"Lucha y contemplación"

16º Domingo TO CC (Lucas 10,38-42): LUCHA Y CONTEMPLACION


En estas noches calurosas de verano se apostan debajo de la ventana de mi cocina, junto a la fuente, y los contenedores de Cáritas, un grupo ruidoso de adolescentes con sus móviles y altavoces, de los que no saben desprenderse. Comprendo, desde el cariño, que estamos de vacaciones veraniegas y es una necesidad juntarse con los “colegas”, pero da la impresión de que no saben hacer otra cosa que pegar sus ojos a la pantalla del móvil y  meter ruido como un charco de ranas. Y todavía no estamos en fiesta de San Lorenzo para aguantar los decibelios de la orquesta y los petardos.

Son un ejemplo más de la sociedad y cultura ruidosa que nos envuelve. Dicen los entendidos que el 60% de esta generación, en el futuro, padecerá problemas de audición. A parte de ser de Covaleda, donde la mitad de la gente parece que está sorda.

Un  problema o dificultad de esta cultura nuestra es que vivimos rodeados de demasiados ruidos. No podemos vivir sin la TV en casa, sin el móvil, enganchados a las redes sociales (Tick-Tock y otras). Nuestra cultura es la cultura de los decibelios. Nos aterra el silencio. Tenemos miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos para escuchar el sonido interior de lo más profundo de nuestro ser. El silencio nos revela nuestro misterio y nos produce vértigo existencial, porque nos podemos  encontrar con los fantasmas interiores del miedo, del sentimiento de culpa que no sabemos controlar.  “En el océano de emociones que hay en el interior de uno mismo, rara vez hay calma”.

Dicen que para vivir en paz lo primero que hace falta es aprender a escuchar. Vivimos en un entorno muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente muy difícil que nos prestemos atención unos a otros. “Vamos a tanta velocidad que no descubrimos el valor de la vida” (Piloto Carlos Sainz). Hablamos con voz fuerte, nos movemos rápidamente, decimos a unos y a otros lo que tienen que hacer, pero a menudo somos incapaces de escucharnos realmente y, por tanto, de comprendernos.  Pero, más que una técnica que pueda dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que se aprende cuando se vive en un espacio humano en el que hay afecto. La actitud de escuchar a los demás comienza en el ámbito personal y familiar y traviesa todos los niveles de la acción humana.

Como creyentes necesitamos cultivar o recuperar la dimensión o actitud de escucha, de oración, la dimensión contemplativa; la escucha serena, continua y obediente de la Palabra de Dios, de lo contrario  los quehaceres y tensiones de cada día me irán erosionando por dentro. Contemplar es como subir a la cumbre de un monte. Sólo desde la cumbre se puede apreciar un horizonte más ancho y se puede hacer frente a la contaminación del espíritu que esta sociedad de consumo produce en nuestro interior.

Jesús en el evangelio de este domingo (Lucas 10,38-42) nos invita a  guardar silencio y a escucharle a Él, como la tarea más urgente e importante: “sólo una cosa es necesaria”. Es como si nos quisiera decir que un solo plato es necesario y suficiente: el plato de la escucha. La oración, dicen, es como el aire que respiramos. Sin oración no se puede vivir la vida cristiana con madurez y responsabilidad.


El domingo es el día privilegiado para practicar esta lección del Señor. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen, guía y nuestro destino. Nosotros, como los apóstoles, como los amigos de Jesús necesitamos un lugar y un tiempo para descansar en Jesús, orar, escuchar y aprender de Jesús.

¿Cómo ayudar a adolescentes, jóvenes y adultos a descubrir la necesidad del silencio, recuperar la calma y el sosiego para encontrar la paz interior, buceando en nuestro interior, en nuestro “adentro” donde Dios amigo quiere morar, que nos espera siempre con la mano tendida. ¿Cómo ayudarles a descubrir la bondad que llevan dentro, porque solo desde ahí nos podremos encontrar con el gran amor de Dios regalado en el corazón de cada persona?

La Iglesia, tiene que ser posada, lugar de encuentro, área de descanso en el camino ruidoso de la vida, espacio y tiempo privilegiado para escuchar al Maestro. Nosotros, como los apóstoles, podemos contarle a Jesús todo lo que hemos hecho durante la semana, lo que sentimos, nuestras dudas y esperanzas. Y Él nos invita a acompañarle y a escucharle, colocados a sus pies como María. Hay tiempo para todo, siempre que sepamos usarlo, tiempo para reír y llorar, para trabajar, luchar y descansar, para divertirnos y comprar, para convivir, para buscar a Dios, tiempo para orar. Hay un tiempo para trabajar y un tiempo para orar. Hay días laborables y hay domingos. El domingo es el día del Señor en que cada cristiano da hospedaje a Dios y escucha a Jesucristo.

Dios nos llama a amarle y a servirle. Nuestro amor se expresa en la oración y en el servicio al hermano. La oración es la hospitalidad para con Dios. Le escuchamos y le hablamos. Contemplación y lucha, las dos caras de la misma moneda. Jesús oró y luchó.

Dicen que no son los suburbios marginales, con sus drogas y pandillas, los que nos amenazan sino el suburbio ruidoso que cada uno lleva dentro.

QUE SANTA LUCIA NOS CONSERVE LA VISTA PORQUE EL OIDO YA CASI LO HEMOS PERDIDO.


Jesús Mendoza Dueñas




 

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