"Se venden semillas, no frutos"

 11º DOMINGO TO CB  Marcos 4,26-34 JMD

Se venden semillas, no frutos (Anthony de Mello)

Una mujer soñó que entraba en una tienda recién inaugurada en la plaza del mercado y, para sorpresa descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.

“¿Qué vendes aquí?”, le preguntó.

“Todo lo que tu corazón desee”, respondió Dios.

Sin atreverse casi a creer lo que estaba oyendo, la mujer se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Deseo paz del espíritu, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor”, dijo. Y luego tras un instante de vacilación: “No sólo para mí, sino para todo el mundo”.

Dios se sonrió y dijo: “Creo que no me has comprendido, querida”. Aquí no vendemos frutos. Únicamente vendemos semillas” (La Oración de la Rana, Anthony de Mello).



El verano pasado tuve la grata experiencia de cultivar pimientos en el balcón de casa,  en una maceta en la que previamente sembré varias semillas, con la esperanza de que algo podría brotar. Tuve paciencia y coseché mis pimientos bien brillantes.. Las semillas son minúsculas. Un milagro de la vida, de la naturaleza.

Vivimos en una sociedad tecnificada en la que dominan valores como la eficacia, eficiencia, el máximo rendimiento. Pero que tiene como contrapartida o efecto la vida tensionada, el estrés de muchas víctimas. Son los valores que priman frente a otros bien distintos como la gratuidad, la contemplación, la cultura de lo pequeño,  la lentitud.

El evangelio nos muestra como Jesús toma ejemplos de la vida cotidiana para hablar de la presencia y actuar de Dios en la vida misma. Y es que Jesús sabe mirar, contemplar la realidad en profundidad, lo cual le permite rastrear las huellas del actuar de Dios en nuestra historia. Y con ello nos está enseñando ya a mirar la propia vida y la realidad que nos rodea con ojos nuevos, y a descubrir en ella las llamadas que Dios nos hace, su presencia fecundante. Nos enseña a mirar a corto, medio y largo plazo, porque la vida es un proceso, es camino, a saber, por ello, esperar y contemplar.

En una primera parábola, Jesús compara  el crecimiento del Reino, el actuar y presencia de Dios, con el crecimiento oculto y lento de una pequeña semilla. Una parábola llena de contrastes. El relato resalta el contraste entre la espera del labrador que siembra y el crecimiento irresistible de la semilla, bajo tierra, que primero crece hacia abajo y después tiene que romper la tierra para emerger, crecer, florecer, madurar, fructificar.



El mensaje principal es que la vida cristiana es don y tarea, tarea y don que hay que acoger. Que hay que tener paciencia, confianza, agradecimiento, contemplación, creatividad, dejarse querer, saborear los pequeños detalles y milagros de la vida, y saber esperar.

La segunda comparación es con un grano minúsculo de mostaza que crece y es capaz de albergar los nidos de los pájaros, como los acebos que están enfrente de mi casa. Se quiere destacar la capacidad de albergar nuevas vidas. La vida cristiana es salida, apertura, para coger, unir, incluir, proteger, cuidar a vida. ¿Cómo lo estamos viviendo en este tiempo de crisis, de pandemia?

Nos invita también al realismo, a tener los pies firmes en la tierra (“la realidad es más importante que las ideas”, P. Francisco) y, a la vez, a confiar en el actuar misterioso pero eficaz de Dios, que siembra y cuida providencialmente, y no deja de actuar.

La parábola es una invitación provocativa a confiar en la acción misteriosa de Dios en la historia, en su Iglesia y en cada uno de nosotros, renunciando a a considerarnos los protagonistas de la historia, y a pensar que todo depende de nosotros, de lo que hacemos o dejamos de hacer.

Da la impresión que en muchos países occidentales el cristianismo está atravesando una crisis bien profunda, parece que va de capa caída. No hay que desanimarse. La Iglesia empezó su andadura en el imperio romano, con unos humildes pescadores, como un pequeño arbolito en el que anidarán algunos pájaros. Estamos llamados a ser minoría, modesta, sin poder, sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien lo necesite, sin meter mucho ruido, ni pasar facturas.


Por todo ello, y a pesar de todos los pesares debemos dar gracias al Señor de la mies, que navega con nosotros en la misma barca. Dios mismo ha prometido: “El justo, en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Salmo 91).
Jesús Mendoza Dueñas.






Comentarios

  1. Gracias amigo x no la semilla q nos das cada semana no q nos da fuerza para el crecimiento d la fe en la joda y en todos los humanos.

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