"La puerta es estrecha"

La puerta es estrecha. Lucas 13,22-30

Me comentaba una señora de Duruelo de la Sierra a la puerta del cementerio: “que la vida en el mes de agosto se parece a un carnaval”. Y así es, vivimos como cigarras con la guitarra al hombro. Cuando no hay festival de "hip-hop" lo hay de "rap", cuando no de "rock", y si no concierto de mariachis para la gente mayor. Como si no sufriéramos “estrecheces” cada día y cada mes que pasa. ¡Y buen otoño de estrecheces nos espera!

En el cerco de madera del Raso de Covaleda hay varias entradas bien estrechas por donde se las ven y se las desean para colarse algunos amigos míos. Dicen que la puerta más estrecha del mundo está en el monasterio cisterciense de Alcobaça (Portugal), que da acceso a la cocina, y en la que solo pueden entrar los flacos.

En este contexto las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo pueden sonar a jarro de agua, ahora que escasea. Jesús va de camino hacia Jerusalén, sin prisas, deteniéndose en las aldeas para enseñar. Su pasión es revelar el rostro de un Dios que es Padre bueno, cercano, rico en misericordia y que quiere que “todos sus hijos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Timoteo 2,1-8). Un Dios siempre dispuesto al perdón. Mensaje que captan, sobre todo, los pecadores públicos con los que comparte mesa y mantel, para escándalo de los fariseos y guardianes de la ley.

Un personaje desconocido se acerca a Jesús, el Maestro, y le pregunta por el tema de la salvación: “¿Señor serán pocos los que se salven?”. Al menos parece creer  o le preocupa el tema de la salvación. La respuesta de Jesús apunta en otra dirección. Lo importante no es el número sino el camino y la puerta hacia donde se dirige, la cual es estrecha, pero es puerta de vida abierta para todos. La atraviesan los que se esfuerzan, los que confían, los humildes: “Hijo mío, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso” (Eclesiástico 3,17-18). Casi siempre lo que nos engorda, nos infla no son los kilos sino el orgullo.

 ¿Qué nos quiere mostrar Jesús  en esta frase, que se presta a diversas interpretaciones? El evangelista Juan afirmará: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo…. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,9-10).

La puerta está abierta pero es estrecha, hay que esforzarse para entrar por ella. Es una invitación a vivir despiertos, con lucidez, con responsabilidad, fidelidad y coherencia, siguiendo las huellas de Jesús, identificándonos con sus actitudes fundamentales y su proyecto del Reino, de humanización de este mundo violento, roto, injusto y desigual.

Identificarnos con Jesús significa hacer nuestro su mensaje: “Sed misericordiosos como  vuestro Padre  es misericordioso”; “No juzguéis y no seréis juzgados”; “Perdonad setenta veces siete; “El que quiera ser el primero que se haga servidor de los demás”. Sabiendo que no hay servicio auténtico, desinteresado y gratuito sin sacrificio. Al final el cielo se gana así, sirviendo a los más desvalidos, vulnerables, que no te pueden pagar. El amor verdadero duele muchas veces. El amor verdadero exige renunciar al egoísmo, envidias, resentimientos. La vida es tarea y regalo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio, no hay vida sin renuncia. “Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” (Lucas 13,30).



 Jesús Mendoza Dueñas

 

 

 

 

 

 

 

  

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