"No os quedéis mirando al cielo"

 ASCENSION CC 2022, Lucas 24,46-53

Las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación no nos invitan al optimismo: guerras, tiroteos, matanzas de inocentes.  Vivimos en un clima bélico, lleno de maldiciones, mentiras, discordia, enfrentamientos políticos que producen desconfianza y temores, ansiedad, sufrimientos mil. A lo que hay que añadir los pequeños conflictos familiares, los desencuentros vecinales. A veces la batalla está en las escaleras.


Dicen los aprendices de sabios que, a pesar de todo, hay que fomentar el pensamiento positivo, alternativo, apoyados en la esperanza, en el rastreo de los signos de los tiempos, el fomento de la responsabilidad personal.

El año litúrgico se abría: ofreciéndonos la compañía de Dios Padre que nos bendice y protege, de Jesús que nos salva, de María que medita en todo lo ocurrido.

“El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.» (Números 6,22-27).

veces, pensamos en las bendiciones como algo que deseamos que ocurra, como aquello que está por venir, y nos olvidamos de lo que ya ha ocurrido, el regalo que Dios nos ha hecho a través de su Hijo Jesús, haciéndonos hijos suyos, hermanos y herederos. Ante tal regalo solo queda alabar, meditar, guardar en nuestro corazón como María. Admirar, meditar, alabar.

Bendecir viene del vocablo latino “bendicere” que significa decir bien, hablar bien. Es más que una palabra o una fórmula convencional. Supone pensar bien, sentir bien, mirar bien, hablar bien, tratar bien a los demás, hacer el bien y orientar bien nuestra vida, reconocer la bondad que todos encerramos dentro.

La primera palabra que sale de la boca de Dios es una bendición: “Dijo Dios: ‘Haya luz’ y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien… Dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza…' Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,3-30).

Todas las personas, con nuestros miedos, angustia, inseguridad, necesitamos bendecir y  ser bendecidos. Para no dejarnos arrastrar por las olas que constantemente nos zarandean, provenientes de cierto mundo manipulador.

Pero también hay en nuestra historia personal personas que son, o han sido, una auténtica bendición, frente a otras personas tóxicas que no nos han favorecido, que se pasan todo el día disgustadas, quejándose, criticándolo todo, enfrentadas consigo mismo, como si este mundo fuera un permanente valle de lágrimas.

Y es que nadie da lo que no tiene. Si no te sientes bendecido por la vida, por Dios, origen, guía y meta de nuestra existencia, no puedes, a tu vez,  comunicar bendiciones, mirar con amabilidad a los demás, cuidar, acompañar, consolar, leer la vida con mente positiva. “Y el bien no hace ruido sino que construye el mundo” (P. Francisco, Artesanos de la esperanza). Cada cual crea su propio mundo, su propia realidad con lo que piensa, siente y hace.

La gran verdad que nos ha revelado Jesús de Nazaret es que somos hijos amados de Dios, bendecidos, aunque nos sintamos muchas veces rotos.

Celebramos este domingo el misterio de la Ascensión del Señor. Jesús ha completado su misión en la tierra y nos deja, con un mandato, una tarea, un gesto de bendición, una promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y comienza el tiempo de la iglesia, su aventura en el espacio y en el tiempo: Los bendijo y les dijo: “Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos”. Nuestra misión es da razón de las cosas de Dios en el mundo y transformar este mundo según el proyecto de Dios, del reino, la causa por la que luchó Jesús: ser portadores de sus bendiciones.


Jesús supo retirarse a tiempo y nos dejo una tarea, don y tarea. Su ausencia hará crecer y madurar a sus seguidores. Les deja su Espíritu consolador, que ilumina, endereza y fortalece, y es memoria. Será El quien, en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. El tiempo que nos toca vivir tiene que ser tiempo de crecimiento, de creatividad, de responsabilidad. 

Hay dos tentaciones de las que no nos confesamos: la de desentendernos, evadirnos de este mundo, “¿Qué hacéis ahí ensimismados mirando al cielo", contando estrellas, que para eso ya están los astronautas y los astrónomos con sus telescopios y olvidándoos de la tierra y sus problemas y crisis. La otra tentación es renunciar a crecer, vivir infantilmente como niños superprotegidos, en la burbuja del bienestar, renunciando a vivir responsable y creativamente, viviendo de las rentas, de lo de siempre, de la rutina, dejándonos llevar por la marea dominante.

 

Cada uno debemos descubrir desde la propia situación la mejor manera de dar testimonio de Jesús, de su Evangelio que es buena noticia, aceptando, por supuesto, nuestras limitaciones y pecado, pero con alegría, con hechos, con gestos de bendición, de justicia, compasión y misericordia, y con palabras coherentes, con pequeños gestos transformadores de la realidad en el aquí y en el ahora que nos toca vivir, en la vida diaria, en medio de un mundo donde es tan frecuente "maldecir", juzgar y condenar, hacer daño y denigrar al contrario o rival. Dejémonos sorprender por el Espíritu de Jesús. Vivamos de la escucha de sus palabras. Dios nos ama de manera incondicional, ello nos da confianza y esperanza para enfrentarnos a las dificultades y problemas de la vida. Porque el creer no nos ahorra del sufrimiento pero nos da esperanza a la que agarrarnos.

“Que el Espíritu ilumine los ojos de nuestro corazón", porque somos muy miopes, para saber cuál es la herencia que nos tiene prometida, la tarea que nos ha encomendado. Nosotros nos empeñamos en mirar hacia lo alto del cielo, cuando Dios se empeña en mirar hacia abajo, donde viven o malviven sus hijos, de tejas para abajo. Nos ha regalado unos ojos para ver y mirar lo que ocurre aquí abajo. Es verdad que necesitamos de horizontes lejanos, pero también saber dónde ponemos los pies. La gloria de Dios es que el hombre viva con dignidad.

“Tenemos que entender y ver que nuestra vida depende de la de los demás y que la bondad es contagiosa. Estar cerca de nuestros hermanos y hermanas nos hace mejores, más útiles y solidarios. Y al mismo tiempo, nuestra sociedad se vuelve un poco más habitable… hay muchas personas, a nuestro alrededor que necesitan “encontrar a alguien que tienda la mano, que ofrezca una sonrisa, que pase el tiempo libremente, que haga que uno se sienta como en casa”.” (P. Francisco).


 

Jesús Mendoza Dueñas.

 

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