.


Revisemos nuestra vida, tengamos el valor de hacer un alto en el camino. ¿Qué lugar ocupa el Dios de Jesús en mi vida? ¿En qué se puede notar de verdad que somos discípulos de Jesús? ¿Cómo nos reconocería hoy  el mismo Jesús que formamos parte de sus discípulos y seguidores? ¿Cuáles son nuestras metas e ideales? ¿Vivo la vida de fe con coherencia, con madurez o superficialmente porque me da igual creer en cualquier cosa? ¿Qué mundo soñamos y queremos? ¿Qué estamos difundiendo, en el tiempo que nos toca vivir de pandemia, en nuestra sociedad, concordia o discordia? ¿Estamos abriendo caminos de compasión y justicia en el pequeño mundo en que nos movemos cada día? ¿Construyo con otros muros o puentes?  (“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”) ¿Dónde y cómo abrir caminos a Dios en nuestras vidas?

Adviento, tiempo hermoso, para hacer silencio interior, para llenar vacíos, para limar asperezas, para contagiar esperanzas, para  hacer espacio a Jesús que viene. Que nos encuentre despiertos, en paz con él y los demás.

  CANCIÓN

En dónde están los profetas (Ricardo Cantalapiedra)

 En dónde están los profetas

que en otros tiempos nos dieron
las esperanzas y fuerzas
para andar, para andar.

 En las ciudades, en los campos,

entre nosotros están.

En la ciudad ¿dónde están?

En el mar ¿en dónde están? 

O en la ciudad ¿dónde están?
¿dónde están?

 Sencilla cosa es la muerte,

difícil cosa es la vida,
cuando no tiene sentido
ya luchar.

En dónde están los profetas…

Nos enseñaron las normas

para poder soportarnos
y nunca nos enseñaron
a amar.

En dónde están los profetas….

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Jesús Mendoza Dueñas

 

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