Somos interioridad habitada

 PENTECOSTÉS CC 2022, Juan 20,19-23

“Cierto día Dios estaba cansado de las personas. Estas siempre le estaban molestando pidiéndole cosas. Entonces se dijo: “Me esconderé durante un tiempo”. Reunió a continuación a sus consejeros y les dijo:

¿Dónde debo esconderme? ¿Cuál es el mejor lugar para esconderme?

Algunos dijeron: Escóndete en la cumbre de la montaña más alta de la tierra.

Otros: No, escóndete en lo más hondo del mar, nunca te encontrarán allí.

Otros: Escóndete al otro lado de la luna, ése es el mejor lugar. ¿Cómo irán a buscarte allí?

Entonces Dios se volvió hacia su ángel más inteligente y le preguntó: ¿Dónde me aconsejas que me esconda?

Y el ángel inteligente, sonriendo, contestó: Escóndete en el corazón humano. ¡Ese es el único lugar donde ellos nunca van!”

 


Siempre me he preguntado cómo hablar de Dios a ciertas personas, a los jóvenes, si no han tenido una experiencia de vida interior, que hemos de aprender a cultivar. Nuestra vida está hecha de múltiples experiencias. El río de los pensamientos, el torbellino de las pasiones, el flujo de los recuerdos, el torrente de los deseos, la colonización tecnológica, las palabras de los otros, lo consciente y lo inconsciente, luces y sombras que van entretejiendo nuestra personalidad y nuestro vivir diario llenándonos de vida o agobiando nuestro corazón. Pero con frecuencia no somos capaces de percibir todo lo que hay en nosotros mismos, cuando somos interioridad llamada a ser habitada, templos de Dios, de su Espíritu, el Maestro interior.

Jesús se aparece a sus discípulos y les regala tres dones que son una promesa: su paz, una alegría sin medida, y el poder de perdonar y reconciliar, para poder ser portadores de bendiciones, dones que son comunicados a través de su Espíritu: “Sopló sobre ellos”. Y les encomienda una misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. La fiesta de Pentecostés es buen momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu, y lo que podemos pedirle que más necesitemos.

"Hablar del «Espíritu Santo» es hablar de lo que podemos experimentar de Dios en nosotros. El «Espíritu» es Dios actuando en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo, el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen último está en Dios, fuente de toda vida.

Esta acción de Dios en nosotros se produce casi siempre de forma discreta, silenciosa y callada;

El signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es «dador de vida»: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado.

Esta acción recreadora de Dios no se reduce solo a «experiencias íntimas del alma». Penetra en todos los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y reaviva nuestra capacidad de amar.

Para bastantes, la experiencia fundamental es el amor de Dios, y lo dicen con una frase sencilla: «Dios me ama». Esa experiencia les devuelve su dignidad indestructible, les da fuerza para levantarse de la humillación o el desaliento, les ayuda a encontrarse con lo mejor de sí mismos.

Otros no pronuncian la palabra «Dios», pero experimentan una «confianza fundamental» que les hace amar la vida a pesar de todo, enfrentarse a los problemas con ánimo, buscar siempre lo bueno para todos. Nadie vive privado del Espíritu de Dios. En todos está él atrayendo nuestro ser hacia la vida" (J.A. Pagola).


Necesitamos invocar al Espíritu de Jesús que nos ha prometido para que nos purifique, nos limpie, nos acaricie como una mamá acaricia a su bebé. Pero sobre todo necesitamos el Espíritu de la Verdad que nos hará más libres… en medio de la feria de la confusión y el carnaval de máscaras y mascarillas, es decir de la hipocresía y la mentira o medias verdades que nos ha traído también esta pandemia. El Espíritu de la Paz y del amor verdaderos para no dejarnos contagiar por el odio y el enfrentamiento y la discordia que algunos siembran., incluso en el ámbito eclesial. El odio es un virus  y más contagioso que el CORONA VIRUS 19. San Pablo recuerda a los cristianos de Corinto: “Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común… Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1 Cor 12,3-13). Estamos llamados a sembrar semillas de concordia no de discordia, a construir puentes y no muros, a ser artesanos de la paz verdadera frente a tanta violencia que impera en este mundo enorme y diverso, pero roto y desigual.

Necesitamos invocar al Espíritu como lo hacemos en la secuencia o Himno Pascual: “Ven dulce huésped del alma… entra hasta el fondo de nuestra alma… Jesús nos ha prometido: “El Espíritu Santo será quien os lo enseñe todo” (Jn. 14,26).



PARA LA REFLEXION PERSONAL Y COMUNITARIA

“El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.” (Gálatas 5,16. 22-23)

 

 ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende, mira a tu interior.  ¿Dónde experimento el Espíritu de Jesús, dónde me alegro de “ver” al Señor? ¿Dónde lo toco en mi vida cotidiana, dónde lo veo y dónde lo oigo decirme “la paz con vosotros”? ¿En qué noto esa vida suya en su nombre? Él me da su paz, a mi vez, ¿cómo soy portador/a de esa paz?

 

Jesús Mendoza Dueñas






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