"Bendita debilidad que engendra vida"
5º Domingo Cuaresma CB, Juan 12,20-33
El relato de Juan de este 5º domingo de cuaresma transcurre entre la búsqueda de Jesús por parte de unos griegos (“Señor, queremos ver a Jesús”) y el anuncio de su propia muerte, usando la imagen del grano de trigo: “Si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda infecundo”.
Esta semana quiero compartir con vosotros una selección de textos que he escogido para meditar (entrar en el “médium”, centro, en nuestro interior), con unas pistas introductorias, para el camino. Pero el verdadero "guía" para el camino son las propias palabras de Jesús. Los podemos ordenar en tres capítulos: 1.- Buscar a Jesús. 2.- El grano de trigo que muere para dar vida. 3.- Testigos de la VIDA nos quiere el Señor.
Uno de los frutos de esta
cuaresma debería ser: avivar en nosotros el deseo interior de buscar, encontrar
y reconocer al Señor. ¿Para qué? Para orientar, encontrar y dar sentido a nuestra existencia,
como Jesús supo orientar la suya. La cruz no fue un accidente en su vida, sino
la consecuencia de toda una vida de fidelidad al proyecto del Reino. ¿Cómo?
Haciendo nuestras sus palabras y actitudes fundamentales, y el proyecto de su Reino.
“Si creemos en los hombres de palabra, ¡cuánto más en la Palabra hecha hombre!”.
“Pocas frases
encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas
palabras que recogen una convicción muy de Jesús: «Os aseguro que si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da
mucho fruto».
La idea
de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de
trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día
fruto. Si «no muere» se queda encima del terreno. Por el contrario, si «muere»
vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.
Con este
lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja entrever que su
muerte, lejos de ser un fracaso, será precisamente lo que dará fecundidad a
su vida. Pero, al mismo tiempo, invita a sus seguidores a vivir según esta
misma ley paradójica: para dar vida es necesario «morir».
No se puede
engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir
si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un
mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio
bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia si no
está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad
y persecución que sufrió Jesús” (José Antonio Pagola, El camino abierto por
Jesús, San Juan).
“¿Quién
se atreve hoy a bendecir la vida, a proclamar abiertamente que merece la pena
vivir, que la vida es un don de Dios que debemos agradecer y desarrollar?
Estamos tan marcados por la “cultura de la muerte” (guerras, atentados,
suicidios, abortos, eutanasia, aburrimiento existencial…) que nos cuesta
respirar a pleno pulmón y considerarnos de verdad “resucitados”. La pandemia no
ha hecho sino reforzar esta sensación de que la vida es un “valle de lágrimas”
y de que debemos disfrutar al máximo porque no sabemos cuándo nos va a
sorprender la muerte.
En este contexto, la experiencia cristiana
representa una alternativa, una manera diferente de entender las cosas.
Los
cristianos no nos limitamos a proclamar con buenos modales que creemos en la
vida eterna. Un mensaje anunciado en sordina y como pidiendo perdón para no
molestar no llega al corazón de las personas. Nos atrevemos a confesar con
audacia que Cristo ha resucitado y que, en él, todos hemos empezado ya a vivir
una vida distinta. La muerte, ciertamente, supondrá una frontera, pero la “vida
nueva” ha comenzado cuando hemos sido incorporados a Cristo. Vivimos ya como
resucitados. Este evangelio “loco” no debe ser descafeinado. Si queremos
acomodarlo demasiado a los criterios de lo meramente razonable, de lo
políticamente correcto, de lo que hoy se lleva, pierde su mordiente y su fuerza
transformadora. No merece la pena hacerse cristiano para ser solo una persona
de buenos modales, que no da guerra y se limita a comportarse como todos
esperan que lo haga” (Gonzalo Fernández Sanz,
misionero claretiano, de Vinuesa para más señas).
A veces, a mi edad, cerca ya de los 70, con muchas arrugas,
una cornada en el vientre y una cuchillada en la espalda siento la tentación de
que estoy perdiendo el tiempo. Me olvido que la misión no me pertenece, es don y tarea. Nuestra tarea no
consiste en cosechar, sino en sembrar. Necesitamos sembrar semillas que hagan
posible la revolución de la ternura, inclusión, amor que da la vida. Y necesito
volver a las palabras de Pablo: “lo insensato de Dios es más sabio que los
hombres, y lo débil (como el grano de trigo) de Dios es más fuerte que
los hombres” (1 Cor, 1,25).
“Bendita debilidad que engendra vida,
y la sostiene responsablemente.
Fecundidad en cada renuncia en tu nombre,
en cada gesto de amor que no exige respuesta,
en cada tormenta afrontada sin
tirar la toalla,
en cada salto al vacío tras tus huellas”.



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