“Alabanza, asombro, alegría”.
4º Domingo Adviento CC Lc 1,39-45
La
noticia esta semana del suicidio de una actriz famosa saca a la luz y debate en
los medios de comunicación el tema, hasta ahora, tabú del suicidio. Como efecto
de la pandemia los problemas de salud mental de niños, adolescentes y
jóvenes se han triplicado. Se suicidan,
en España, una media de once personas al día, cuatro mil al año, superando las
causas de mortalidad no natural en nuestra sociedad, como los accidentes de
tráfico. Es un grave y complejo problema, agravado por la pandemia. Detrás de
estas cifras hay personas concretas, familias y mucho sufrimiento, depresión,
soledad, miedo, incertidumbre, inquietud ante el futuro. Es fácil caer en la tentación del pesimismo y la desesperanza.
Ante
este y otros problemas mucha gente se pregunta: ¿Qué podemos hacer con nuestra
vida? ¿Qué podemos hacer por los demás, los de cerca y los de lejos? ¿Qué
tenemos o debemos hacer? Nos preguntábamos el domingo pasado a la luz de la
Palabra. ¡Compasión, compasión y compasión!
Ser “ahora”… saber vivir el presente que nos toca vivir. “Hablar de esperanza es hablar de futuro, pero al mismo tiempo, es una invitación a vivir en este momento, que es el único que realmente existe. El presente es lo que la misma palabra significa, es decir, un presente, un don. Es el momento que Dios nos da. Esperamos el futuro atreviéndonos a vivir el presente” (Timothy Radcliffe OP). Siempre despiertos, con los ojos abiertos, para no ser esclavos del tener por el tener, del consumismo, del abuso por ejemplo, de las redes sociales y nuevas tecnologías. Y, en todo momento, llamar a las cosas por su nombre.
“Ser y estar” aquí y “con otros”. La máxima de la pedagogía ignaciana “entrar con la
suya para salir con la nuestra”, nos advierte lo siguiente: solo podemos
esperar entablar verdadero contacto con alguien si estamos dispuestos a entrar
en su “mundo”, que tal vez tenga su propio lenguaje y su propia cultura. Siempre
es importante intentar conocer, en lo posible, a las personas, jóvenes y
mayores, allí donde se mueven, mirar a los ojos, y reaccionar ante ellas como
corresponde. Sin olvidar nunca que hasta nosotros mismos somos un misterio por
descubrir. Apostar por el evangelio de la proximidad, cercanía y buena
vecindad. Nuestro Dios está a la puerta de al lado, está más cerca de nosotros
que nosotros mismos. El Dios que lleva nuestros apellidos, que se ha hecho historia nuestra, bastará que abramos
la puerta para saludarlo y dejar que entre a compartir nuestro pan.
“Salir” para encontrarnos, porque la vida es “encuentro”, y los encuentros
fuente de alegría verdadera; para “servir” con las herramientas que Dios Padre,
origen, guía y meta de nuestra existencia ha puesto en nuestras pobres manos.
Para realizar la misión que a cada uno nos ha encomendado. La salvación solo se
puede realizar desde la cercanía y la encarnación.
En gratuidad y agradecimiento. Porque Dios confía en mí, a pesar de mis
limitaciones, miedos y pecado. Pero solo los humildes saben agradecer los dones
que nos regala la vida.
Aceptar
la realidad sin falsearla para transformarla según el proyecto de Dios, haciendo
las cosas ordinarias de manera
extraordinaria: “En la cárcel todos esperan la liberación
cada día, cada minuto. Me venían a la mente sentimientos confusos: tristeza,
miedo, tensión. Mi corazón se sentía lacerado por la lejanía de mi pueblo. En la oscuridad de la noche, en medio de ese
océano de ansiedad, de pesadilla, poco a poco fui despertando: Tengo que
afrontar la realidad. Estoy en la cárcel. ¿No es acaso el mejor momento para
hacer algo realmente grande? ¿Cuántas veces volveré a vivir una ocasión como
esta? Lo único seguro en la vida es la
muerte. Por tanto, tengo que aprovechar las ocasiones que se me presentan cada
día para cumplir acciones ordinarias de manera extraordinaria” (Cardenal
F.J. Nguyên Van Thuan).
Haré el
bien, haré su trabajo, seré un ángel de
la paz, un predicador de la verdad en mi lugar propio, aun sin pretenderlo, si
guardo sus mandamientos y le sirvo en mi vocación.
Por tanto, confiaré en él. Quienquiera quien yo sea, dondequiera que esté, nunca se me puede desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad le puede servir; si perplejo, mi perplejidad le puede servir, si apenado, mi pena le puede servir… Él no hace nada en vano… Puede que me quite los amigos, puede que me arroje entre extraños, puede que me haga sentir desolado, que me hunda en el ánimo, que me esconda el futuro; con todo, él sabe lo que quiere” (Oración de San John Henry Newman).
