"Vosotros sois mis testigos"

 3º Domingo de Pascua, CB. Lucas 24,35-48

“Vosotros sois mis testigos”


A mí me gusta salir a pasear por el monte o por las calles de mi pueblo, por la senda del “colesterol”, San Matías, el “Cubo”. En el camino siempre me encuentro gente que pasea “con otros”. Rara vez van solos. Unas veces les saludo. Otras nos paramos a charlar. La gente expresa que, hoy día y siempre, salir de la “jaula” en que vivimos es una necesidad, y mejor bien acompañados, aunque solo sea de un perro fiel. Para muchos es una necesidad vital salir a tomar un par de vinos con su cofradía.

En este tiempo de cruel pandemia, en que no nos vemos y guardamos las distancias, nos  estamos dando cuenta de lo importante que es vernos, tocarnos, abrazarnos, besarnos, hablarnos, caminar y comer juntos. Estos días echamos de menos el con-tacto. Evitamos tocarnos. “Vivimos como aves enjauladas” que no pueden volar (Rozalén), deseando salir a disfrutar libres de la luz del sol, y del aroma intenso de los pinos.

Estamos como los discípulos de Jesús en los primeros momentos de la Pascua. Encerrados, confinados, preocupados, desinformados, asustados (algunas personas no quieren vacunarse por miedo).

El primer abrazo, la fotografía del danés Mads Nissen que refleja la pandemia y sus consecuencias sociales, ha ganado el premio a la fotografía del año (y también el de la categoría de noticias generales) en los premios  "World Press Photo 2021”, una edición que ha estado marcada por el coronavirus. La imagen muestra el momento en el que Rosa Luzia Lunardi, una anciana de 85 años, es abrazada por la enfermera Adriana Silva da Costa Souza, en la residencia Viva Bem, Sao Paulo, Brasil, el 5 de agosto de 2020. Este fue el primer abrazo que Rosa recibió en cinco meses.

 No es fácil creer en Jesús resucitado. Vivir la Pascua es estar dispuestos a recorrer el camino de los discípulos, testigos de Jesús, el resucitado, el que Vive. Porque la verdadera prueba de la resurrección de Jesús no es el sepulcro vacío, sino el testimonio, la experiencia de vida de los testigos de Jesús.

Pata ello hay que estar dispuestos a “nacer de nuevo”: cambiar, crecer, comenzar.

El camino del testigo significa pasar de la “oscuridad del sepulcro” a la luz, para ser testigos de su luz, sabiendo que en nuestro interior conviven las luces y las sombras.

Para ser testigos del amor misericordioso que perdona, y nos reconcilia con el hermano. Para convertirnos en portadores de paz (“Paz a vosotros”), cultivadores de concordia, artesanos del “diálogo” que conduce a la fraternidad.

Las tres lecturas de este tercer domingo de Pascua coinciden en el tema del abrazo del perdón y de la reconciliación, que el Dios bueno de Jesús ofrece a todos gracias al misterio de la Pascua: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos” (Lucas 24,48).

El evangelio de Lucas se compone de dos escenas. En la primera Jesús se aparece a los discípulos y les muestra las pruebas de que es él (“Soy yo”). El mismo que ha sido crucificado está vivo. Dios no ha resucitado a un cualquiera, sino a un crucificado. El Dios de Jesús es el Dios de las víctimas que hace justicia. Jesús les muestra las llagas de sus pies y manos. Les invita a tocarle y come con ellos un trozo de pescado. Porque una mezcla extraña de miedo y alegría les impide reconocer a Jesús, lo confunden con un fantasma. Jesús siempre gustaba del “con-tacto”, de la cercanía. Su toque es caricia, acogida, irradia sanación, y demuestra con ello que no hay nadie en este mundo que sea intocable. Jesús les recuerda una vez más la importancia de la “mesa compartida”. Lo podemos entender muy bien hoy día en que no podemos juntarnos a comer, a celebrar. Nos falta la "comensalidad" como lugar de encuentro. Demasiadas sillas vacías.  Al Resucitado lo experimentamos en la vida cotidiana.

La segunda escena es una catequesis o discurso sobre su pasión, muerte y resurrección.

Alguno podrá objetar: “un discurso muy bonito, pero yo no estuve allí”. Necesitamos fiarnos de lo que cuenta Lucas, el testigo. Por eso Jesús se dirige a todos nosotros explicándonos el sentido de su pasión, muerte y resurrección: “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.

Para ser sus testigos necesitamos el don de su Espíritu que abra nuestro entendimiento y mueva nuestros corazones, encienda nuestra capacidad de amar, para poder decir como Pedro: “lo amáis sin haberlo visto” (I Pe 1,8). Esta es la mejor prueba de la Resurrección: amor que va de la mano de la alegría. Y si nos cansamos, equivocamos, caemos, saber que siempre tenemos: “a uno que aboga por nosotros ante el Padre: Jesucristo, el Justo” (I Juan 2,1). Y en esto sabemos que lo amamos: “en que guardamos sus mandamientos y guardamos su Palabra”.

El camina con nosotros. Y quien ha experimentado de verdad la presencia de Jesús en su vida siente la necesidad de contarlo. La fe no se impone, se contagia con el testimonio sencillo, alegre, valiente, coherente y respetuoso de la propia experiencia de vida. El testigo verdadero comunica lo que vive. No contagia doctrina, creencias, el contenido de un libro, sino vida. Lo afirmó el Papa Pablo VI: “El mundo cree más a los testigos que a los  maestros” (EN 41). El Papa Francisco también lo ha dicho de manera parecida y más popular: “Menos textos y más testigos”; “Él no quiere 'reporteros' del espíritu, mucho menos cristianos de fachada o de estadística. Él busca testigos, que le digan cada día: Señor, tú eres mi vida” (Homilía Fiesta S. Pedro A. 2019).


 Creer es encontrar y encontrarnos con Jesús en el camino de la vida. Y no olvidemos nunca que la fe es don que hay que suplicar, agradecer, cultivar y dar.

“Paz a vosotros. Aquí están mis manos y mis pies. Sentaos y comed conmigo. Vosotros sois mis testigos”

 

Jesús Mendoza Dueñas.

 

 

Comentarios

  1. Gracias Jesús x tus comentarios y reflexione sigue haciéndolo.un abrazo Manoly

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