"Sin mí no podéis hacer nada".

 5º Domingo de Pascua, CB, Juan 15,1-8

"con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido..." (A. Machado).

Estamos en primavera. En primavera el campo se llena de colores, y más con las abundantes lluvias de finales de abril. Llueve y lo agradecemos todos, el campo y los campesinos. En estos primeros días de mayo solemos “bendecir” (bien-decir) los campos, en aquellos lugares donde se conserva todavía la tradición. El problema es llegar a todos los pueblos. Un  compañero mío está pensando en usar un “drone” (“zángano, en inglés) con un botijo porque a ver cómo llegas en la mañana del tres de mayo desde Fuentes de M. a El  Villar del R., pasando por San Pedro M. ¡Muy fácil, volando!

Sabemos que las plantas para crecer sanas, madurar, florecer y dar frutos necesitan recibir la luz del sol, el agua a su tiempo, abono, y estar bien enraizadas.

El evangelio habla de la vid, las cepas y la viña. Un cultivo, hoy día, que se ha convertido en un trabajo artesanal y verdadera ciencia,  una tarea delicada y amorosa, para producir un excelente vino. Una imagen usada frecuente por los profetas del Antiguo Testamento para designar al pueblo escogido por Dios (Is 5,1-7; Os 10,1-2; Jer 2,21-22; Ez 17,5; 19,10; Sal 80,9-15). En el lenguaje bíblico el árbol es símbolo de la vida, de la plenitud de la vida (Apc 22,2).



En el evangelio de Juan (15,1-8) de este domingo, que pertenece al discurso de despedida de Jesús en la última cena, la imagen se refiere al mismo Jesús. Él nos dice, usando esa imagen sencilla y clara a la vez: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos… sin mí no podéis hacer nada” (v.5). Son de esas frases evangélicas rotundas que deberíamos grabar bien en la memoria. Solo unidos a Él podemos dar los frutos que Dios Padre bueno, “el labrador”, espera de nosotros y que nuestro mundo roto y desigual más los necesita: justicia, amor compasivo, cercanía y cuidados mutuos, concordia, perdón y paz, unidad, fraternidad. Son los frutos del Reino que instauró Jesús y que tiene que crecer, extenderse. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad en nuestras vidas su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos. Ello nos exige estar unidos a Él, identificarnos son su proyecto y actitudes fundamentales, cultivar su amistad. Siete veces se repite la expresión: “permaneced en mí”, y seis veces “dar frutos”. Una clara referencia a la unidad e intimidad con Él.


Por el contrario, si no permanecemos unidos a Él como el sarmiento en la cepa, enraizados en su vida, en otras palabras, si no cultivamos la fe, nos secamos y la comunidad de sus seguidores languidece y se apaga. La Iglesia no podrá llevar adelante su misión en el mundo contemporáneo, lleno de dificultades, con sus aciertos y errores, si los que nos decimos cristianos no nos convertimos en verdaderos discípulos de Jesús, “la verdadera vid”, animados e iluminados por la “savia – fuerza” de su Espíritu y su pasión por un mundo más justo, y por ello, más humano, más fraterno. La imagen de la vid y los sarmientos es también símbolo de la unidad necesaria que debemos perseguir, sabiendo que es Jesús quien nos une de verdad. En nuestra vida personal y social, sabemos por experiencia que la unidad y la fraternidad hay que cultivarlas, con el alimento del pan de las palabras sinceras y el vino bueno de la amistad. Hay que saber dar el paso del "ellos", "esos", los "otros" al "nosotros", al Fratelli tutti, todos hermanos.


Y la fe se cultiva en la escucha perseverante y obediente de la Palabra de Dios, en la oración continua, “de amistad” con el Amigo, humilde y sincera; en el compromiso cotidiano, alegre, valiente y respetuoso. Y la fe crece dándola. Fe y frutos son expresiones sinónimas. Algo que parece elemental, pero que lo olvidamos con frecuencia. Cuando esto sucede la religión se reduce a ritos, tradiciones y folklore.

Con la cosecha del vino nuevo y joven, no termina la tarea. Hay que volver a empezar el proceso en un nuevo otoño y primavera: preparar la tierra, arrancar la maleza, podar los sarmientos y esperar la maduración de la viña, hasta una nueva vendimia, que hará posible un nuevo compartir del vino de la alegría y del encuentro. Y “a vino nuevo odres nuevos” (Mc 2,22). 


Jesús Mendoza Dueñas.




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