Subir y bajar: escuchar a Jesús
Para entender el significado o finalidad del texto bíblico hay que saberlo situar en su contexto, lugar y tiempo, y leerlo con suma atención fijándonos en cada uno de los detalles.
Contexto: El episodio de la Transfiguración se sitúa entre los dos primeros anuncios de la Pasión, que Jesús hace a los discípulos (Mc 8,31 y 9,31). Jesús anuncia que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Tras el primer anuncio, Pedro reacciona de forma negativa, porque no entiende que Jesús, Mesías, tenga que sufrir y morir. Jesús le reprende severamente y después dice para toda la gente junto con los discípulos que los que quieran seguirlo también tendrán que negarse a sí mismos y cargar con la cruz. Seis días después tiene lugar este extraño episodio de la transfiguración. Es una escena de claro contraste con lo anterior: Jesús acaba de hablar de pasión y Dios le muestra ahora su gozo. Acaba de recriminar a Pedro, y ahora lo lleva a su lado en la intimidad sagrada de la montaña.
El texto: Jesús decide subir al monte Tabor, acompañado de tres discípulos, que representan a todos los discípulos. El monte en muchas culturas es morada de los dioses. Así en la cultura incaica los nevados, son el hogar de los "Apus" o espíritus de las montañas que protegen a los pueblos. En la biblia es lugar de revelación del Dios de la Alianza a su pueblo escogido (Sinaí, Moria, Carmelo, Tabor).
Elementos a destacar:
-Aunque el estilo literario de Marcos es sobrio, la puesta en escena es magnífica, parece de película de ciencia ficción. En el relato todo se encuentra bien medido y calculado.
-La primera parte del texto resalta el “ambiente divino” que rodea a Jesús: el monte, símbolo de la esfera de Dios en contacto con los seres humanos; el blanco deslumbrador simboliza la gloria, categoría de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.
-El detalle de la presencia de Moisés y Elías es muy sugestivo: Moisés, el gran mediador entre Dios y su pueblo, representa la Ley (dada en otro monte) y Elías a los profetas. Ambos elementos son la base de la religión judía, pero ambos están subordinados a Jesús. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos es una manera de confirmarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje, un impostor, un loco. Se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud. Ellos desaparecen de la escena, Jesús permanece. Jesús es más que Moisés y que Elías, más que la Ley y los Profetas. No lo podemos confundir con cualquier personaje. Solo Jesús irradia luz.
-Pedro vuelve a tropezar, no entiende nada, no sabe lo que dice. Pedro no quiere que Jesús sufra. Por eso piensa que es mejor quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías, que tener que seguirlo con la cruz. Ni ser discípulo, ni ser el primero de entre ellos, le libra de fantasías y deseos equivocados. En Marcos, el discipulado es un proceso, no un estatus fijo. Nunca se acaba de ser discípulo, nunca se llega a ser “discípulo acabado”.
-La intervención de Dios desde la nube (uno de los símbolos de la presencia divina) revela la identidad de Jesús: "Este es mi Hijo amado". La voz se dirige, esta vez, a los discípulos y expresa un mandato: "Escuchadle". Este mandato, en el contexto evangélico, tiene un sentido muy concreto: todas las palabras de Jesús acerca de su destino, difíciles de comprender, siempre deben ser atendidas. Y seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
Jesús quiere revelar a todos los discípulos, como anticipación pascual, la otra cara del misterio de su vida. Es una llamada a no rechazar la cruz de Jesús y a seguir el camino de Jesús. La mirada al transfigurado es una invitación a creer en el crucificado, a asumir su proyecto completo, a mantenernos fuertes y fieles en las penalidades, en la persecución, en el sufrimiento, en el fracaso, en la muerte. El resucitado es el crucificado. Y seguir el camino de Jesús significa descender de nuevo al llano, siguiendo sus huellas. La montaña como el desierto son lugares de paso.
Bajar del monte.
Los seguidores de Jesús no podemos quedarnos "en las nubes" soñando, fuera de lugar. Sino que estamos llamados a pisar tierra, hacernos cargo de la realidad, llamando a las cosas por su nombre, poniendo en práctica sus enseñanzas en el día a día que nos toca vivir. Vacunados contra la cultura de la indiferencia, no podemos aislarnos de la realidad enrocados en nuestra torre de confort y falsa seguridad, en actitudes paranoicas o a la defensiva. No podemos ser neutrales. Dante decía que el infierno está lleno de neutrales.
La autenticidad de nuestra fe se verifica y cobra credibilidad en los acontecimientos, a veces grises, de nuestra vida diaria, en la parcela de mundo que nos toca "transfigurar". Hay que saltar al "ruedo" de este mundo que sufre y enferma, y enfrentarnos a las "cruces". La mística, la contemplación no está reñida con el sentido de la realidad, los medios humanos, el poner los pies en el suelo y aterrizar. ¡Hay tanto por hacer!
Tarea hermosa y urgente que no es posible asumir sin la escucha perseverante, paciente y obediente de la Palabra de Jesús. Nadie da lo que no tiene.
El problema es que estamos rodeados de mucho ruido y bombardeados por mil estímulos audiovisuales que reclaman nuestra atención. A veces el arroyo mete más ruido que el río. Y nos cuesta o no sabemos escuchar, guardar silencio. Escuchar es todo un arte que hay que aprender y ejercitar, empezando por nuestro interior. Qué pena que muchos que nos decimos cristianos no tengamos tiempo para escuchar serenamente a Jesús. De esa escucha nace la fe verdadera, en ella se nutre y se fortalece.
La renovación urgente de la Iglesia vendrá de saber poner en el centro a Jesús y su Palabra.
La experiencia de escuchar a Jesús es comprometida, puede ser hasta dolorosa, pero es una aventura apasionante. Es encuentro con Aquel que me descubre la verdad íntima y última de mi ser y mi destino: "Tú eres mi hijo amado y bendecido". Son palabras dichas también para mí, aunque muchos días me sienta roto. Contemplativos en la acción nos quiere el Señor y "en todo amar y servir", para eso necesitamos ojos para ver como el ciego del camino.
Jesús Mendoza Dueñas.




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