¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?

 FIESTA DE LA ASCENSIÓN CICLO B

“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hechos 1,1-11); Marcos 16,15-20).


Fin de semana de la “gran escapada o evasión” anuncian los medios de comunicación, después del final del estado de alarma.

En las redes sociales navega (copia y pega) esta entradilla  o pequeña parábola-cuento en la fiesta de la Ascensión (No sé si su autor es mi amigo el P. Félix Jiménez, Escolapio). Una especie de cuento.

"Cuando Jesús volvió a su casa, al cielo y se sentó a la derecha del Padre, los ángeles celebraron una fiesta para darle la bienvenida.

Había globos, pancartas, confetti, música y un gran cartel que decía: Bienvenido a casa. Misión cumplida”.

Uno de los ángeles le hizo una entrevista sobre su estancia en el mundo de los hombres para el periódico local.

-Y ahora que tú, Jesús, has dejado la tierra, ¿quién va a continuar tu tarea?

-Once hombres que me aman, contestó Jesús.

-¿Y si fracasan? ¿No tienes un plan B?

-No. No hay ningún otro plan".

Pero la vida no es un cuento aunque la pintemos, muchas veces, de color de rosa.

Mucha gente, como consecuencia de esta pandemia, duerme mal, tenemos pesadillas. Pero cuando despiertas te tienes que enfrentar a la vida que parece una pesadilla real. La hambruna persistente en África, la tragedia de la pandemia en la India, el eterno conflicto armado entre Israel y Palestina, las protestas populares en Colombia, la crisis medioambiental persistente.  Las peleas entre nuestros políticos que parecen de patio de colegio. Tenemos la clase política más mediocre y maleducada de los últimos tiempos. Hace diez años, los jóvenes acampados en la Puerta del Sol de Madrid clamaban indignados: “la clase política vive alejada de la ciudadanía”.

La catedrática de filosofía Adela Cortina en su último libro “Ética cosmopolita” afirma: “Frente a la mano invisible de la economía global y de la política mundial necesitamos la mano intangible de la ética personal y social”, es decir del buen pensar y el buen hacer personal y con otros.

Celebramos la fiesta de la Ascensión, fiesta de encuentro, despedida,  fiesta de inauguración y de promesa.  El evangelista Lucas, en Hechos, pinta la despedida de Jesús con recursos literarios propios de la cultura grecolatina, que hoy se nos ocurren como de cuento. Marcos subraya el tema de la misión universal del discipulado y la promesa de la presencia de Jesús.

Toda despedida es siempre dolorosa, pero muchas veces necesaria y fructífera. Los discípulos habían compartido años de amistad con el Maestro,  caminos, de seguimiento y de intimidad. Hubo días luminosos de fiesta, de alegría,  de bendición, pero también de sufrimiento y de cruz. Fiesta del triunfo de Jesús que es nuestro triunfo. Por ello, fiesta de la Esperanza. Y el fundamento de nuestra esperanza es la promesa de Jesús: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. 

A la misión cumplida de Jesús se suma ahora la misión que nos corresponde cumplir a nosotros, sus discípulos, en este hoy de la Iglesia, que nos toca vivir a todos. Un horizonte que parece sombrío (“tiempos recios” como diría Sta. Teresa). El sentido y tarea de la Iglesia no son otros que la misión. La Iglesia existe para la misión de hacer presente a Jesús. La misión de transfigurar, rescatar este mundo roto, desigual y fragmentado, según el proyecto del Reino, introduciendo huellas de trascendencia, de justicia, de verdad. La misión de enseñar a vivir al estilo de Jesús. La Misión es para esta tierra. Nuestra casa, desde entonces serán los caminos del mundo, nuestro estilo el de los peregrinos.  La creación entera es la patria de los creyentes. Su vocación la Misión, universal, para todos los pueblos, culturas, para todos los tiempos, ayer y hoy. Misión y promesa van unidas.

La promesa de su presencia, el saber que El va por delante como cabeza y Pastor, el saber que El nos acompaña es el fundamento de nuestra esperanza. El es el “Dios con nosotros”. Necesitamos volver a escuchar cada día sus enseñanzas para salir a los caminos del mundo. La misión compromete a todos.

Y la promesa de Cristo que está con nosotros nos ahorra el confiar en líderes humanos por santos y maravillosos que parezcan. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”, testigos del amor de Dios, porque ese es su mandamiento.

Yo creo que el mundo sobrevive gracias al compromiso y testimonio, muchas veces silencioso, de los que el Papa Francisco denomina “Santos de la puerta de al lado”. Se atreve a poner algunos ejemplos: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo” (Papa Francisco, Gaudete et exúltate n. 7). Podríamos poner mil ejemplos más de personas buenas que conviven con nosotros, con sus limitaciones e imperfecciones, pero que están sosteniendo la vida, nuestra vida: médicos y enfermeras, agentes de seguridad, profesores, amas de casa, artesanos y funcionarios, voluntarios, abuelos y jubilados. Gente buena y sencilla que saben mantenerse en pie  cuando todo nos invita, a veces,  a dimitir y mirar para otro lado. Solo ellos son de “color esperanza”.


Cristo no sólo necesita oídos o corazones, necesita gente viva que lo siga, a cualquier lugar de la tierra, a todos los pueblos, a todos los tiempos, a toda la creación. Para ello necesitamos alimentar la fe para dar frutos, (porque nadie da lo que no tiene) para crecer, para perseverar en los momentos difíciles como los que estamos sufriendo, para resistir la ola de las  fuerzas contrarias al Evangelio, superar el desgaste de los años.

Nosotros somos los ojos, las manos los pies de Jesús siempre que nos atrevamos a usarlos para lo que Jesús quiere y espera de nosotros. Gracias por confiar en nosotros. Danos tu Espíritu de generosidad para no dormirnos en los laureles y vivir de las rentas.

 

Jesús Mendoza Dueñas.





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