Hay
muchas personas que no se dejan llevar por el cansancio de la vida o por el
peso de la violencia y anuncian que la vida tiene sentido, que hay motivos para
creer en un futuro mejor. Más en concreto, en esta pandemia que no termina de
desaparecer, y que está causando tanto daño a nivel mundial, los mensajes más
positivos nos piden resistir, «volver a empezar, volver a levantarnos, volver a
soñar...». ¿Dónde está la diferencia cristiana? En los signos de los tiempos,
las señales que el mismo Dios nos va dejando, continua escribiendo en nuestra
historia cotidiana. Dios anuncia que hay futuro y que hay esperanza, y se sirve
del anuncio de que va a nacer un niño (Isaías), de que las personas y las
situaciones pueden ser distintas (Juan Bautista), de que una joven humilde y
virgen lleva en su seno la vida plena de Dios (María). María, mujer que espera
y que anuncia y vive de la esperanza. Esperanza que se alimenta en la escucha
cotidiana, perseverante y obediente de
la Palabra de Dios. La Iglesia, nosotros, seguimos, viendo en María la «modelo
de creyente» que desde su sencillez, desde su madurez de creyente, acepta que
Dios lleve en ella, hasta sus últimas consecuencias, su plan de salvación.
María no es un personaje secundario en la fe cristiana, sino «modelo de espera
y entrega a Dios».
El evangelio de este 4º domingo de Adviento, pórtico de la Navidad, se detiene en el intervalo o punto central entre el anuncio del nacimiento de Jesús (Lc 1,26-38) y el nacimiento de Juan (Lc 1,57-58).
María
se levantó y se pone deprisa en camino hacia la montaña de Judá, siendo
portadora de esperanza de la buena, porque la hay también engañosa como la
lotería de navidad. María es ya una nueva criatura que actúa como portadora de
la buena noticia de la salvación de Dios. La experiencia del verdadero
encuentro con Dios empuja necesariamente a salir de uno mismo y servir a los
demás.
“Se
llenó Isabel de espíritu santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú
entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,42-45).
El
saludo de María a Isabel provoca de inmediato dos reacciones: salta, brinca, la criatura en el seno de Isabel y
ésta se llena de Espíritu Santo para exclamar. El encuentro con María y la escucha de su voz
lleva a Isabel a reconocer la salvación de Dios. “Bendita”, “bienaventurada”
son los adjetivos con los que Isabel reconoce en María a una mujer de Dios.
Estar llenos de Espíritu Santo permite contemplar la realidad con la
profundidad de la fe. Isabel reconoce en María a “la madre de mi Señor” y
sabe que el salto de su criatura es “de gozo”. Es en lo más profundo de
ambas mujeres donde actúa Dios y, desde ese lugar, origen de la vida, todo se
desenvuelve desde Dios.
“La fe, por otra parte, no es una especie de «capital»
que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la
vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada
día a su misterio de cercanía y amor a cada ser humano.
María es el
mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su
corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba
con estas palabras memorables: “¡Dichosa tú, que has creído!”. Dichoso también
tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida” (J.A.
Pagola, Grupos de Jesús).
La fe o el creer, como una planta, la debemos cultivar
en la escucha atenta, perseverante y obediente de la Palabra. Y crece cuando se
comparte, se da. ESCUCHA, APRENDE, PRACTICA, ENSEÑA.
PARA LA REFLEXION Y EL COMPROMISO
Se
llenó Isabel de espíritu profético, que le inspira los sentimientos que debe
tener el verdadero discípulo ante la presencia de Jesús y María: La alabanza, el asombro, la alegría (la
triple A).
Alabanza,
espíritu de agradecimiento. Solo los humildes, como María e Isabel, saben
agradecer.
Asombro:
Dicen que “el mundo será maravilloso mientras haya gente, sensible capaz de
dejarse sorprender y admirarlo”.
Alegría
verdadera, que no se compra, que no tiene precio, que no se improvisa, que
brota de dentro. Alegría que sirve.
88. Desde la intimidad de cada corazón,
el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí
misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley
de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser”.
Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa:
salir de sí mismo”.
89. Pero no puedo reducir mi vida a la
relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es
imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual
sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi
relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive
sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nuestra
relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y
enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de
intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el amor
que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la amistad,
residen en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son para
abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros
mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas
autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo,
suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.”
¿Somos capaces de creer en el Dios cercano, en el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros”, el Dios samaritano? ¿En el Dios que nació en los márgenes del camino, de la historia?
Nuestra propia voz ¿es voz de la Palabra? ¿Qué consecuencias conlleva? ¿Qué transmitimos?
¿Cómo es nuestra mirada y lectura de la realidad que nos toca vivir? ¿Se diferencia algo o mucho de otras lecturas hechas por los analistas del mundo?
¿Buscamos a Dios en nuestro más profundo corazón o interior? ¿Dejamos que Él actúe desde nuestro más genuino ‘yo’? ¿O más bien lo situamos en esferas más superficiales para que no trastoque nuestros intereses?
Jesús Mendoza Dueñas.
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