"Jesús no nos da la espalda"

 24º Domingo TO CC Lucas 15,1-10

“Jesús no nos da la espalda”

El domingo pasado asistí, a las diez de la noche, a la retransmisión por un canal local de Soria de la “Bajada de Jesús” de Almazán, remate de las fiestas patronales. Una tradición emotiva para los vecinos de la Villa y que tiene para mí resonancias familiares y juveniles. La primera vez que asistí a ella fue el domingo 1 de septiembre de 1968, año de las olimpiadas de México. Dos días después la antorcha olímpica, que recorrió España de norte a sur, fue recibida con todos los honores en Medinaceli.


La imagen de Jesús Nazareno que se venera en su ermita y es subida al templo del “Campanario” para su “novena” es procesionada en la noche del domingo para devolverla a su ermita. Al sonar las diez de la noche entra por la plaza mayor, a oscuras, al tronar de una traca de 300 kilogramos de pólvora. Y al llegar a un punto señalado de la plaza giran la imagen para recorrer de espaldas el camino que queda hasta su ermita. De esta manera, Jesús, el “Nazareno”, el “Señor Cautivo” no da la espalda a su pueblo. Hermoso gesto y tradición.

El evangelio de este domingo proclama tres parábolas conocidas como “Parábolas de la misericordia”, según  el evangelista Lucas (Lucas 15,1-10): “parábola de la oveja perdida”, del “dracma perdido y encontrado” y la parábola más conocida y repetida del “buen padre o del hijo pródigo”. El texto tiene una introducción que nos da la clave de lectura. Los publicanos y pecadores se acercan a Jesús para escucharle y los fariseos y escribas para murmurar. Estas parábolas, aunque siempre se interpretan como una señal de la ternura compasiva y acogedora de Dios Padre, en realidad son un impactante alegato a favor del comportamiento de Jesús, cuya amistad con “publicanos y pecadores” resultaba escandalosa para los “bienpensantes” y supuestamente “buenos” de la historia, los fariseos y los escribas.

Las tres parábolas resaltan la alegría del perdón, de la acogida de Dios a sus hijos “extraviados” por los caminos de este mundo. Un Dios que toma la iniciativa de forma gratuita,  “a quien se le conmueven las entrañas” (v.20), que nos espera, que sale a nuestro encuentro, que “nunca nos da la espalda”. El final de cada relato resume la intención de las parábolas: “Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. “Hijo… deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.


Algunas personas dan la impresión de que pretenden suprimir a Dios de nuestra cultura y sociedad por decreto ley. Nosotros mismos podemos dar la espalda a Dios, olvidarnos de Él, renegar de Él, vivir como si no existiera. Dios no da a nadie por desaparecido ni por muerto aunque pasen los días y los años. Dios no borra a nadie de su lista. Para Dios no hay personas “non gratas". Todos tenemos cobijo en el corazón de Dios. Nadie es tan malo, tan indigno, que no pueda ser amado y bendecido por Dios. Dios nunca nos dará la espalda.

Las tres parábolas pretenden hacernos pensar sobre nuestra propia vida, sobre la presencia de Dios Padre en ella,  un Dios compasivo y  bondadoso, que nos desarma y supera nuestros cálculos humanos. La sombra del “hermano mayor”, que tantas veces nos acompaña, se hace añicos ante el Dios de Jesús, un Padre con entrañas de Madre.

“¿Qué estaba sugiriendo Jesús? ¿Es posible que Dios sea así? ¿Cómo un padre que no se guarda para sí su herencia, que no anda obsesionado por la moralidad de sus hijos y que, rompiendo las reglas de lo correcto, busca para ellos una vida dichosa? ¿Será esta la mejor metáfora de Dios: un padre acogiendo con los brazos abiertos a los que andan «perdidos» y suplicando a los que le son fieles que acojan con amor a todos?

Los teólogos han elaborado durante veinte siglos discursos profundos sobre Dios, pero ¿no es todavía hoy esta metáfora de Jesús la mejor expresión de su misterio?” (J.A. Pagola).



Jesús Mendoza Dueñas.

 

 

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