"No quedará piedra sobre piedra"

 3º Domingo de Cuaresma C.B. Juan 2,13-25

Confieso que no he tenido ni tengo vocación de constructor, ni he caído en la tentación de pasar a la posteridad construyendo algo. Pero sí “nos” ha tocado levantar ruinas de templos que se vinieron abajo con la despoblación de Tierras Altas de Soria, como el templo parroquial dedicado a San Martín obispo de Vizmanos, contando con la colaboración de muchos vecinos, voluntarios e instituciones. Hoy el  debate está abierto sobre la titularidad de la propiedad de los templos y lugares de culto.

Hace un año nos vimos obligados, por la pandemia, a cerrar los templos al culto. Algunos se rasgaron las vestiduras y protestaron desde más allá de los mares, por tal “atentado contra un derecho fundamental”: la libertad religiosa. Pero soy muy consciente de que el derecho a la salud integral y a una vida digna es un derecho superior. Primero la salud. Y creo firmemente que la primera tarea de la iglesia es “curar”, cuidar, acompañar, acercarse al caído. Como reafirma el papa Francisco: soñamos con una Iglesia pobre, en salida, hacia las periferias existenciales, “hospital de campaña”, Iglesia samaritana. Iglesia profética que se pone de parte de los más pobres y denuncia el tráfico de seres humanos sacrificados en aras de un sistema económico que “mata”.

Dicen que “las palabras no tienen huesos pero los rompen” (Theodor Kallifatides, Madre e hijos). Pero, a veces, vale más un gesto, una imagen, que mil palabras.

En el relato del evangelio de Juan, de este tercer domingo de cuaresma, aparece Jesús, en el templo de Jerusalén, uniendo gesto y palabras. Su actuación significará un atentado, un misil, que hace tambalear los cimientos de la estructura más importante de la religión oficial del pueblo judío: el templo de Jerusalén. Los cuatro evangelistas recogen el gesto provocativo de Jesús, con látigo en mano (según Juan), expulsando del templo a vendedores de animales y cambistas de monedas. La verdad es que no veo yo a Jesús sacudiendo con el látigo a la gente. Más bien a los bueyes, que son los primeros que aparecen en la escena. Dejamos para los estudiosos de la teología bíblica la explicación del hecho histórico y su interpretación.

Jesús sí que da su interpretación, la clave de tal gesto, añadiendo la denuncia de sus palabras que no tienen desperdicio: “…no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Y en disputa o diálogo con los “judíos” sentencia: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Hablaba del templo de su cuerpo, anunciando su resurrección. Jesús proclama de manera radical, con sus gestos y palabras, que el mismo ser y tiempo de este templo ha terminado: “No quedará piedra sobre piedra”. Jesús es el nuevo templo de Dios, y su muerte el único sacrificio que él mismo ofreció.

No le entendieron ni los escribas, ni los discípulos, ni la gente que asistió a tal espectáculo. Pero el hecho quedó muy gravado en su memoria. El caso es que, más tarde, todo ello fue motivo de acusación grave en la caricatura de juicio que se sigue contra Jesús ante el Sanedrín.

En el diálogo con la “samaritana” (Juan 4,21) Jesús proclamará el verdadero culto agradable a Dios: “Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad”.

Ya lo habían anunciado los profetas. Adorar al Padre en espíritu y verdad significa dejarnos guiar por el Espíritu de Jesús, es decir, buscar y cumplir la voluntad del Padre. Al final de la escena de la samaritana, Jesús dirigiéndose a sus discípulos que le invitan a comer proclama: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado (El Padre) y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). “Y la gloria de Dios  es que el hombre viva (con dignidad)” (San Ireneo). Cuando la “casa de Dios” realice, cumpla esta verdad se convertirá en campo abierto de oración y encuentro para todos los pueblos.

Si la voz de Jesús se apaga, el mundo se queda a oscuras, tanto como para sentirnos ciegos y huérfanos. Las palabras de Jesús deberían sacudir nuestra indiferencia, estremecernos ante el drama que sufren tantas personas en este mundo injusto, violento y desigual, víctimas del tráfico mafioso de seres humanos (emigrantes, refugiados, trata, prostitución, drogas, pederastia, explotación laboral e infantil….). Mientras celebramos la Eucaristía del domingo habrán muerto de hambre, en mil rincones del mundo, miles de personas, niños.... El hambre es la peor pandemia. Necesitamos vacunarnos contra el virus de la indiferencia que nos puede contagiar. No podemos mirar para otro lado. Nos convertimos en cómplices de “una economía que mata” (Papa Francisco), que rinde culto al dios dinero.

Os dejo como práctica penitencial cuaresmal la reflexión o meditación gozosa de estas palabras o mensajes del Papa Francisco tomadas del documento: “La alegría del Evangelio”.

 


 “Quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien”. (Nº 9)

 

“Muchas veces es más bien, detener el paso, dejar de lado la ansiedad, para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. (Nº 46)

 “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (nº 49)


 “Así como el mandamiento de  «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la iniquidad» (nº 53).

“La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio”(nº 114 )

 

Dios es amor, y el amor no se compra. Feliz semana.

 

Jesús Mendoza Dueñas

 

 

 

 

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