"Las apariencias engañan"
22º Domingo TO CB JMD Mateo Marcos 7,1-8.14-15.21-23
ANTE UN ELEFANTE. Un príncipe oriental, para dar una lección a sus súbditos sobre la búsqueda de Dios, hizo reunir un día a muchos ciegos. Después ordenó que se les mostrase el mayor de sus elefantes sin decirles qué animal tenían delante. Cada ciego se acercó al elefante y le tocaron en diversas partes de su cuerpo. Al final el príncipe preguntó qué había palpado cada uno. El que había tocado las piernas dijo que un tronco arrugado de un árbol. El que había tocado la trompa, una gruesa rama nudosa. El que había tocado la cola, una serpiente desconocida. Un muro, dijo el que había tocado el vientre. Una pequeña colina, el que había tocado el lomo. Como no se ponían de acuerdo entre ellos, comenzaron a discutir. El príncipe interrumpió la discusión: - Esta pequeña muestra os hacer ver cómo de las grandes cosas conocemos muy poco, y de Dios casi nada. (Parábola hindú).
LAS APARIENCIAS MUCHAS VECES ENGAÑAN
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».-
Vivimos envueltos por la cultura de las apariencias, LA CULTURA DEL ESPECTÁCULO, que rinde culto a la imagen, a lo físico, al cuerpo joven y bonito, por eso gastamos tanto en maquillaje. Importa más el continente, el envase que el contenido. Por eso Muchas veces nos dejamos engañar. Nos importa mucho el qué dirán. Nos preocupa quedar bien en sociedad.
Cultivar el interior o no nos importa tanto o no sabemos. El contemplar, el reflexionar, el meditar, que significa entrar en el "médium", en nuestro templo interior, no lo valoramos: el identificar nuestras emociones, pensamientos y deseos, nuestros miedos y neurosis. La felicidad, al final, depende de ti no de lo que piensen los demás de ti.
Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia, las tradiciones de sus antepasados. La actuación de Jesús les parece peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente.
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta de Israel, esta es la queja de Dios: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».
Para los fariseos y letrados lo importante es observar lo establecido por «los mayores». No piensan en el bien de las personas. No les preocupa «buscar el reino de Dios y sus valores como la justicia y la compasión».
El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras duras: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí». Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón «está lejos de él». Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones, pensamientos, deseos y proyectos.
Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios. Al final uno deja de cumplir o se vuelve indiferente.
Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas (Que si sotana o cleryman, misa en latín o misa en castellano, arrodillarse o no arrodillarse, comunión en la boca o en la mano) de nuestros antepasados, cuando la realidad nos está llamando a una conversión más profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor.
Pero Jesús no solo denuncia la hipocresía humana, como buen maestro provecha la ocasión para enseñar algo a toda la gente:
“Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Lo que de verdad puede mancharnos es el dejarnos arrastrar por nuestros instintos, malos deseos y malos propósitos. Jesús nos presenta toda una gavilla de los malos frutos de esas malas hierbas. Amplia materia para un examen de nuestra conciencia.
Labios y corazón.
Con los labios podemos decir muchas cosas hermosas, podemos bendecir, alabar, agradecer, rogar. Los labios son «instrumentos» al servicio de la palabra, pero los labios en un creyente honesto no pueden pronunciar un discurso lejano o ajeno al corazón. Podemos preocuparnos de nuestro estado de «pureza» corporal y ser unos caraduras o, más aún, unos «sinvergüenzas» Podemos exigir que unos platos estén «puros» y sin embargo expulsar por la boca todo tipo de amenazas y maldiciones, aireando los defectos del prójimo.
Fe y vida.
Jesús plantea un tema que atraviesa los siglos y que cada uno, de forma personal, debe solucionar. Dios, el Dios de la Escritura, el Dios en quien creemos, nos ha dado un camino a seguir (los «preceptos» que son nuestra «sabiduría» y nuestra «inteligencia», dice la primera lectura); pero ¿los pronunciamos solo con los labios o dejamos que conformen y configuren nuestro corazón? Dicho con palabras actuales: ¿fe y vida son inseparables o pertenecen a dos mundos inconexos y opacos? Santiago, a su manera, dice lo mismo: poned en práctica la palabra, no os conforméis con oírla engañándoos a vosotros mismos. La Palabra de Dios es «palabra» que se «practica».
Jesús Mendoza
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