"He venido a prender fuego en el mundo"
20º Domingo TO CC, Lucas 12,49-53
Ucrania y Gaza siguen ardiendo. Este verano, España arde por los cuatro costados y en Covaleda quedan los rescoldos de sus fiestas patronales. Estos días las calles parecen una parrilla bajo el sol ardiente de agosto, en la enésima ola de calor, que nos está asando a fuego lento como espetos.
Las “perseidas” o lágrimas de San Lorenzo surcan los cielos como luciérnagas veloces. Aunque la luna llena de anoche no hacía fácil observarlas.
Según un filósofo y teólogo del siglo pasado hay tres clases de personas o posturas ante la vida. Están, en primer lugar, los pesimistas. Para este grupo de personas, la vida y el mundo es un campo de minas, es algo peligroso y malo. Lo importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Esta actitud llevada al extremo, conduce a la paranoia, al escepticismo oriental o al pesimismo existencialista, “todo da igual que da lo mismo”. Están, luego, los vividores que practican el “carpe diem” (aprovechar el momento presente sin esperar al futuro), sólo les preocupa el disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta actitud conduce al hedonismo. La vida es placer, y si no, no es vida. A vivir que son cuatro días: “comamos y bebamos, mañana moriremos”. En la calle suena machaconamente en estos momentos una vieja canción: “beber, beber es un gran placer, el agua para las ranas…”. Los peñistas de la esquina de mi calle “con faldas y a lo loco” me ofrecen zurracapote. En tercer lugar están “los ardientes”, los iluminados, los que poseen, porque la han buscado, la luz, la llama interior. Son las personas que entienden la vida como “búsqueda”, crecimiento constante. Viven despiertos para buscar sentido a su vida. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es un pozo inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar. La esperanza les mantiene despiertos.
Y si son creyentes saben alimentar la lámpara de la fe, aunque pequeñita, en la escucha paciente, perseverante y obediente de la Palabra de Dios.
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Por los caminos de Palestina Jesús se esforzaba por contagiar el «fuego» que ardía en su corazón. Jesús, aparentemente, se manifiesta como un pirómano, pero no un pirómano más. Lucas recoge unas palabras proféticas de Jesús, enigmáticas, que se pueden prestar a diversas interpretaciones, y que pudieran resumir su vida así: “He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”.
El fuego, uno de los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza es símbolo de la vida y de muerte, símbolo de fuerza constructiva o destructiva. Un paleontólogo famoso afirma que el “homo sapiens” es hijo del fuego. Sin fuego no hay pan ni caldereta. En la tradición bíblica es símbolo de las teofanías o manifestaciones de Dios al hombre. En boca de los profetas es símbolo de purificación. En el Nuevo Testamento es símbolo del amor de Dios Padre, el Dios de la Vida y del Espíritu que nos ha prometido Jesús. El amor es el fuego que mueve la vida. Es el centro del Evangelio. Es la energía más poderosa de la naturaleza, que mueve el mundo desde los neandertales hasta hoy día.
Jesús desea que el fuego que lleva dentro prenda de verdad, que no lo apague nadie, que se extienda por toda la Tierra y que el mundo entero se abrase, es decir, se transforme. El «fuego» que arde en el interior de Jesús es la pasión por Dios y su proyecto del Reino y la compasión por los que sufren, pasión que le conducirá a la entrega de la propia vida, a la muerte en cruz. Esta pasión solo puede prender en sus seguidores al contacto con su Evangelio y su espíritu renovador.
PARA LA REFLEXION PERSONAL Y COMU ITARIA
Sin fuego en el corazón no es posible seguir a Jesús.
¿Dónde es posible sentir hoy ese fuego de Jesús? ¿Dónde podemos experimentar la fuerza de su libertad creadora? ¿Arde nuestro corazón, como el de los discípulos de Emaús, al acoger su Evangelio?
Papa Francisco: “La Alegría del Evangelio” Nº 81-83: “No a la acedia egoísta”.
Jesús Mendoza Dueñas
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