"Pascua, fiesta de la luz"
2º Domingo de Pascua, fiesta de la luz, Juan 20,19-31
Los
dones de la Pascua son dones del Espíritu de Jesús: paz, luz y alegría.
Vivimos
como sumergidos en un pozo oscuro, metidos en un túnel donde no se ve la luz de
la salida. Escucho, en la siesta, a un grupo musical “Capitán Sunrise”, que
cantan en “Supermán enamorado”, con fina ironía o realismo: “El mundo está muy mal, no hay quien lo
salve”.
Al
caer la noche, con la casa a oscuras, y el corazón en tinieblas, se aparece
Jesús y con tres palabras luminosas: “Paz a vosotros”, repetidas por tres
veces, disipa sus temores y dudas y les devuelva la alegría, la luz en su
rostro. La Pascua es fiesta de la luz, expresada en la rica liturgia de la
Vigilia de la luz con el rito del fuego y de la luz. En el himno de vísperas de
este tiempo rezamos: “Pascua sagrada, ¡oh
fiesta de la luz!/ despierta, tú que duermes,/ y el Señor te alumbrará”.
La
fe es luz, es don que tenemos que suplicar, acoger, agradecer, cultivar en la
escucha paciente, obediente, de la Palabra de Dios. Que la fe es don lo
demuestran la actitud cariñosa, palabras y el gesto de Jesús hacia Tomás: “No
seas incrédulo sino creyente… Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Las
bienaventuranzas son línea transversal del Evangelio. La primera referida a
María: “¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá! (Lc 1,45). La última referida a todos los creyentes en
Cristo Jesús, el Señor.
Jesús
en su aparición a Tomás y al resto de los discípulos les pide: reconocer sus llagas, escuchar su Palabra, dar testimonio de ella y formar parte de la comunidad.
Como "semilla-don" hay que cultivarla y tiene que ser purificada y probada en la vida. Por
supuesto, que se pone a prueba según vamos madurando en la vida, ante el
ambiente de increencia, indiferencia religiosa y descreidos que nos envuelve, ante
la realidad más cierta de la muerte, la enfermedad, los conflictos y tantos
problemas que arrastramos en la vida.
José
Luis Martín Descalzo, en su libro “Razones
para vivir”, tiene un hermoso capítulo dedicado a la fe que se entrega: “Ser luz
para los demás”. Y cita unos versos del poeta cubano Nicolás Guillén: “Ardió
el sol en mis manos, / que es mucho decir; / ardió el sol en mis manos/ y lo
repartí, / que es mucho decir”. Martín Descalzo comenta: es
lo que espera Jesús de nosotros. ¿Será mucho pedir? A los creyentes se nos pide
saber transmitir luz, alegría de vivir, contagiar ilusión, esperanza. No
podemos ser candiles sin luz o que se está apagando. Lo cual nos exige vivir
despiertos, abiertos a la luz. A nadie se le regala la luz de la fe para él solo,
para vivir como lobo solitario o francotirador. Porque el hombre no ha nacido
para ser arrojado como náufrago en una isla solitaria. El hombre solo no es hombre
del todo. “Sólo tiene luz el que ha ido recogiéndola, cultivándola… Y hay que
empezar por tener las manos abiertas y no como los egoístas, cerrados,
empuñados… Naturalmente no se conquista en un solo día; se va acumulando trozos
de luz, pedacitos de amor”.
“Guíame luz bondadosa,
las tinieblas me rodean,
guíame hacia adelante…
No te pido ver claro el futuro,
solo un paso, aquí y ahora”.
(San J. Henry
Newman)
Jesús Mendoza Dueñas






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