“Nuevas bienaventuranzas para la familia”
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: “Anunciar el Evangelio de la familia hoy”
Viene a decirnos en sentido optimista y positivo que “Tenemos que atrevernos a interpretar el camino de la familia, y de nuestra propia familia, en clave de bienaventuranza”.
Bendecir significa “bien-decir”, y bienaventurado es
el que es feliz o busca ser dichoso, y siempre “con otros”. Las
bienaventuranzas evangélicas no son un código de conducta sino la expresión de las
actitudes fundamentales que encarnó Jesús. Resumen todo su mensaje. Y son una
línea transversal que cruza todo el evangelio de principio a fin. La primera se
refiera a la Virgen María: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá” (Lc 1,45). La última se refiere a los futuros discípulos y hace
referencia también a la fe: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20,39). Son “don
y tarea”, aprendizaje espiritual permanente. Que mejor buena noticia para los
demás y para nosotros mismos que intentar encarnarlas en nuestra vida personal
y familiar. Tenemos la hermosa tarea de mirarnos en el espejo de la vida y del
evangelio porque “Tú
eres la Navidad de Jesús”. “Todos somos el niño que hoy, mañana y siempre nace.
Porque sigue naciendo pese a todo”.
Y estas son dichas bienaventuranzas. Que cada uno saque sus conclusiones. A ver qué se nos ocurre. Aunque con la resaca de la nochebuena no sé si estamos en condiciones de pensar mucho. Aquí en esta entrada solo voy a comentar brevemente dos de ellas, primera y sexta. Las demás las dejo para otro momento, o para que cada uno las reflexione en su interior y a la luz de su experiencia.
2.
Bienaventuradas
las familias que diariamente combaten el analfabetismo afectivo.
3.
Bienaventuradas
las familias que comprenden la importancia de lo inútil.
4.
Bienaventuradas
las familias que cultivan el arte de la lentitud.
5.
Bienaventuradas
las familias que no tiran la caja de los juguetes.
6.
Bienaventuradas
las familias que se arriesgan a hacer un buen uso de las crisis.
7.
Bienaventuradas
las familias que dicen de sí mismas: “Somos un laboratorio para la alegría.
8.
Bienaventuradas
las familias que viven en lo abierto del mundo y de Dios.
Bienaventuradas
las familias que entienden su misión como el arte de la hospitalidad.
La familia siempre ha sido escuela de
vida y de amor. Y el amor es una forma incondicional de hospitalidad, apertura,
acogida. En la familia aprendemos a darnos gratuitamente, a ser “compañeros”,
es decir, a compartir el mismo pan y el mismo techo, el arte tan necesario de
escucharnos, de aceptarnos con nuestras debilidades y diferencias.
Luciano de Crescenzo, escritor, artista y
filósofo italiano afirma: “Somos ángeles de un ala sola. Tenemos que permanecer
abrazados para poder volar”. Alguna vez que he citado este pensamiento en la
fiesta de los Santos ángeles, algún compañero me ha tratado, por ignorancia, de
mentiroso. Pero es una gran verdad. Somos incompletos y solo abrazados podemos
volar. Somos únicos, originales, irrepetibles, pero incompletos, por eso, a la
vez, complementarios. Para que haya un “yo” tiene que haber un “tú”.
Aunque el abrazo común, la “comunión”
exige decisión, salida de uno mismo, esfuerzo, camino. Solo aprende lo que es
amor aquel que sabe, por experiencia, lo que significa amar. Y nunca olvidemos
que amar es servir, y que no hay servicio sin sacrificio.
Bienaventuradas
las familias que se arriesgan a hacer un buen uso de las crisis.
Estamos sufriendo una crisis global,
social, económica, sanitaria. Y nos costará
superarla, si es que somos capaces de aprender algo de ella. Las crisis pueden
ser el preludio de algo nuevo que se está gestando. Crisis que afecta a las
familias en su estructura y miembros.
Aunque no
hay parto sin dolor, atravesar etapas de crisis, como esta, no significa
el sufrir necesariamente algo malo. Nos
permite mirar al pasado y hacer examen de conciencia, y reconocer errores, y
nos permite mirar al futuro, hacia aquello a lo que todavía no hemos llegado.
Es oportunidad de cambios. “Cambiar no significa volverse otro, sino hacer una
experiencia de crecimiento más auténtica de sí mismo". Pero, en el fondo, solo
cambiamos cuando nos “encontramos”. Solo los encuentros en profundidad transforman
a la persona. Y la cultura del “encuentro" se gesta o se manifiesta, en primer
lugar, en el espacio familiar.
Esta pandemia, en sus primeros meses de
confinamiento, ha significado la oportunidad de “escucharnos” más (aunque el
roce también desgaste y hace saltar chispas) y de conocernos, por ello, mejor.
Ha significado nuevas oportunidades de solidaridad con el vecino, de
creatividad solidaria. El sufrimiento compartido nos hace más sensibles ante
las necesidades de los demás.
Al contrario, la historia
parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos
familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria
los unen. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles,
son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.” J.A. Pagola).
Si algo nos ha enseñado esta crisis es
que todos somos vulnerables y que nos necesitamos unos a otros, cuidarnos mucho
y cuidar a los demás, especialmente a los más débiles de la familia. Pueden ser
los mayores, los niños, los enfermos crónicos. La infancia mundial en riesgo y los refugiados en busca de techo y acogida son los grandes damnificados de la pandemia.
Por ello, también necesitamos una vacuna
contra la indiferencia ante los problemas de los países más pobres del planeta,
miembros de la gran familia humana. Ayer el Papa Francisco en la bendición “Urbi
et Orbi” afirmaba: “Nos hemos habituado de
tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de
no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos hermanos y hermanas”.
Que sepamos estar atentos no solo a lo
que hemos podido perder sino a lo nuevo que está brotando.
Jesús Mendoza Dueñas.
Amigo maravilloso comentario resumen lo único que nos hace felices es vivir el Amor dando y recibiendo.Gracias y que seas feliz cuidándote y Dando.Un abrazo cariñoso
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