Sálvate a ti mismo"
Domingo de Cristo Rey CC Lucas 23,35-43
“Sálvate a ti mismo”
Os invito a meditar el mensaje de este
cuento oriental y de un suceso histórico, a la luz del evangelio de este
domingo de Cristo Rey.

Érase
una vez un terrateniente que deseaba convertirse en caballero. Quería servir a
su rey y ser el más noble y más leal caballero que jamás hubiera existido. El
día de su investidura, abrumado por el honor, hizo un voto solemne. Prometió no
arrodillarse ni levantar sus brazos en homenaje para nadie más que para su rey.
Y se le encomendó la guardia de una ciudad en la frontera del reino. Cada día
vigilaba la entrada enfundado en su armadura. Pasaron los años. Un día, desde
su puesto de guardia vio pasar por delante una campesina con su carro lleno de
verduras y frutas. Éste volcó y todo se derramó por el suelo. Nuestro
caballero, para no romper su voto, no se movió. Otro día pasaba un señor que
tenía sólo una pierna y su muleta se rompió. "Buen caballero, ayúdeme a
levantarme". Pero el caballero no dobló las rodillas ni levantó las manos
para ayudarle. Pasaron los años y nuestro caballero ya anciano recibió la
visita de su nieto que le dijo: "Abuelo cógeme en tus brazos y llévame a
la feria". Pero no se agachó para no quebrantar su voto.
Finalmente,
el rey vino a inspeccionar la ciudad y visitó al caballero que estaba rígido
guardando la entrada. El rey lo inspeccionó y observó que estaba llorando. Eres
uno de mis más nobles caballeros, ¿por qué lloras? Majestad, hice voto de no
inclinarme ni levantar mis brazos en homenaje más que para usted, pero ahora
soy incapaz de cumplir mi voto. El paso de los años ha producido su efecto y
hasta las junturas de la armadura se han oxidado. Ya no puedo levantar los
brazos ni doblar las rodillas. El rey, como un buen padre, le dijo: "Si te
hubieras arrodillado para ayudar a todos los que pasaban y hubieras levantado
tus brazos para abrazar a todos que acudían a ti, hoy, podrías haber cumplido
tu voto dándome el homenaje que juraste no rendir más que a tu rey.
II
Al hablar de su vocación, el P. Joss Van
der Rest, un jesuita belga, recuerda siempre que, siendo joven, prestó servicio
militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron
a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una
población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos
aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos
causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el
pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento
de su recorrido, entre las ruinas de un templo con una estatua del Sagrado
Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del
cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos...
tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su
país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo
que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la
sociedad.
Recuerdo, hace años, enseñar a los niños de catequesis, en la parroquia del Salvador de Soria y en Perú, la canción “Necesita nuestras manos”, inspirada en esta historia personal del Padre Joss.
III
Culminando el año litúrgico celebramos la
fiesta de CRISTO REY, y contemplamos, en las lecturas de la liturgia de este
domingo el misterio del crucificado y sus últimas palabras, con sus brazos
extendidos como queriendo abrazar a todos.
Los evangelios nos presentan diversas miradas
de Jesús. En este acercamiento a las miradas más significativas de Jesús
resulta inevitable contemplar su mirada desde la cruz. ¿Qué contemplamos, qué
descubrimos? ¿Qué sentimientos provoca en nosotros? AMOR, AGRADECIMIENTO,
ARREPENTIMIENTO…
Contemplar su rostro es escuchar sus
últimas palabras de sus labios sedientos y meditar esas palabras. Sus últimas
palabras fueron: “Todo se ha cumplido: en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Estas palabras a mí me inspiran paz interior. ¿Quién pudiera decir lo mismo al
final de nuestra existencia?
Pero mejor que contemplar el rostro de
Jesús crucificado es dejarnos contemplar por Él.
Descubrir esa mirada profunda, personal y
cordial manifestada en Jesús nos ayudará a superar los miedos, a deshacer las
dudas y a iluminar las oscuridades de
nuestro caminar en la vida, sabiendo que Jesús nos conoce profundamente.
¿Cómo es su mirada? De misericordia,
perdón y compasión infinita: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”. Lo cual nos exige reconocer nuestra fragilidad, debilidades y
pecados… No lo olvidemos: todos necesitamos perdonar y ser perdonados. Dios va
por delante, nos perdonó primero.
La mirada desde la cruz es la mirada desde
un lugar alto, elevado. Es una mirada
tridimensional:
- Hacia arriba: «Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu» (Lc 23, 45
- Hacia los lados: «Hoy estarás conmigo en el
paraíso» (Lc 23, 43)
- Hacia abajo: para escuchar injurias: “si
eres el Hijo de Dios baja de la cruz”; “sálvate a ti mismo”. Por tres veces
aparece esta frase dirigida a Jesús Crucificado en el evangelio de este
domingo. Sale como dardo de la boca de las autoridades judías, de los soldados
de Roma, de uno de los malhechores
crucificados junto a Jesús. Tres sujetos, tres sensibilidades y una misma
tentación. La última tentación de Jesús: “sálvate a ti mismo”. No es difícil
imaginar la fuerza de esa tentación en alguien que está sufriendo el tormento
de la cruz. Jesús permanece callado y no desciende de la cruz.
La respuesta de Jesús será para ofrecernos el mejor regalo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo,
hijo ahí tienes a tu madre...» (Jn 19, 26-27). «Perdónalos, no saben lo que
hacen» (Lc 23, 34).
Hasta el final, la mirada de Jesús resume
su vida. Murió como vivió: mirando por los otros y hacia el Padre. Su última
mirada fue una mirada libre, no cegada por el dolor, sino iluminada por el
amor, poniendo en práctica lo que siempre proclamó: el amor y el perdón
incondicional de Dios y su entrega a la causa del Padre, al cumplimiento de su
voluntad.
Hemos de aprender a mirar la realidad que
nos toca vivir con su mirada. Encarnando los valores del Reino que encarnó
Jesús: honradez, verdad, misericordia, fidelidad, libertad, gozo, confianza en
Dios. No es fácil encontrar en la historia personas que así lo encarnen: Amor y
sólo amor.
Dios Padre, Jesús nuestro hermano nos mira desde el trono
de la cruz con misericordia y amor, nos conocen por nuestro nombre y nos recibirán en sus brazos, en el último
paso, en la última estación del viaje de la vida, en la frontera de nuestra
propia muerte.
El P. Francisco afirma: “Habrá un día en el que tú te iras. Darás un último paso, el día en
que el Señor venga a tomarte de la mano para ir con Él. Tu muerte es irte con
el Señor”.
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”



Muy buenas reflexiones,gracias amigo
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