"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
TRINIDAD CC 2022 Juan 16, 12-15
“Cualquier
camino hacia Dios tiene que ser un camino hacia el silencio. Si usted quiere
llegar algún día a la unión con Dios, debe comenzar por el silencio. ¿Qué es el
silencio?
Silencio
significa ir más allá de las palabras y de los pensamientos. ¿Qué hay de
erróneo en las palabras y en los pensamientos? Que son limitados. Dios no es
como decimos que es; nada de lo que imaginamos o pensamos. Eso es lo que tienen
de erróneo las palabras y los pensamientos. La mayoría de las personas
permanecen presas en las imágenes que han hecho de Dios. Éste es el mayor
obstáculo para llegar a Él. ¿Le gustaría experimentar el silencio del que
hablo? El primer paso es comprender. ¿Comprender qué? Entender que Dios no
tiene nada que ver con la idea que tenía de Él”. (Anthony de
Mello, “Caminar sobre las aguas”).
El fin de la teología (Theos+logos) es hablar de Dios de manera inteligible, comprensible, en la medida de lo posible, para los humanos de cada tiempo y época, siguiendo las fuentes de la revelación.
“Las lecturas de la liturgia de la fiesta no pretenden darnos una lección de teología sino ayudarnos a descubrir a Dios en las circunstancias más diversas. La primera, llena de belleza y optimismo, en los momentos felices de la vida. La segunda, incluso en medio de las tribulaciones, dándonos fuerza y esperanza. La tercera, en medio de las dudas, sabiendo que nos iluminará” (José Luis Sicre).
Cuando estudié el tratado de Trinidad en la facultad de teología, se me quedó grabada para siempre la idea de que lo que Dios nos ha revelado no es tanto lo que Dios es en sí mismo como lo que Dios es para nosotros, lo que podemos experimentar de Dios, su proyecto de amor global. Dios es misterio de amor. Por eso donde hay amor allí podemos encontrar una chispa de Dios. Una revelación que ha sido progresiva y pedagógica. Pero más que hablar de Dios, que esa es la función de la Teología, dejemos hablar al Espíritu de Dios en nuestro interior, y abramos los ojos a los signos de los tiempos y a las huellas que Dios ha dejado en la historia y creación. Lo cual nos exige cultivar la dimensión contemplativa en nuestra vida, que requiere recorrer el camino del silencio.
El rostro de Dios que nos
ha revelado su Hijo Jesús, con sus dichos y sus hechos, que se hizo humano como nosotros, es el del Dios Padre cercano, el Dios
compasivo y misericordioso, el Dios de los pobres y del perdón, en quien
podemos confiar como hijos queridos suyos. Creer en Dios Trinidad es CONFIAR y
estar siempre atentos a su voluntad. Es misterio de bondad que se hace presente
en nuestras vidas. Presencia cercana y amistosa que nos “bendice” y nos da
fuerza para trasformar este mundo según sus designios, cuidando y defendiendo
la vida, siendo portadores de sus bendiciones y sembradores de semillas de su
bondad. Así lo entendió y nos lo comunicó Jesús, a quien reconocemos como el
Hijo encarnado, el Maestro, el Buen Pastor a quien queremos seguir siguiendo
sus huellas e identificándonos con sus actitudes fundamentales: la confianza en
el Padre Dios y la compasión hacia nuestros hermanos los hombres. “Mirar la vida
como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de
bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana”.
(J.A. Pagola).
En primer
lugar hay que afirmar que a Dios lo encuentra quien lo busca. Y lo busca quien
lo desea profundamente. Y no hay que ir muy lejos. Entra en tu corazón, en tu
interior (lo cual nos exige silencio). Allí se comunica Dios a través de su
Espíritu. Optar por la “interioridad” es fundamento que nos repuebla de razones
para existir. Y descubriremos que Dios es origen, guía y meta de nuestra
existencia. Y donde no llega el hombre allí llega Dios.
A Dios lo
descubren los que se saben pequeños, creaturas: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y
las has revelado a la gente sencilla” (Mateo 11,25).
La mejor manera de creer en el Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo, no consiste en sumergirse en teologías
complicadas, sino en intentar, con la fuerza del Espíritu que nos ha prometido («El
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les
recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14,26); seguir los
pasos de Jesús, que vivió como hijo querido y bendecido, y se dedicó a hacer de
este mundo un mundo más amable.
