CUALQUIER LUGAR ES BUENO PARA JUGAR
“FULBITO”

Cualquier lugar es bueno para jugar
“fulbito” y pegarle a la bola aunque sea descalzo. En una calle recién
encementada que da entrada al caserío de Macacará, que suena a canto de pájaro
o correr del agua, en el Valle del Chira, cuatro ladrillos por porterías, tres
varoncitos, una niñita y un papá juegan a fulbito. Su alegría es contagiosa. Se
necesita poco para ser feliz. Al costado de la “pista” improvisada, desde una
cerca vecina observan la disputa un burrito, unas vacas flacas y un “chancho”.
Son las cinco de la tarde, y tendremos unos 30 grados. El pronóstico en Piura
hoy era de 35 grados y 40 de sensación térmica. La mayoría juegan descalzos
tanto en la arena como en la pista encementada. Tienen la planta del pie bien
curtida como corteza de algarrobo. Al fondo del caserío se divisan los sembríos
de arroz que se van dorando y plantaciones de banano “orgánico” (ecológico),
una alternativa rentable en esta parte del valle en los últimos tiempos,
solución que hace frente a la especulación de las grandes empresas
agroindustriales que se han establecido en las fronteras del valle acaparando
tierras eriáceas para sembrar caña de azúcar y elaborar biodiesel, con la
bendición del gobierno de turno. El paisaje del valle del río Chira en esta
época de verano es bien hermoso, con sus tonos verdes y dorados. Las palmeras
rompen el horizonte y delimitan los campos de cultivo. Los mototaxis van y
vienen con algún pasajero que viene del caserío vecino o llegan de la chacra
cargados de bananas, mangos criollos o papayas. Un "ñaño" semidesnudo juega en lo
alto de un montón de grava de una obra vecina. La mitad de las calles están
llenas de montones de arena y ladrillos para la construcción o remate de alguna
vivienda. La mayoría de las viviendas da la impresión de que están a medio
construir. Es cuestión de tener la suficiente plata para rematar. Todo Perú
está en obras. Faltan nueve meses para las elecciones municipales y los
candidatos ya están en campaña electoral. Te encuentras zanjas abiertas en la
mayoría de las calles de las ciudades importantes.

Es lunes, “domingo chiquito”, día de
“corte” o de resaca que se combate bebiendo más. A las puertas de las cantinas
o chicherías grupos de hombres beben cerveza o chicha y ríen despreocupados. Es
también el día de la celebración de misa de difuntos, cuyos aniversarios se
celebran escrupulosamente. He celebrado misa de difuntos en el Tablazo del
Arenal a las cuatro de la tarde con toda la solina, con el templo a rebosar. Ha
acudido harta gente de los caseríos vecinos. El culto a los muertos es
especial. Hay un sincretismo de ideas cristianas e indígenas muy interesante, que se
manifiesta en ritos y costumbres en torno a los finados. Por ejemplo: en la
creencia del hombre andino antes de que la persona realmente fallezca, en la
agonía, su alma “sale” de su cuerpo y comienza a recorrer todos los caminos
andados en su vida (“Todos volvemos a la tierra que nos vio nacer y crecer”) y
solo “regresa” para el ritual del “quinto día”, entonces se da cuenta de que
esta realmente muerto se va al mundo de los espíritus. Al cementerio van
siempre por un camino y vuelven por otro distinto, para despistar al espíritu
del muerto que puede volver a casa y molestar a los familiares que se portaron
mal con él.

Durante este tiempo en casa del finado ni se barre ni se toca nada
para no molestarle, por las noches hacen rezos, hasta el noveno día en que se
“alza la cruz” y se celebra la misa de honras. Al terminar la misa la comitiva
se dirige a casa del finadito a compartir el “seco”, un plato típico del norte
a base de arroz y carne guisada de res o cabrito, regado con rica chicha
elaborada varios días antes. Sirven por turnos y llega sorprendentemente para
todos. Comienzan por los hombres que se sientan a la puerta de la casa
separados de las mujeres y niños. Después sirven a las mujeres. Los niños
comerán los últimos del plato de los mayores. Es un rito de confraternización y
de buena vecindad. Hoy toca en mi casa, mañana en la del vecino. La gente va
llegando bien “alistada” para la celebración familiar. Los hombres con camisa
blanca y pantalón negro. Algunos traen valdecitos de agua para que la bendiga
el padrecito. Con ella rociarán los rincones de la casa para ahuyentar a los
malos espíritus, y bendecirán con ella a los bebes de la familia para que
terminen de criarse sanos. Mientras mi colega celebra en Macacará un perro hace
la guardia en mitad del pasillo. Nadie se molesta con el perro si entra al
templo, que tiene las puertas abiertas de par en par mientras dura la
celebración para que corra el viento y se ventile. Yo les he visto beber hasta
el agua bendita de los valdecitos. “¡Caprichos tiene la sed!” diría Antonio
Machado. En el mundo andino los perros son venerados como animal “cuasi-sagrado”.
El perro (allqu en quechua) puede ver el alma de los campesinos que
camina al lado del hombre como su sombra. El perro parece distraído, pero me
temo que es el único que le ha hecho caso al predicador.
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