"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

 TRINIDAD CC 2022  Juan 16, 12-15

“Cualquier camino hacia Dios tiene que ser un camino hacia el silencio. Si usted quiere llegar algún día a la unión con Dios, debe comenzar por el silencio. ¿Qué es el silencio?

Icono de la Trinidad de Andrei Rublev

En Oriente, un gran rey fue a visitar a su maestro y le dijo: "Soy un hombre muy ocupado, ¿podría decirme cómo puedo llegar a unirme con Dios? ¡Respóndame en una sola frase!" Y el maestro le dijo: "¡Le daré la respuesta en una sola palabra!" "¿Qué palabra es esa?", preguntó el rey. Dijo el maestro: ¡Silencio!" "¿Y cuándo podré alcanzar el silencio?", dijo el rey. "Meditación", dijo el maestro. La meditación en Oriente significa no pensar, estar más allá del pensamiento. Entonces dijo el rey: "¿Qué es la meditación?" El maestro respondió: ¡Silencio!" "¿Cómo lo voy a descubrir?", preguntó el rey. "Silencio", respondió el maestro. "¿Cómo voy a descubrir el silencio?" "¡Meditación!" "¿Y qué es la meditación?" "¡Silencio!"

Silencio significa ir más allá de las palabras y de los pensamientos. ¿Qué hay de erróneo en las palabras y en los pensamientos? Que son limitados. Dios no es como decimos que es; nada de lo que imaginamos o pensamos. Eso es lo que tienen de erróneo las palabras y los pensamientos. La mayoría de las personas permanecen presas en las imágenes que han hecho de Dios. Éste es el mayor obstáculo para llegar a Él. ¿Le gustaría experimentar el silencio del que hablo? El primer paso es comprender. ¿Comprender qué? Entender que Dios no tiene nada que ver con la idea que tenía de Él”. (Anthony de Mello, “Caminar sobre las aguas”).

 “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena…. Os comunicará lo que está por venir… y os lo anunciará” (Juan 16,12-15).

El fin de la teología (Theos+logos) es hablar de Dios de manera inteligible, comprensible, en la medida de lo posible, para los humanos de cada tiempo y época, siguiendo las fuentes de la revelación.

Trinidad, Monasterio de Clarisas de Medinaceli, S. XVIII

“Las lecturas de la liturgia de la fiesta  no pretenden darnos una lección de teología sino ayudarnos a descubrir a Dios en las circunstancias más diversas. La primera, llena de belleza y optimismo, en los momentos felices de la vida. La segunda, incluso en medio de las tribulaciones, dándonos fuerza y esperanza. La tercera, en medio de las dudas, sabiendo que nos iluminará” (José Luis Sicre).

Cuando estudié el tratado de Trinidad en la facultad de teología, se me quedó grabada para siempre la idea de que lo que  Dios  nos ha revelado no es tanto lo que Dios es en sí mismo como lo que Dios es para nosotros, lo que podemos experimentar de Dios, su proyecto de amor global. Dios es misterio de amor. Por eso donde hay amor allí podemos encontrar una chispa de Dios. Una revelación que ha sido progresiva y pedagógica. Pero más que hablar de Dios, que esa es la función de la Teología, dejemos hablar al Espíritu de Dios en nuestro interior, y abramos los ojos a los signos de los tiempos y a las huellas que Dios ha dejado en la historia y creación. Lo cual nos exige cultivar la dimensión contemplativa en nuestra vida, que requiere  recorrer el camino del silencio.

Trinidad trifacial, Iglesia parroquial Cuenca de Campos (Valladolid), S. XVII

El rostro de Dios  que  nos ha revelado su Hijo Jesús, con sus dichos y sus hechos,   que se hizo humano como nosotros,  es el del Dios Padre cercano, el Dios compasivo y misericordioso, el Dios de los pobres y del perdón, en quien podemos confiar como hijos queridos suyos. Creer en Dios Trinidad es CONFIAR y estar siempre atentos a su voluntad. Es misterio de bondad que se hace presente en nuestras vidas. Presencia cercana y amistosa que nos “bendice” y nos da fuerza para trasformar este mundo según sus designios, cuidando y defendiendo la vida, siendo portadores de sus bendiciones y sembradores de semillas de su bondad. Así lo entendió y nos lo comunicó Jesús, a quien reconocemos como el Hijo encarnado, el Maestro, el Buen Pastor a quien queremos seguir siguiendo sus huellas e identificándonos con sus actitudes fundamentales: la confianza en el Padre Dios y la compasión hacia nuestros hermanos los hombres. “Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana”. (J.A. Pagola).


Pero muchos se preguntan: ¿Dónde, cómo encontrar a Dios?

En primer lugar hay que afirmar que a Dios lo encuentra quien lo busca. Y lo busca quien lo desea profundamente. Y no hay que ir muy lejos. Entra en tu corazón, en tu interior (lo cual nos exige silencio). Allí se comunica Dios a través de su Espíritu. Optar por la “interioridad” es fundamento que nos repuebla de razones para existir. Y descubriremos que Dios es origen, guía y meta de nuestra existencia. Y donde no llega el hombre allí llega Dios.

A Dios lo descubren los que se saben pequeños, creaturas: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y  las has revelado a la gente sencilla” (Mateo 11,25).

La mejor manera de creer en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no consiste en sumergirse en teologías complicadas, sino en intentar, con la fuerza del Espíritu que nos ha prometido    («El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26); seguir los pasos de Jesús, que vivió como hijo querido y bendecido, y se dedicó a hacer de este mundo un mundo más amable.

Y Jesús nos manda como enviados suyos: “haced discípulos de todos los pueblos…., Y en esa tarea no estamos solos, porque Él es “el Dios con nosotros”: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.

