Dios ama a este mundo
4º Domingo de Cuaresma CB, Juan3,14-21
pero
no sabe que, por los cuatro costados,
está
en las manos de Dios”.
Las tres lecturas de este domingo 4º de cuaresma tienen en común: el amor de Dios, rico en misericordia, dispuesto siempre al perdón, y manifestado en la entrega de su Hijo Jesús a este mundo. Un amor sin límites y que espera una respuesta de nuestra parte: la respuesta de la fe y las buenas obras.
El mundo en el que vivimos o sobrevivimos en estos momentos es un mundo herido, roto y desigual. Lo era antes de la pandemia, pero sus costuras abiertas se han agrandado y se nos han manifestado abiertamente en esta crisis global.
Un mundo inseguro, incierto, frágil. Un mundo globalizado para bien y para mal, sin distancias, pero a la vez cerrado, confinado, lleno de muros, fronteras y barreras.
Un mundo inacabado, capaz de lo mejor y de lo peor. Para un optimista, mejorable, llamado a la conversión. La pandemia ha generado y nos ha descubierto muchos gestos de solidaridad de base, vecinal. Nos ha desvelado la necesidad de ejercitar la “cultura de la cercanía y de los cuidados mutuos”. Hay razones todavía para la esperanza.
Y el mundo es mucho más de lo que ven mis ojos o se ve en la pantalla de mi móvil o tablet. El mundo eres tú y soy yo, somos nosotros, y nuestros enemigos. Hay en él muchas limitaciones y carencias, pero hay también mucha belleza y bondad. Hay muchos artistas y emprendedores, y mucha gente buena y luchadora por causas justas, más de lo que imaginamos, que no sale en el “Salvamé”, que no mete ruido como algunos de nuestros políticos. El mundo hubiese estallado ya en mil pedazos si no fuera por esta bondad inherente en el corazón de una mayoría silenciosa.
El mundo cambia, el virus cambia, pero Dios no cambia: es fiel a sus promesas. Esta es la mejor noticia, creamos o no creamos en Él.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna… para que el mundo se salve por él.” (Juan3,14-21).
No es una frase bonita más. Dicen que estas palabras de Juan resumen todo su evangelio. No las podemos ignorar. Las tendríamos que tener bien grabadas, y recordarlas (pasarlas por el corazón) todos los días. Son el núcleo esencial de nuestra fe y el fundamento de nuestra esperanza. Y deben tener consecuencias muy concretas en nuestra vida y actitudes.
Jesús es la manifestación concreta, encarnada del amor de Dios al mundo, a todo el mundo. En Jesús se manifiesta la “cercanía” del Dios cuyo rostro misericordioso nos ha revelado.
Nuestra tarea y misión como seguidores suyos es transparentar, acercar ese amor a nuestro mundo. Nada hay más importante y nada ni nadie nos puede impedir que introduzcamos, aportemos a este mundo un poco de amor, de ternura, de justicia, de compasión. El mundo cambiará a mejor cuando cambiemos tú y yo, con pequeños gestos, como cerrar un grifo, reciclar, alcanzar la compra a la vecina del quinto, compartir las lentejas con el vecino del cuarto…, empezando por la pequeña parcela en la que nos toca vivir y luchar, en la batalla abierta de cada día. Lo pienso y actúo. Amar es ejercer. Y siempre con otros. Pues el mundo es la casa común que nos cobija.
El cristianismo no es una religión de amenazas, condenas, descartes y exclusiones, sino un camino de luz, de salvación por el amor. Aunque no es oro todo lo que reluce. No podemos llamar amor a cualquier sentimiento. El amor verdadero tiene sus exigencias, entre ellas el perdón, que tanto nos cuesta. Y todos necesitamos en esta vida perdonar y ser perdonados. El problema es que nos sobra orgullo.
Acoger el perdón de Dios no es fácil, nos exige humildad bien entendida:
- Para reconocer nuestros pecados, nuestra fragilidad,
- Para reconocer nuestro orgullo, nuestra impotencia, que no nos podemos salvar solos,
- Para reconocer a Jesús como el único que nos puede salvar. Sus palabras son como un potente foco que desde lo alto pone al descubierto nuestra debilidad e impotencia.
Necesitamos que nos vacunen contra el virus de del orgullo. Esta pandemia puede ser una cura de humildad, si aceptamos la propia fragilidad y vulnerabilidad.
El papa Francisco al mirar de frente a esta pandemia habla de dos actitudes:
- DESCENTRARNOS: dejar de pensar egoístamente en nosotros mismos (“sálvese quien pueda”), “América first”, primero nosotros (D. Trump).
- TRASCENDER: mirar, apuntar más allá de nuestras máscaras, límites y fronteras de nuestro confinamiento. Buscar a Dios, fuente del verdadero amor, en la historia que nos toca vivir o sufrir, que no tiene la culpa de nuestros virus. “El peligro del contagio a causa de un virus tiene que enseñarnos otro modo de contagio: el contagio del amor que se transmite de corazón a corazón” (P. Francisco).
Os dejo para
meditar y rezar estos versos del P. Ignacio Iglesias SJ.
Yo,
pecador
Señor!
Cuando
me encierro en mí,
no
existe nada:
ni
tu cielo y tus montes,
tus
vientos y tus mares;
ni
tu sol,
ni
la lluvia de estrellas.
Ni
existen los demás
ni
existes Tu,
ni
existo yo.
A
fuerza de pensarme, me destruyo.
Y
una oscura soledad me envuelve,
y
no veo nada
y
no oigo nada.
Cúrame,
Señor, cúrame por dentro,
como
a los ciegos, mudos y leprosos,
que
te presentaban.
Yo
me presento.
Cúrame
el corazón, de donde sale,
lo
que otros padecen
y
donde llevo mudo y reprimido
El
amor tuyo, que les debo.
Despiértame,
Señor, de este coma profundo,
que
es amarme por encima de todo.
Que
yo vuelva a ver (Lc 18, 41)
a
verte, a verles,
a
ver tus cosas
a
ver tu vida,
a
ver tus hijos....
Y
que empiece a hablar,
como
los niños,
-balbuceando-,
las
dos palabras más redondas
de
la vida:
¡PADRE
NUESTRO!
(Ignacio
Iglesias, sj)
El Amor es lo q nos salva Hay q transmitirlo como el virus q nos acompaña Amor Amor siempre y en todo y con todos
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