“Con tu quiero y mi quiero: contagiemos solidaridad”

 6º Domingo TO CB, Mc 1,40-45

Esta semana también ha sido especial: hemos celebrado la XXIX Jornada mundial del enfermo, jueves lardero, viernes del ayuno voluntario, y este domingo la Jornada central de manos Unidas, con el siguiente lema: “Contagia solidaridad para acabar con el hambre”, que es la peor pandemia que aqueja a esta humanidad rota, injusta y desigual, y que más vidas se cobra. 

Yo traduciría el lema en plural “Contagiemos solidaridad”. Porque el compromiso tiene que ser personal y comunitario, como la lucha contra la actual pandemia. Si no entendemos que la pandemia es global y asumimos estrategias globales no la venceremos. Empezando por nuestro terruño. No es suficiente con que en Castilla y León tengamos restricciones, confinamientos y en Madrid, que está ahí al lado, sigan de verbena de la Paloma, porque lo dicte una loca de turno. No es suficiente con acaparar vacunas y vacunarnos todos, cuando nos digan, si a los países más pobres se les niega este derecho fundamental.

Dejemos la entradilla y centrémonos en el evangelio de este domingo, que narra la curación-curación integral de un enfermo de lepra. Tengo que precisar que a los enfermos de “l.” no les gusta  oír tal palabra, por la carga negativa, y la estigmatización que encierra el término y la literatura bíblica que lo acompaña. De ello soy testigo, porque tuve la suerte de vivir un par de meses de voluntariado en los años 77 y 78 en el Sanatorio de Trillo, uno de los dos reductos que quedaban en España de estos enfermos. El sanatorio era prácticamente entonces una residencia de ancianos, porque la enfermedad estaba vencida y controlada. Molokay y la época de Ben-hur quedaban muy atrás. Doy gracias a Dios por la experiencia allí vivida y por el testimonio recibido y compartido por parte de una comunidad religiosa de franciscanos y franciscanas, auténticos ángeles que servían y atendían  este proyecto de salud.

La enfermedad en la época de Jesús era secular y maldita, porque era incurable y  condenaba, de por vida, a los enfermos a vivir confinados y aislados. Eran los intocables, impuros, y malditos de un Dios vengativo, según la mentalidad del momento. Por eso el actuar de Jesús con ellos resultará siempre sorprendente y escandaloso. Porque significaba transgredir las normas y convertirse, a su vez, en impuro. Pero Jesús sabe que es una manera de anunciar el Reino que viene de un Dios cercano y compasivo. Que la curación integral, que brota de sus manos liberadoras, significaba devolverles la dignidad perdida y su integración en la convivencia cotidiana, vecinal de aquella sociedad excluyente. Jesús quiere hacer patente que en el corazón misericordioso de Dios Padre-madre caben todos, por encima de normas religiosas y leyes humanas. "El hombre es lo que importa" y "los últimos serán los primeros".

El relato de este domingo tiene detalles significativos. El enfermo se dirige acercándose a Jesús, saltándose las reglas (los protocolos) establecidas, y le suplica, de rodillas, confiadamente: “si quieres puedes limpiarme”. Compadecido, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: “(te) Quiero: queda limpio”. Jesús se acerca, escucha, siente compasión-empatía, es decir, se hace cargo del enfermo y lo sana. Y el enfermo sanado se convierte en discípulo que pregona la buena nueva.

De ahí el título que encabeza esta reflexión: “Con tu quiero y mi quiero: contagiemos solidaridad”. Todos estamos, de alguna manera, enfermos y nos sentimos necesitados de sanación integral. Este reconocimiento es el primer paso para llegar a sanarnos. Enfermos o tentados de individualismo, indiferencia, que puede producir descarte, exclusión. La pandemia nos ha descubierto que somos vulnerables, frágiles, débiles, el miedo al dolor y la impotencia que anida en nuestro interior. Como dice el Papa Francisco, en el mensaje de la Jornada del enfermo: “La experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios”. “La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quiénes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales” (cf. Fratelli tutti, 22). “Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esa meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado” (Papa Francisco, Mensaje Jornada del enfermo).

El evangelio de este domingo nos invita, a nivel personal, a vivir la cercanía eficiente, a derribar muros, a sentir empatía hacia el que sufre la enfermedad del cuerpo y del espíritu, la pandemia del hambre y a contagiar solidaridad, fruto del amor fraterno. Y a nivel comunitario y eclesial a ser una Iglesia siempre en salida hacia las periferias, samaritana, “hospital de campaña”, superando miedos, prejuicios sociales, políticos y religiosos, “una comunidad capaz de sanar, que no abandona a nadie, que incluye y acoge sobre todo a los más frágiles”.

Os dejo un par de preguntas para reflexionar: “¿Quiénes son los más frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo que reclaman nuestros cuidados y servicios? ¿A quiénes estamos excluyendo, discriminando en nuestra convivencia social hoy día?”.

"Con tu quiero y mi  (te) quiero, vamos juntos, compañero".

Feliz domingo, feliz día de San Valentín=día de la amistad, feliz semana, feliz cuaresma.

 

Jesús Mendoza Dueñas.

Comentarios

  1. Amigo ,la confianza del enfermo,si quieres puedes curarme,es maravilloso tener esa confianza en Jesús.

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