¿Cómo llevar a cabo esta tarea o misión? En la vida diaria con gestos y palabras compasivas, de cercanía y cuidados. En otras palabras, viviendo el carisma o espíritu de la vida oculta de Nazaret. Optando por la cultura del “cuidado”, que exige presencia, bondadosa cercanía, palabra y escucha amorosas.

 PARA LA REFLEXION PERSONAL Y COMUNITARIA

 Papa Francisco, homilía fiesta de Pentecostés 2022


“En la frase final del Evangelio que hemos escuchado, Jesús hace una afirmación que nos da esperanza y al mismo tiempo nos lleva a reflexionar. Dice a los discípulos: «El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn. 14,26). Nos impacta ese “todo”, y nos preguntamos, ¿en qué sentido el Espíritu da esta comprensión nueva y plena a quienes lo reciben? No es una cuestión de cantidad, ni una cuestión académica, Dios no quiere convertirnos en enciclopedias o en eruditos. No. Es una cuestión de calidad, de perspectiva, de olfato. El Espíritu nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús. Yo lo diría de esta manera: en el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar. Está el Espíritu que nos dice por dónde empezar, qué camino tomar y cómo caminar, el estilo de “cómo caminar”. En primer lugar, por dónde empezar. El Espíritu, en efecto, nos indica el punto de partida de la vida espiritual. ¿Cuál es? Jesús habla de ello en el primer versículo de hoy, cuando dice: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos» (v. 15). Si me aman, cumplirán; esta es la lógica del Espíritu. Nosotros a menudo pensamos al revés: si cumplimos, amamos. Estamos acostumbrados a pensar que el amor proceda esencialmente de nuestro cumplimiento, de nuestro talento, de nuestra religiosidad. En cambio, el Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, este amor es un don suyo. Él nos enseña a amar y tenemos que pedir este don. El Espíritu de amor es el que nos infunde el amor, Él es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar. Él es el “motor” —por así decirlo— de nuestra vida espiritual. Él es quien mueve todo en nuestro interior. Pero si no comenzamos por el Espíritu, con el Espíritu o por medio del Espíritu, el camino no se puede hacer.” (Papa Francisco homilía fiesta de Pentecostés 2022)

 

Cuadro de la Trinidad “Compassio Patris” de Yangüas, Soria (Comentario de Francisca Diestro en Hoja diocesana Osma-Soria, Nº 663, Junio 2022)

Perteneciente a un pequeño retablo de la iglesia parroquial de San Lorenzo de Yanguas, el temple sobre tabla del s. XVI muestra a Dios Padre en pie con su Hijo en brazos. Sobre ellos, en un rompimiento de cielo, la paloma del Espíritu Santo rodeado de angelotes y nubes nos traslada a lo sobrenatural. En un plano inferior y en actitud orante, el donante, con atuendo eclesiástico, se arrodilla ante ellos. Cristo aparece semidesnudo, con corona de espinas y ondeante perizonium, exhibe los estigmas de la pasión, el cuerpo es rígido, pálido, macilento, mantiene los ojos y la boca cerrados. Mientras, un manierista Dios Padre con cabello y barba largos y canosos, viste una túnica azul con faja ancha amarilla, se cubre con manto rojo, lleva tiara y con los pies descalzos se apoya suavemente en el suelo; con musculosos brazos sostiene inexpresivo a su Hijo, al que abraza y atrae hacia sí. El retablo se completa con los cuatro Padres de la Iglesia a ambos lados y el Calvario en el ático.

El dogma de la Trinidad resume la doctrina fundamental de la Iglesia Católica, Dios es Uno y Único y tres Personas distintas coexisten en él: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este misterio central de la fe y la vida cristiana se afirmó en el Concilio de Nicea y quedó incluido en el Credo niceno-constantinopolitano.

Mostrar a la vez a Dios como uno y como trino resultaba complejo de plasmar, no existía imagen de referencia y muchas representaciones acabaron quemadas o condenadas. Partiendo de fuentes bíblicas, patrísticas, tratados devocionales y en función de las sensibilidades espirituales de cada época los artistas ensayaron diferentes tipologías, algunas fueron desaconsejadas o prohibidas para evitar la confusión de los fieles o ser poco ortodoxas. Las formas simbólicas iniciales como el triángulo equilátero con el Ojo divino o los tres círculos concéntricos dieron paso a modelos antropomorfos, como la Trinidad clásica, en la que Padre e Hijo aparecen entronizados y el Espíritu Santo en forma de paloma vuela sobre ellos. A partir del s. XV Dios Padre presenta una fisonomía anciana con atributos de poder: cetro o bola del mundo, capa pluvial y tiara. Dios Hijo aparece joven, con la cruz o las llagas de la Pasión. De la Teofanía de Mambré u Hospitalidad de Abraham surge la Trinidad antropomorfa representada como tres ángeles iguales (Icono Trinidad de Andrei Rublev). El Trono de gracia, Paternitas, la sorprendente Trinidad trifacial, figura única de tres caras, 4 o 5 ojos, 3 narices y 3 bocas, o la Trinidad terrestre celeste, que combina Trinidad y Sagrada Familia, fueron otras variantes iconográficas. El de Yanguas representa el modelo conocido como “Compassio Patris”. Dios Padre sostiene a Cristo muerto en su regazo, de gran intensidad expresiva recuerda a las representaciones marianas de Piedad (La quinta Angustia). Surge en la región de Borgoña a finales del s. XIV, siguiendo el libro de San Buenaventura, Lignum Vitae, en el que presenta a Jacob como prefiguración de Dios Padre, pues recibe la túnica ensangrentada de su hijo José, como el Padre recibe el cuerpo ensangrentado de Cristo.


Jesús Mendoza Dueñas

 

 

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