"Que en sus días florezca la justicia y la paz"

 2º Domingo de Adviento CA

 

Salmo 71: “Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente”.

Esta promesa y deseo están lejos de cumplirse hoy en nuestros días, ensangrentados con la guerra entre Rusia y Ucrania, y otros conflictos silenciados, que nos salpican a todos. Y está muy lejos de ser una realidad y objetivo claro y esperado en nuestros lares, envenenados por tanta discordia, enfrentamiento, violencia verbal, que se respira en ambientes políticos y que usan como altavoces los medios de comunicación y las redes sociales, que deberían estar al servicio de la reconciliación, entendimiento y concordia entre los pueblos y naciones. Sería bueno que nos preguntáramos en el espacio corto y parcela en que nos movemos, en el día a día: ¿Cómo andamos de paz y concordia en el ámbito familiar, escolar, vecinal, entre pueblos vecinos? Pero, ¿es posible la paz?

“Habitará el lobo con el cordero… El niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente. Nadie causará daño ni estrago” (Isaías 11,1-10)

El profeta Isaías con un lenguaje bucólico y simbólico describe la aspiración del pueblo de Israel, golpeado también por violencia, destierro, exilio. Dios ha prometido que “un niño”, de la raíz de David, sobre el que se posará el espíritu del Señor, traerá la paz soñada y duradera, cimentada en la justicia y la verdad.

Estos versículos me recuerdan un viejo cuento que nos puede ayudar a reflexionar y tomar conciencia de la raíz de la violencia que anida en nuestro interior.

 

EL LOBO BUENO Y EL LOBO MALO

 Un anciano indio Cherokee invitó a los niños de su aldea a sentarse en círculo para contarles un cuento sobre la vida, sobre los distintos caminos que podemos elegir para seguir en la vida.

El indio les dijo: – Hay una batalla que siempre ocurre en mi interior y que también estará en vuestro interior… es una gran pelea entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, la ira, la envida, la pena, el arrepentimiento, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad y el ego. El otro lobo representa la alegría, la paz, el amor, la esperanza, el compartir, la serenidad, la amabilidad, la benevolencia, la amistad, la generosidad, la verdad y la fe.

El anciano miro a los niños y les dijo: – Esa misma lucha está teniendo lugar en vuestro interior y en el de cualquier persona que viva.

Los niños se quedaron pensando un momento y uno de los chicos le preguntó al anciano:

– ¿Y cuál de los dos lobos ganará?

Y el anciano Cherokee respondió: – Ganará el lobo al que más alimentes.


La actitud con la que te enfrentes a la vida, la mirada con la que contemples a los demás, te ayudará o perjudicará para conseguir tus objetivos.

Juan Bautista, el precursor, en su predicación, que coincide con el primer discurso de Jesús: invita al pueblo a la conversión: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos (de Dios)”… “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Mateo 3,1-12). Juan Bautista profeta austero, libre y radical, honesto y coherente, sin pelos en la lengua, no tiene miedo a denunciar los abusos, la hipocresía y la corrupción de los poderosos a quienes define como “raza de víboras”. Invita claramente a dar “frutos de conversión”. Pero como buen profeta se sabe centinela de la esperanza y portador de buenas noticias. Y la buena noticia es que sí es posible la conversión, porque el Mesías esperado, viene con “Espíritu y fuego”, para hacer posible la conversión, el retorno a Dios.

Es importante definir bien lo que se entiende por conversión. La verdadera conversión es vuelta, orientación radical de nuestra vida a Dios, origen, guía y meta de nuestra existencia.

Lo cual nos exige acoger a Dios como Padre común y acoger al otro como hermano. En otras palabras: construir juntos la fraternidad, siguiendo el proyecto de Jesús, buscando por encima de todo “El Reino de Dios y su justicia”: “Venga a nosotros tu Reino”.


Una conversión de mente y corazón que debe traducirse en frutos de buenas obras, a nivel personal y comunitario, promoviendo los signos que Jesús practicaba:

·       La acogida a los más débiles y vulnerables

·       La compasión hacia los que sufren

·       La creación de una sociedad más humana y reconciliada

·       La oferta gratuita del perdón

·       La defensa y el cuidado de toda persona necesitada.

Los peores enemigos de la conversión son la indiferencia, el creernos ya convertidos, el creernos perfectos, la hipocresía.

Es posible la conversión evangélica porque Dios nos ofrece su gracia, su perdón, su fuerza para caminar: “El que viene detrás de mí puede más que yo,….  El os bautizará con Espíritu y fuego”.

No dejemos para mañana el deseo, la decisión de recorrer el camino de la conversión, de mejorar nuestra vida y convivencia. Nunca es tarde para dar la vuelta, para comenzar de nuevo, para volver al buen camino. Porque Jesús siempre está cerca de nosotros, de todos, “Voy a hacer nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21,5). "Quien tenga sed, que venga; quien lo desee, que tome gratis el don del agua de la vida" . El es capaz de unir lo que está fracturado. El Adviento es un tiempo hermoso para sanear nuestra vida interior, para quitarnos las máscaras, y dejarnos convertir por el Espíritu de Dios. Preparemos la Navidad.



Jesús Mendoza Dueñas.





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