"La puerta es estrecha"
La puerta es estrecha. Lucas 13,22-30
Me comentaba una señora de Duruelo de la Sierra a la puerta del cementerio: “que la vida en el mes de agosto se parece a un carnaval”. Y así es, vivimos como cigarras con la guitarra al hombro. Cuando no hay festival de "hip-hop" lo hay de "rap", cuando no de "rock", y si no concierto de mariachis para la gente mayor. Como si no sufriéramos “estrecheces” cada día y cada mes que pasa. ¡Y buen otoño de estrecheces nos espera!
En el cerco de madera del Raso de Covaleda hay varias entradas bien estrechas por donde se las ven y se las desean para colarse algunos amigos míos. Dicen que la puerta más estrecha del mundo está en el monasterio cisterciense de Alcobaça (Portugal), que da acceso a la cocina, y en la que solo pueden entrar los flacos.

Un personaje desconocido se acerca a Jesús, el Maestro, y le pregunta por el tema de la salvación: “¿Señor serán pocos los que se salven?”. Al menos parece creer o le preocupa el tema de la salvación. La respuesta de Jesús apunta en otra dirección. Lo importante no es el número sino el camino y la puerta hacia donde se dirige, la cual es estrecha, pero es puerta de vida abierta para todos. La atraviesan los que se esfuerzan, los que confían, los humildes: “Hijo mío, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso” (Eclesiástico 3,17-18). Casi siempre lo que nos engorda, nos infla no son los kilos sino el orgullo.

La puerta está abierta pero es estrecha, hay que esforzarse para entrar por ella. Es una invitación a vivir despiertos, con lucidez, con responsabilidad, fidelidad y coherencia, siguiendo las huellas de Jesús, identificándonos con sus actitudes fundamentales y su proyecto del Reino, de humanización de este mundo violento, roto, injusto y desigual.
Identificarnos con Jesús significa hacer nuestro su mensaje: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”; “No juzguéis y no seréis juzgados”; “Perdonad setenta veces siete; “El que quiera ser el primero que se haga servidor de los demás”. Sabiendo que no hay servicio auténtico, desinteresado y gratuito sin sacrificio. Al final el cielo se gana así, sirviendo a los más desvalidos, vulnerables, que no te pueden pagar. El amor verdadero duele muchas veces. El amor verdadero exige renunciar al egoísmo, envidias, resentimientos. La vida es tarea y regalo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio, no hay vida sin renuncia. “Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” (Lucas 13,30).
Jesús Mendoza Dueñas

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