"Sálvanos, que perecemos"

 12 domingo TO CB, Marcos 4,35-40

“Maestro, ¿no te importa que perezcamos?... Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”

El tiempo que nos toca vivir y padecer es tiempo de tormentas y “Filomenas”.

“Son muchas las tormentas que hoy nos zarandean: sanitarias, políticas, culturales, religiosas, socio-económicas, vitales… y claro que dan miedo. Nos da miedo la posibilidad de   naufragar. El Pacífico no es tan pacífico. Se ha hecho de noche y tú, Señor, pareces dormir. Estamos igual que entonces. No terminamos de aprender a confiar y vencer el miedo” (J.Mª Olaizola SJ).

El miedo es uno de los peores enemigos de la persona. Hay miedos y miedos. Algunos los heredamos, otros los contagiamos. Algunos fundados, otros imaginarios. Algunos evitables, otros inevitables.

Tú nos invitas a confiar en tu mano providente que gobierna la “la pequeña barca”. Pero la palabra o valor de la providencia no se cotiza hoy mucho. Suena a algo piadoso. Por supuesto, que hay que entenderla bien. Preferimos apostar o confiar en la diosa del azar, en la vida fácil, sin riesgos y sacrificios. Nos da miedo tomarnos la vida demasiado en serio. Preferimos los tranquilizantes y somníferos. Nos decimos valientes de palabra, pero, en el fondo, todos somos unos cobardes, y nos cuesta reconocerlo.

Hay gestos que dicen más que mil palabras. El 27 de marzo del año pasado, en medio de la tormenta  global que paralizo, oscureció e hizo más pequeño el mundo, ocurrió algo simple y grande a la vez. El Papa Francisco en medio de la plaza de San Pedro de Roma, desierta y silenciosa; solo y frágil como cada uno de nosotros, en una imagen y gesto sobrecogedor que ha quedado gravado en muchos corazones, nos invitaba a levantar los ojos y las manos, todos juntos, hombres y mujeres de buena voluntad, al Señor del tiempo y de la historia, en un momento misterioso. Para pedirle que ilumine los misteriosos caminos del tiempo y de la historia. Para implorar ayuda y misericordia en un momento de gran aflicción humana, material y espiritual. Finalmente para bendecir el camino de toda la humanidad, que debe caminar o navegar hacia la civilización del amor.


Aquella tarde proclamó el mismo evangelio que proclamamos este domingo 12º del tiempo ordinario: Marcos 4,35-41. Ante el crucifijo milagroso de San Marcelo, que parece que llora, y ante el icono de la Virgen “Salus Populi Romani”.


“Al atardecer”, así comienza el evangelio que proclamamos. Desde hace más de un año pareciera que todo se ha oscurecido. “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades, se fueron adueñando de nuestras vidas llenándolo todo de silencio que ensordece y de un vacío desolador que paraliza todo a su paso; se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”. Nos encontramos asustados y perdidos” (P. Francisco). Así comenzó la oración el  Papa Francisco en esa tarde lluviosa del 27 de marzo, en la plaza de San Pedro de Roma. “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construidos nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. Anestesiados, no nos hemos detenido ante tu llamada, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo”.


Y Tú nos dices: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Nosotros pensamos que duermes, que te has desentendido de nosotros, que te has vuelto sordo, indiferente, lejano. Y nos hundimos en la soledad como huérfanos y náufragos, y nos dejamos llevar por las olas, donde sea, da igual. Nos inunda el pesimismo y el fatalismo. Nuestros líderes paranoicos no hacen otra cosa que echar la culpa a  los demás, o a un enemigo invisible.

“Sálvanos que perecemos”. Infúndenos valor, lucidez y confianza en la fuerza de tu amor. ¡Guíanos, purifícanos, sálvanos con la fuerza de tu Espíritu! Porque Tú no quieres que nos hundamos. Tú vas por delante. Ayúdanos a orar con sinceridad y confianza. “El hombre que reza tiene en sus manos el timón de la historia” (San Juan Crisóstomo). Ayúdanos a entender que navegamos en la misma barca, y necesitamos remar juntos en la misma dirección.


Salmo 123: “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello”.

 

Jesús Mendoza Dueñas.

 

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