Santa Lucía

 ALMARZA FIESTA DE SANTA LUCIA 2008

El hombre del tiempo anunció nieves y alerta naranja en cinco comunidades y no se equivocó. He llegado a Almarza con el paisaje blanco, y sigue nevando. Hace una mañana de perros. Pero es fiesta y la gente del lugar se ha vestido para la ocasión, para honrar a la Santa del día, Santa Lucía, virgen y mártir de Siracusa. Es una fiesta local. Sería bueno saber la razón de tal devoción en esta villa.

Ha llegado una coral de Soria para amenizar la función religiosa, la misa y la sobremesa con un concierto de Villancicos. Un grupo de gaiteros de Soria recorre las calles nevadas invitando a participar en la procesión, que por aclamación popular hay que realizarla aunque se moje la santa y la calva de los curas de la zona reunidos para arropar al párroco del lugar, Don Marcelino, un venerable sacerdote que lleva cuarenta años en el pueblo. Cinco curas presidiendo la eucaristía es un lujo para

los tiempos que corren, dada la escasez de clero y de vocaciones. Deberían declararnos especie protegida en la futura ley de libertad religiosa.

El sermón del predicador ha sonado más o menos así, sin contar las palabras que se helaban en el aire gélido del templo:

“Reunidos un año más para honrar la memoria de la virgen y mártir Santa Lucía, cuyo nombre evoca la luz, significa luz. En este día de invierno, de luna llena, de nieve, de luz. Cercanos a las fiestas de la Navidad, fiesta de luz.

Un rabino preguntó a sus estudiantes: ¿sabe alguno de vosotros cuándo termina la noche y  comienza el día? Un estudiante respondió: “Cuando ves un animal en la distancia  y sabes si es una oveja o un chivo. Otro dijo: “Cuando ves un árbol en la distancia y sabes si se trata de un cerezo o una mata de plátano”. Cada uno de los estudiantes iba dando ingeniosas respuestas hasta que el rabino les dijo, dejadme que os dé yo mi respuesta.  La noche termina y el día comienza cuando miras a la cara de cualquier ser humano y ves la cara de tu hermano o hermana. Si no puedes hacer esto, no importa la hora del día, todavía vives en la noche.

Adviento es tiempo de luz, de distinguir a Jesucristo Príncipe de la luz, rostro del hermano, entre  los demás príncipes de este mercadillo humano.”El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, a los que habitaban en sombras de muerte una luz les brilló”

Para esto vino el Señor, para traernos la luz de la verdad que nos hace libres. Y la verdad más importante que nos trae Jesús es que somos hijos amados de Dios Padre, y que todo ser humano, hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre, cristiano o musulmán es mi hermano.

Si no somos capaces de reconocerlo es que estamos ciegos. No hay peor ceguera que la del que no quiere ver. Nos suele cegar la soberbia que nos hace creernos superiores a los demás. Nos ciega la ambición sin medida y la fiebre consumista.

Vosotros sois la luz, pero una lámpara no se enciende para esconderla debajo de la mesa sino para que desde lo alto alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, que al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”. Como cristianos no estamos llamados a vivir en las catacumbas, a vivir la fe de manera vergonzante, acomplejada. La Iglesia nunca se puede replegar a las sacristías. Estamos llamados a vivir la  luz de la fe en el hogar, y en la calle, en el trabajo y en el espacio de ocio y diversión, con sencillez, con naturalidad, sin imponer nada. Viviendo los valores evangélicos del amor, la justicia, la solidaridad, el perdón, la honradez en el ámbito privado y en lo público. El que no es honrado en lo privado no lo será en lo público. Vivir la fe significa alimentar esa fe para darla a los demás, pues nadie da lo que no tiene. La fe se alimenta en la escucha obediente de la Palabra de Dios, que es luz, en la oración sincera y perseverante. Y la fe crece dándola.

Así han vivido la fe los mártires, testigos de esa fe hasta las últimas consecuencias, hasta dar la vida por los demás, por el Evangelio. Así la vivió Santa Lucía.

Termino también con una historia que corre estos días de Adviento por la Red. La historia de las cuatro velas. “Erase una vez cuatro velas que ardían y se consumían lentamente. En el ambiente había tal silencio que se podía oír el diálogo que mantenían: “La primera dijo: yo soy la paz. Pero las personas no consiguen mantenerme. Creo que me voy a apagar. Y, disminuyendo su fuego rápidamente, se apagó por completo. Dijo la segunda: “Yo soy la FE”. Lamentablemente a los hombres les parezco superflua. Las personas no quieren saber de mí. No tiene sentido permanecer encendida. Cuando terminó de hablar una brisa pasó suavemente sobre ella y se apagó. Rápida y triste, la tercera vela se manifestó: “Yo soy el AMOR”. No tengo fuerzas para seguir encendida. Las  personas me dejan a un lado y no comprenden mi importancia. Se olvidan hasta de aquellos que están muy cerca y les aman. Y, sin esperar más, se apagó. De repente entró un niño y se fijo en las tres velas apagadas. ¿Pero qué es esto? Deberían estar encendidas hasta el final. Al decir esto comenzó a llorar. Entonces la cuarta vela habló: “No tengas miedo, mientras yo tenga fuego, podremos encender las demás velas. YO SOY LA ESPERANZA. El niño con los ojos brillantes, agarró la vela que todavía ardía....y encendió las demás.”

Mensaje: Que la luz de la esperanza nunca se apague dentro de nosotros, y que cada uno de nosotros sepamos ser la herramienta que necesitan los demás para mantener su esperanza, la fe, la paz, y el amor verdadero.

Que Santa Lucía interceda por nosotros para que podamos ser verdadera luz.”

Jesús Mendoza Dueñas

 

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