"Pascua, fiesta de la luz"

2º Domingo de Pascua, fiesta de la luz, Juan 20,19-31

Los dones de la Pascua son dones del Espíritu de Jesús: paz, luz y alegría.

Vivimos como sumergidos en un pozo oscuro, metidos en un túnel donde no se ve la luz de la salida. Escucho, en la siesta, a un grupo musical “Capitán Sunrise”, que cantan en “Supermán enamorado”, con fina ironía o realismo: “El mundo está muy mal, no hay quien lo salve”. 



Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”.

Al caer la noche, con la casa a oscuras, y el corazón en tinieblas, se aparece Jesús y con tres palabras luminosas: “Paz a vosotros”, repetidas por tres veces, disipa sus temores y dudas y les devuelva la alegría, la luz en su rostro. La Pascua es fiesta de la luz, expresada en la rica liturgia de la Vigilia de la luz con el rito del fuego y de la luz. En el himno de vísperas de este tiempo rezamos: “Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!/ despierta, tú que duermes,/ y el Señor te alumbrará”.


Jesús les muestra las llagas luminosas de su cuerpo traspasado, les invita a compartir la mesa y les envía como testigos suyos de la luz: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. En el camino de Galilea, en el monte de las siete colinas de Cafarnaúm, ya lo ha anunciado: “Vosotros sois la luz del mundo… Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa” (Mt. 5,14-16). “Yo soy la luz del mundo; la persona que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Por el bautismo, como portadores de la luz de Jesús, estamos llamados a iluminar, desde la fe en Él, la realidad e historia que nos toca vivir: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

La fe es luz, es don que tenemos que suplicar, acoger, agradecer, cultivar en la escucha paciente, obediente, de la Palabra de Dios. Que la fe es don lo demuestran la actitud cariñosa, palabras y el gesto de Jesús hacia Tomás: “No seas incrédulo sino creyente… Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Las bienaventuranzas son línea transversal del Evangelio. La primera referida a María: “¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá! (Lc 1,45). La última referida a todos los creyentes en Cristo Jesús, el Señor.

Jesús en su aparición a Tomás y al resto de los discípulos les pide: reconocer sus llagas, escuchar su Palabra, dar testimonio de ella y formar parte de la comunidad.


Y la fe es don que tenemos que dar con nuestro testimonio alegre, coherente, y siempre respetuoso con quienes no creen como nosotros. Cuando la fe se da, se comparte, crece.
Para hacer posible la misión encomendada, dada nuestra fragilidad, Jesús nos regala el don de su Espíritu. "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: '"recibid el Espíritu Santo". 
Creer o no creer. Hay personas que me dicen: “Yo me eduqué en un colegio religioso, pero no practico (no voy a misa). Pero hay personas que me ayudan a creer”.

Como "semilla-don" hay que cultivarla y tiene que ser purificada y probada en la vida. Por supuesto, que se pone a prueba según vamos madurando en la vida, ante el ambiente de increencia, indiferencia religiosa y descreidos que nos envuelve, ante la realidad más cierta de la muerte, la enfermedad, los conflictos y tantos problemas que arrastramos en la vida.

José Luis Martín Descalzo, en su libro Razones para vivir”, tiene un hermoso capítulo dedicado a la fe que se entrega: “Ser luz para los demás”. Y cita unos versos del poeta cubano Nicolás Guillén: “Ardió el sol en mis manos, / que es mucho decir; / ardió el sol en mis manos/ y lo repartí, / que es mucho decir”. Martín Descalzo comenta: es lo que espera Jesús de nosotros. ¿Será mucho pedir? A los creyentes se nos pide saber transmitir luz, alegría de vivir, contagiar ilusión, esperanza. No podemos ser candiles sin luz o que se está apagando. Lo cual nos exige vivir despiertos, abiertos a la luz. A nadie se le regala la luz de la fe para él solo, para vivir como lobo solitario o francotirador. Porque el hombre no ha nacido para ser arrojado como náufrago en una isla solitaria. El hombre solo no es hombre del todo. “Sólo tiene luz el que ha ido recogiéndola, cultivándola… Y hay que empezar por tener las manos abiertas y no como los egoístas, cerrados, empuñados… Naturalmente no se conquista en un solo día; se va acumulando trozos de luz, pedacitos de amor”.

 


“Guíame luz bondadosa,

las tinieblas me rodean,

guíame hacia adelante…

No te pido ver claro el futuro,

solo un paso, aquí y ahora”.

(San J. Henry Newman) 



Jesús Mendoza Dueñas





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