“Nuevas bienaventuranzas para la familia”

 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: “Anunciar el Evangelio de la familia hoy”

 “Nuevas bienaventuranzas para la familia”


El año pasado en este blog, coincidiendo con esta fiesta navideña de la Sagrada Familia citaba un capítulo del  hermoso libro que recoge artículos periodísticos escritos por el Cardenal portugués, y bibliotecario vaticano,  José Tolentino Mendonça (no es pariente mío), y cuyo título es “El hipopótamo de Dios”, y que en esta nueva entrada quiero  enunciar y resumir.

Viene a decirnos en sentido optimista y positivo que “Tenemos que atrevernos a interpretar el camino de la familia, y de nuestra propia familia, en clave de bienaventuranza”. 


Bendecir significa “bien-decir”, y bienaventurado es el que es feliz o busca ser dichoso, y siempre “con otros”. Las bienaventuranzas evangélicas no son un código de conducta sino la expresión de las actitudes fundamentales que encarnó Jesús. Resumen todo su mensaje. Y son una línea transversal que cruza todo el evangelio de principio a fin. La primera se refiera a la Virgen María: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). La última se refiere a los futuros discípulos y hace referencia también a la fe: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20,39). Son “don y tarea”, aprendizaje espiritual permanente. Que mejor buena noticia para los demás y para nosotros mismos que intentar encarnarlas en nuestra vida personal y familiar. Tenemos la hermosa tarea de mirarnos en el espejo de la vida y del evangelio porque “Tú eres la Navidad de Jesús”. “Todos somos el niño que hoy, mañana y siempre nace. Porque sigue naciendo pese a todo”.


A la luz de esta primera y última bienaventuranza del creer, podríamos  afirmar que bienaventurados todos los que siguen creyendo en la familia como escuela de vida, comunidad de vida y de amor, a pesar de todos los pesares y de lo que nos está cayendo encima. Porque así podremos “anunciar el Evangelio de la familia hoy” que es el lema escogido por la Conferencia episcopal para esta jornada, en este año 2021, segundo de la pandemia. Yo siempre he creído que lo que no haga la propia familia por nosotros es difícil que lo hagan  y mejor otras instituciones.

Y estas son dichas bienaventuranzas. Que cada uno saque sus conclusiones. A ver qué se nos ocurre. Aunque con la resaca de la nochebuena no sé si estamos en condiciones de pensar mucho. Aquí en esta entrada solo voy a comentar brevemente dos de ellas, primera y sexta. Las demás las dejo para otro momento, o para que cada uno las reflexione en su interior y a la luz de su experiencia. 


1.    Bienaventuradas las familias que entienden su misión como el arte de la hospitalidad.

2.    Bienaventuradas las familias que diariamente combaten el analfabetismo afectivo.

3.    Bienaventuradas las familias que comprenden la importancia de lo inútil.

4.    Bienaventuradas las familias que cultivan el arte de la lentitud.

5.    Bienaventuradas las familias que no tiran la caja de los juguetes.

6.    Bienaventuradas las familias que se arriesgan a hacer un buen uso de las crisis.

7.    Bienaventuradas las familias que dicen de sí mismas: “Somos un laboratorio para la alegría.

8.    Bienaventuradas las familias que viven en lo abierto del mundo y de Dios.

 

Bienaventuradas las familias que entienden su misión como el arte de la hospitalidad.

La familia siempre ha sido escuela de vida y de amor. Y el amor es una forma incondicional de hospitalidad, apertura, acogida. En la familia aprendemos a darnos gratuitamente, a ser “compañeros”, es decir, a compartir el mismo pan y el mismo techo, el arte tan necesario de escucharnos, de aceptarnos con nuestras debilidades y diferencias.

Luciano de Crescenzo, escritor, artista y filósofo italiano afirma: “Somos ángeles de un ala sola. Tenemos que permanecer abrazados para poder volar”. Alguna vez que he citado este pensamiento en la fiesta de los Santos ángeles, algún compañero me ha tratado, por ignorancia, de mentiroso. Pero es una gran verdad. Somos incompletos y solo abrazados podemos volar. Somos únicos, originales, irrepetibles, pero incompletos, por eso, a la vez, complementarios. Para que haya un “yo” tiene que haber un “tú”.

Aunque el abrazo común, la “comunión” exige decisión, salida de uno mismo, esfuerzo, camino. Solo aprende lo que es amor aquel que sabe, por experiencia, lo que significa amar. Y nunca olvidemos que amar es servir, y que no hay servicio sin sacrificio.

 

Bienaventuradas las familias que se arriesgan a hacer un buen uso de las crisis.

Estamos sufriendo una crisis global, social, económica, sanitaria.  Y nos costará superarla, si es que somos capaces de aprender algo de ella. Las crisis pueden ser el preludio de algo nuevo que se está gestando. Crisis que afecta a las familias en su estructura y miembros.

Aunque no  hay parto sin dolor, atravesar etapas de crisis, como esta, no significa el sufrir necesariamente algo malo. Nos permite mirar al pasado y hacer examen de conciencia, y reconocer errores, y nos permite mirar al futuro, hacia aquello a lo que todavía no hemos llegado. Es oportunidad de cambios. “Cambiar no significa volverse otro, sino hacer una experiencia de crecimiento más auténtica de sí mismo". Pero, en el fondo, solo cambiamos cuando nos “encontramos”. Solo los encuentros en profundidad transforman a la persona. Y la cultura del “encuentro"  se gesta o se manifiesta, en primer lugar, en el espacio familiar.

Esta pandemia, en sus primeros meses de confinamiento, ha significado la oportunidad de “escucharnos” más (aunque el roce también desgaste y hace saltar chispas) y de conocernos, por ello, mejor. Ha significado nuevas oportunidades de solidaridad con el vecino, de creatividad solidaria. El sufrimiento compartido nos hace más sensibles ante las necesidades de los demás.


La misma familia dicen que es una institución en crisis o evolución (desde que tengo uso de razón he oído la misma cantinela: la familia está en crisis… y puede ser verdad). Para muestra las cifras de matrimonios y separaciones: Los matrimonios por la Iglesia, y también los civiles, disminuyen de forma notable; los divorcios y las separaciones crecen.  (Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente, la crisis es grave. Sin embargo, aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.

Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los unen. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.” J.A. Pagola).

Si algo nos ha enseñado esta crisis es que todos somos vulnerables y que nos necesitamos unos a otros, cuidarnos mucho y cuidar a los demás, especialmente a los más débiles de la familia. Pueden ser los mayores, los niños, los enfermos crónicos. La infancia mundial en riesgo y los refugiados en busca de techo y acogida son los grandes damnificados de la pandemia.

Por ello, también necesitamos una vacuna contra la indiferencia ante los problemas de los países más pobres del planeta, miembros de la gran familia humana. Ayer el Papa Francisco en la bendición “Urbi et Orbi” afirmaba: “Nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos hermanos y hermanas”.

Que sepamos estar atentos no solo a lo que hemos podido perder sino a lo nuevo que está brotando.

 

Jesús Mendoza Dueñas.

 

Comentarios

  1. Amigo maravilloso comentario resumen lo único que nos hace felices es vivir el Amor dando y recibiendo.Gracias y que seas feliz cuidándote y Dando.Un abrazo cariñoso

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