Domingo de Ramos: del Hosanna a la cruz

 DOMINGO DE RAMOS 2021-24

Sin procesiones un año más, inauguramos la Semana Santa, con el rito de la bendición de los ramos y la proclamación de la Pasión de Jesucristo según San Marcos (Marcos 14,1-15,47).


Siempre  me he  preguntado: ¿Cómo vivir esta semana, para que sea santa? ¿Cómo vivirla en este tiempo de pandemia, que pone a prueba nuestra esperanza y capacidad de resistencia en la lucha por defender la vida, la capacidad de acompañarnos y cuidarnos? La "dolorosa" la llevamos dentro. Con pena y con gloria.

Porque se puede vivir de muchas  maneras: trabajando en el hospital sirviendo; "jugándose la vida en dirección prohibida; haciendo turismo al borde del abismo", navegando por las redes sociales,  o confinado en casa, solo o en familia, con mascarilla. Como espectadores o como actores.


Pero para responder a la pregunta inicial hay que preguntarse primero: ¿qué celebramos?

Pues celebramos el misterio de la Cruz del Señor, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, y salvación para los creyentes en Cristo Jesús.

Y preguntarse por el misterio de la cruz es preguntarse: ¿por qué y cómo muere Jesús?

Por eso es bueno, útil, muy provechoso proclamar, meditar en este día el relato de la Pasión de Jesús. Un relato, según el evangelista Marcos, lleno de contrastes, donde se nos revela la identidad de Jesús: Dios y hombre verdadero a la vez. El relato culmina con la confesión del centurión romano: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”. ¿Quién es Jesús? Esta es la pregunta que recorre todo el evangelio de Marcos. El relato de la pasión revela quién es Dios y qué es el hombre.

En dicho relato:“Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos («a mí no siempre me tendréis con vosotros»: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya, una vez más, la humanidad profunda de Jesús” (José Luis Sicre, El evangelio de Marcos. Comentario litúrgico al ciclo B y guía de lectura).

La cruz es el final de un camino, de un proceso de fidelidad. La muerte de Jesús no fue un accidente, una imprudencia suicida. Fue la consecuencia de toda una vida de fidelidad al proyecto de Dios Padre, al proyecto del Reino.

 

Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte, hemos de detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su comportamiento final.

En primer lugar, Jesús se enfrenta a su propia muerte desde una actitud de confianza total en el Padre. Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como a un falso profeta, condenado justamente en nombre de la ley, Jesús grita: «Padre, en tus manos pongo mi vida».

Por otra parte, Jesús muere en una actitud de solidaridad y de servicio a todos. Toda su vida ha consistido en defender a los pobres frente a la inhumanidad de los ricos, en solidarizarse con los débiles frente a los intereses egoístas de los poderosos, en anunciar el perdón a los pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos»  (J.A. Pagola).

Confianza y solidaridad representadas en los dos maderos de la cruz que se cruzan, uno que apunta al cielo y  el otro paralelo a la tierra.

Pero la historia de los acontecimientos que narra  la pasión no es la historia de un fracaso anunciado, sino de un triunfo. La muerte no tiene la última palabra, la última Palabra la pronunciará el Padre, rescatando de la muerte al Hijo. Por eso proclamamos en este día:

“Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2,6-11)

Por eso, quien sufre hasta la muerte es la persona más capacitada para animar a los que sufren: “El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Isaías 50,4).

Vivir santamente estos días significa vivirlos con tres actitudes: A LA ESCUCHA, COMPROMETIDOS, CON AGRADECIMIENTO.

-A LA ESCUCHA, (que exige silencio interior), CONTEMPLANDO EL MISTERIO DE LA CRUZ, MISTERIO DE DOLOR QUE NOS PURIFICA Y NOS HACE CRECER, Y EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN, QUE ES MISTERIO DE AMOR QUE CURA, MISTERIO DE VIDA. “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (San Juan). "Sus heridas nos han curado" (I Pedro 2,24).

“Cabe pensar en el signo de la cruz, que a lo largo de los siglos se ha convertido en el emblema por excelencia de los cristianos… Lo importante es que el signo sea coherente con el Evangelio: la cruz no puede sino expresar amor, servicio, entrega sin reservas: sólo así es verdaderamente el “árbol de la vida”, de la vida sobreabundante….. Esto nos hace comprender la gran responsabilidad de los cristianos y de nuestras comunidades. Nosotros también debemos responder con el testimonio de una vida que se entrega en el servicio, de una vida que toma sobre sí el estilo de Dios, cercanía, compasión y ternura, y se entrega en el servicio. Se trata de sembrar semillas de amor no con palabras que se lleva el viento, sino con ejemplos concretos, sencillos y valientes, no con condenas teóricas, sino con gestos de amor. (Papa Francisco, Ángelus, 5º domingo cuaresma, 2021).

A LA ESCUCHA de las palabras de Jesús, que en algunos momentos son grito de dolor e indignación, y que representan a todas las víctimas de la historia. Pero palabras también de perdón, de amigo, cargadas de esperanza.

-CONTEMPLANDO los gestos de Jesús que valen más que mil palabras: el gesto de lavar los pies de sus discípulos, de partir el pan.

Y al contemplar  sus gestos y palabras una pregunta obligada en estos días es: ¿por qué muere, y cómo muere Jesús? Jesús muere por FIDELIDAD al proyecto de Dios Padre que no quiere que sufran sus hijos e hijas. Y Jesús muere traspasado por la confianza plena en Dios Padre y su proyecto, y en solidaridad con toda la humanidad herida.

-COMPROMETIDOS COMO ACTORES NO COMO MEROS ESPECTADORES

Jesús pasará de la aclamación popular con ramos al abandono de todos, incluso de sus discípulos. ¿Dónde y cómo me sitúo yo? 

¿Con quién me identifico en la pasión de Cristo? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?

“Os he dado ejemplo para que hagáis vosotros lo mismo”:

- prestar nuestra voz a los sin voz. Denunciar las injusticias, diciendo la verdad.

- sirviendo a nuestros hermanos, especialmente a los más débiles, más pobres.

- dando la vida, desviviéndonos por los demás, COMO HAN HECHO Y SIGUEN HACIENDO LOS SANITARIOS, LAS FUERZAS DE SEGURIDAD, Y TANTOS OTROS…

….. “vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos, como dije el domingo pasado, para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!  (Papa Francisco, catequesis, 28 de marzo 2013).

-CON AGRADECIMIENTO: en la cruz está nuestra salvación (luz y sombra). Los cristianos descubrimos en la cruz el misterio insondable del amor y entrega de Jesús por todos, amor vivido hasta el extremo. En este Dios podemos creer o no creer, pero no podemos burlarnos de Él.


Decía el Papa Francisco: En su sufrimiento y en su muerte, podemos ver el dolor de la humanidad, el dolor de nuestros pecados, y la respuesta de Dios a ese misterio del poder del mal. Dios toma sobre sí el mal del mundo para vencerlo. Su pasión no ocurre por error. Es la manera de mostrarnos su amor infinito. En esa pasión de Jesús contemplamos su grandeza y su amor.

En esta Semana Santa nos hará bien, a todos, mirar el crucifijo, besar las llagas de Jesús y decirle gracias. Porque eso lo hizo por cada uno de nosotros. Pero Dios siempre interviene en el momento en que quizás uno no lo espera, y Jesús resucita, ESTÁ VIVO” (Papa Francisco, catequesis 17 de abril 2014).


Jesús Mendoza





Jesús Mendoza Dueñas

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