Y Jesús nos manda como enviados
suyos: “haced discípulos de todos los
pueblos…., Y en esa tarea no estamos solos, porque Él es “el Dios con
nosotros”: “Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.
¿Cómo llevar a cabo esta tarea o
misión? En la vida diaria con gestos y palabras compasivas, de cercanía y
cuidados. En otras palabras, viviendo el carisma o espíritu de la vida oculta
de Nazaret. Optando por la cultura del “cuidado”, que exige presencia,
bondadosa cercanía, palabra y escucha amorosas.
Cuadro
de la Trinidad “Compassio Patris” de Yangüas, Soria (Comentario de Francisca
Diestro en Hoja diocesana Osma-Soria, Nº 663, Junio 2022)
Perteneciente
a un pequeño retablo de la iglesia parroquial de San Lorenzo de Yanguas, el
temple sobre tabla del s. XVI muestra a Dios Padre en pie con su Hijo en
brazos. Sobre ellos, en un rompimiento de cielo, la paloma del Espíritu Santo
rodeado de angelotes y nubes nos traslada a lo sobrenatural. En un plano
inferior y en actitud orante, el donante, con atuendo eclesiástico, se
arrodilla ante ellos. Cristo aparece semidesnudo, con corona de espinas y
ondeante perizonium, exhibe los estigmas de la pasión, el cuerpo es rígido,
pálido, macilento, mantiene los ojos y la boca cerrados. Mientras, un
manierista Dios Padre con cabello y barba largos y canosos, viste una túnica
azul con faja ancha amarilla, se cubre con manto rojo, lleva tiara y con los
pies descalzos se apoya suavemente en el suelo; con musculosos brazos sostiene
inexpresivo a su Hijo, al que abraza y atrae hacia sí. El retablo se completa
con los cuatro Padres de la Iglesia a ambos lados y el Calvario en el ático.
El
dogma de la Trinidad resume la doctrina fundamental de la Iglesia Católica,
Dios es Uno y Único y tres Personas distintas coexisten en él: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Este misterio central de la fe y la vida cristiana se afirmó en
el Concilio de Nicea y quedó incluido en el Credo niceno-constantinopolitano.
Mostrar
a la vez a Dios como uno y como trino resultaba complejo de plasmar, no existía
imagen de referencia y muchas representaciones acabaron quemadas o condenadas.
Partiendo de fuentes bíblicas, patrísticas, tratados devocionales y en función
de las sensibilidades espirituales de cada época los artistas ensayaron
diferentes tipologías, algunas fueron desaconsejadas o prohibidas para evitar
la confusión de los fieles o ser poco ortodoxas. Las formas simbólicas
iniciales como el triángulo equilátero con el Ojo divino o los tres círculos
concéntricos dieron paso a modelos antropomorfos, como la Trinidad clásica, en
la que Padre e Hijo aparecen entronizados y el Espíritu Santo en forma de
paloma vuela sobre ellos. A partir del s. XV Dios Padre presenta una fisonomía
anciana con atributos de poder: cetro o bola del mundo, capa pluvial y tiara.
Dios Hijo aparece joven, con la cruz o las llagas de la Pasión. De la Teofanía
de Mambré u Hospitalidad de Abraham surge la Trinidad antropomorfa representada
como tres ángeles iguales (Icono Trinidad de Andrei Rublev). El Trono de
gracia, Paternitas, la sorprendente Trinidad trifacial, figura única de tres
caras, 4 o 5 ojos, 3 narices y 3 bocas, o la Trinidad terrestre celeste, que
combina Trinidad y Sagrada Familia, fueron otras variantes iconográficas. El de
Yanguas representa el modelo conocido como “Compassio Patris”. Dios Padre
sostiene a Cristo muerto en su regazo, de gran intensidad expresiva recuerda a
las representaciones marianas de Piedad (La quinta Angustia). Surge en la
región de Borgoña a finales del s. XIV, siguiendo el libro de San Buenaventura,
Lignum Vitae, en el que presenta a Jacob como prefiguración de Dios Padre, pues
recibe la túnica ensangrentada de su hijo José, como el Padre recibe el cuerpo
ensangrentado de Cristo.
Jesús Mendoza Dueñas



Amigo muy buenas las reflexiones Trinitarias.Gracias
ResponderEliminar