"La Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros"

 “LA PALABRA ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS”

 2º DOMINGO POST. NAVIDAD 2021.

“Nadie podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño en un papel, los fonemas que articulamos en cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; y sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano.” (Alex Grigelmo, la seducción de las palabras).

La cantautora Violeta Parra en 1966 compuso esta hermosa canción-poema, “Gracias a la vida que me da dado tanto”, que se ha convertido en un himno, versionada e interpretado por cantantes famosas como Joan Báez o Merdedes Sosa. Buena canción para escuchar o cantar a comienzos de año:

“Gracias a la vida que me ha dado tanto…

Me ha dado el sonido y el abecedario.

Con él, las palabras que pienso y declaro,

Madre, amigo, hermano

y luz alumbrando.

La ruta del alma del que estoy amando.” 

Aunque hay palabras y palabras. Palabras certeras como dardos (“El dardo en la palabra”, Fernando Lázaro Carreter). Palabras confusas, estúpidas y vacías, que se las lleva el viento. Palabras negativas, destructivas usadas como armas de destrucción masiva, palabras que hieren que no se pueden decir. Cuántas descalificaciones, agresividad, discordia tenemos que soportar durante la pandemia en la boca de muchos políticos. Pero existen también las palabras positivas, luminosas, profundas, constructivas. Palabras que consuelan como caricias. Qué importante es saber emplear la palabra adecuada para hacernos entender y poder comunicarnos de verdad. El ser humano terrícola es el ser creado que sabe articular y comunicarse con palabras, sabe que sabe y recuerda que sabe. La mente humana es maravillosa, nos permite conocer, admirar, preguntar, buscar, sentir. Y qué importante es la facultad de la memoria, de recordar, que es memoria del corazón. San Agustín en sus confesiones hace un elogio de la memoria. Y el que pierde la memoria no sabrá ni quién es ni a dónde va.

“¿Cómo han podido millones de personas, vivir, enamorarse, querer, trabajar como locos, cuidar a sus hijos… sin saber de verdad, lo que les pasaba por dentro, cómo funcionaba su mente?” (“El viaje al poder de la mente”, Eduardo Punset).

Hay gente que habla poco y gente deslenguada como recuerda Sabina en una canción: “la frente muy ancha/la falda muy corta/la lengua muy larga”. El Papa Francisca recomienza a los sacerdotes “que hablen poco, escuchen mucho y digan los justo”, y que no aburran ni mareen a los oyentes, escuchantes, destinatarios de sus sermones. Todo es palabra hasta el silencio. “Es mejor tener un corazón sin palabras, que palabras sin corazón" (Gandhi). A veces la forma más brillante de hablar es la forma simple. Y, por encima de todo, creer lo que se dice.

Y la palabra, el lenguaje está al servicio de la comunicación interpersonal. Negar la palabra a alguien es una ofensa, es negarse a la comunicación. Es un arte, sobre todo la comunicación amable, sincera y transparente, profunda a nivel se sentimientos íntimos.

Nuestras palabras son el ropaje de nuestros pensamientos y sentimientos. Pero a la vez su habitación, sus alas, su disfraz y su cárcel.

 Aunque la transparencia en la comunicación es una actitud que se está perdiendo. La cantidad de bulos, censuras, medias verdades que circulan y nos quieren colar hoy día a través de las llamadas redes sociales.

Y en la situación actual de pandemia nos hemos dado cuenta  de que no es lo mismo hablar cara a cara, presencialmente que virtual o telemáticamente, desde lejos salvando las distancias, con la técnica asombros que nos brindan las redes y plataformas digitales.

Me he enterado que una plataforma digital “Universal Poem”, a partir del día treinta de diciembre, está promoviendo una campaña para componer un poema infinito, universal, sin límites en el espacio y en el tiempo. Ojalá sirva para unir a los humanos terrícolas, con respeto y sin censuras.

Porque la Palabra y el poema ya está sembrada y germinando en el cosmos desde hace miles de millones de años. El mundo, la humanidad, la vida están preñados de razón, dirección y futuro. No somos fruto del azar, un accidente de la naturaleza. Ni caminamos hacia un callejón sin salida.

Este es el mensaje del evangelio de este segundo domingo post Navidad en que volvemos a proclamar y recordar el Misterio de la Encarnación de Dios, según el prólogo del Evangelio de San Juan: “En el principio ya existía La Palabra (el Verbo) y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Por medio de El (el Verbo) se hizo todo y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En El estaba la vida…Y el Verbo se hizo carne y habitó (acampó) entre nosotros” (San Juan l,1-18)

Los evangelistas  sinópticos buscan, para hilar su relato, las catequesis de la Iglesia primitiva. Juan se ciñe además a sus recuerdos. Cuenta con precisión "lo que he visto y oído" y luego desarrolla en amplios párrafos sus memorias. Lo que a través de su larga vida ha descubierto, experimentado, vivido junto al  Maestro.

"En el principio ya existía la Palabra y la Palabra era Dios": Así comienza el prólogo de este cuarto Evangelio, revelándonos a Jesús como Palabra del Padre.

“Cuando Dios se hace hombre, Jesucristo se presenta cómo la Palabra del Padre,  una palabra definitiva, absoluta e inmensa que resuena sobre el universo, declarándonos el amor sustancial de Dios. Resuena en los ambientes de aquel tiempo y hemos de hacerla resonar entre nosotros, hasta los confines de la tierra.

Aparece Jesús de Nazaret como hijo de mujer, hermano, peregrino, visitante que acampa entre nosotros, necesitado, vecino, compañero de viaje.

Aquel día la Sabiduría de Dios se redujo a esquemas humanos: al idioma arameo, al culto israelita, a la geografía de Palestina, al paisaje de Galilea, a la escuela de Nazaret, a la historia que enseñaba por las tardes Rabí Isacar, añorando el pasado.

La bondad de Dios, para llegar a nuestro entendimiento, se vistió de formas humanas. Su belleza se ocultó detrás de la hermosura limitada del mundo, de las cosas. Desde entonces el Creador comenzó a hacerse presente en todos los signos que delatan amor y bondad. En la simpatía de un rostro amable, de un gesto oportuno, de una mirada comprensiva”  ( Gustavo Vélez, mxy).

Dios mismo se ha dignado dirigirnos su Palabra, nos ha mirado a la cara, porque le importamos mucho. Dios piensa en ti y en mi. Nos ha revelado su rostro y su proyecto, para decirnos que nos ama, que somos sus hijos, amados y bendecidos, aunque, a veces, nos sintamos rotos, heridos, confusos por dentro. Palabra, pues, de amor que es luz, que enseña, consuela, compromete. Dios parece que es de “pocas palabras” pero sorprende con las justas.

Dos mil años después, para los cristianos de hoy esa Palabra del Altísimo debe resonar en la conciencia de cada creyente. Pero también en la liturgia y celebraciones de la Iglesia oficial y en la comunidad cristiana de a pie. Escuchémosla, sabiendo guardar silencio en nuestro interior, contemplándola (entrar en el templo de nuestro interior), meditándola (entrar en el médium), dejándonos interpelar por ella (compromiso). Escucharla es el primer mandamiento de la Ley de Dios: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.  Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando.  Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.  Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca;  escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.”(Deuteronomio 6,4-9).




Sería bueno que nos aprendiéramos de memoria esta fórmula: ESCUCHA, APRENDE, PRACTICA, ENSEÑA. Seremos más felices. “Lo que hemos visto y oído, lo que hemos tocado os lo damos a conocer” (1 Juan 1,1). Amén.

 

Jesús Mendoza Dueñas.

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