"Orar siempre, para cambiar el corazón".
29º Domingo TO CC Lucas 18,1-8
De nuevo el evangelio nos plantea el tema de la fe, del creer, manifestado en la oración confiada y
perseverante, sobre todo en la necesidad, sin olvidar el
agradecimiento.
El evangelio de Lucas es el evangelio de los pobres, y de la
oración. Lucas se esforzó en inculcar a los primeros cristianos, muchos recién convertidos del paganismo, y en
un contexto de persecución, la importancia de la oración: les presentó como
ejemplo a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más
diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús
retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida.
Los protagonistas de la parábola de Lucas
son un juez corrupto, descrito así: “que ni teme a Dios ni le importan los
hombres”; y una mujer indefensa, sedienta de justicia, tres veces pobre, por
ser mujer, pobre y viuda, pero que no se cansa de exigir justicia, de insistir,
hasta conseguir que la atiendan. Insistencia que puede tener motivaciones
diversas: la propia angustia de la viuda ante su situación, pero también su
fuerza interior, su capacidad de no darse por vencida, de creer en sí
misma. Con este ejemplo el evangelista Lucas, el evangelista de la
oración, insiste en la necesidad de “orar siempre, sin desfallecer”. Lo
que al evangelista le interesa destacar es la fe inquebrantable de la viuda que
es capaz de vencer una resistencia aparentemente invencible. Nuestra oración
persistente, “sin desfallecer”, no pretende transformar la
voluntad de Dios, pues la voluntad de Dios es siempre amor y justicia,
especialmente por los más pobres. ¿Para qué sirve, entonces? Para fortalecer
nuestra fe, que cuando es sincera y plena, puede mover montañas. La
oración es una necesidad siempre, pero, sobre todo, necesitamos orar sin
desfallecer especialmente en los momentos difíciles de la vida, en las pruebas
de la existencia. Acaba el texto con una desafiante pregunta que Jesús plantea: “cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
¿Cuántas veces oramos en familia, en comunidad, o en la soledad de nuestra habitación? ¿Cuántas veces abrimos la Biblia, los evangelios y oramos? Seguro que lo hemos hecho todos y, alguna vez, hemos podido tener la sensación de que no hemos conseguido nada, y nos hemos desanimado. Y cuanto menos oramos menos queremos orar. "Hay que orar siempre sin cansarse". Para alimentar la fe. Siempre podemos encontrar escusas: el trabajo, los niños, el ajetreo y la rapidez de la vida, los amigos, la televisión y los deportes… ¿Cuántas horas dedicamos a la semana a orar y cuántas a ver la televisión? Hay tiempo, para todo.
Jesús
Mendoza Dueñas.




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