Jesús cura nuestra sordera y mutismo

 23º Domingo TO CB, Marcos 7,31-37


Cada vez hablamos más alto, a gritos. Yo suelo afirmar: “Que Santa Lucía nos conserve la vista, que el oído ya lo tenemos perdido”. Vivimos en una sociedad muy ruidosa, de decibelios locos. Dicen los entendidos que el 60% de esta generación, en el futuro, padecerá problemas de audición.

No podemos vivir sin la TV en casa, sin el móvil, enganchados a las redes sociales. Nos aterra el silencio. Tenemos miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos para escuchar el sonido interior de lo más profundo de nuestro ser. El silencio nos revela nuestro misterio y nos produce vértigo existencial, porque nos podemos  encontrar con los fantasmas interiores del miedo, del sentimiento de culpa que no sabemos controlar.  “En el océano de emociones que hay en el interior de uno mismo, rara vez hay calma”.

Dicen que para vivir en paz lo primero que hace falta es aprender a escuchar. Vivimos en un entorno muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente muy difícil que nos prestemos atención unos a otros. “Vamos a tanta velocidad que no descubrimos el valor de la vida”. Más que una técnica que pueda dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que se aprende cuando se vive en un espacio humano en el que hay afecto.


Los profetas de Israel usaban con frecuencia la «sordera» como una parábola provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo.

El relato evangélico es bien conocido. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

No fue fácil curarlo. Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».

Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Estos relatos de sanación son una invitación a dejarnos trabajar por Jesús, para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán incapaces de anunciar el evangelio a los demás. Las curaciones de sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como «relatos de conversión» que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento.

Vivir abiertos o cerrados al evangelio de Jesús es un asunto  de suma importancia. Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Y entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús.

Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad.

Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera.

NO GRITES TANTO, NO HABLES TANTO, ESCUCHA, GUARDA SILENCIO PARA ESCUCHARLE A EL.



Jesús Mendoza Dueñas




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